Con ejemplar modestia, Gogó Andreu encabeza el reparto de «Historia de varieté», un espectáculo que rinde homenaje a todos los que como él han fatigado sus existencias trajinando por los escenarios del mundo, conservando en sus corazones una humilde fe que no conoce la palabra fracaso. Porque jamás trataron de competir con nadie y, en cambio, pusieron su vida al servicio de una sencilla vocación que tiene algo de noble servicio: entretener al público. Andreu despliega en escena sus rutinas: canta, baila y cuenta sus experiencias. Y algo más: rinde tributo a un fiel amor que lo acompañó a lo largo de su vida. Su simpatía y su humildad son la levadura del espectáculo, porque su testimonio es sin quererlo, tal vez, el retrato de un tiempo en el que todavía existían el desinterés, la generosidad, la ternura y la alegría. Y el resultado es la nostalgia.
•Sombras y recuerdos
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Roberto Cossa ha estructurado los diversos esquicios, llevando al espectador a través de un recorrido en el que las sombras de Pancho Villa, Jean Jaurés, Lenin y hasta el mismo Frank Sinatra se enlazan con los recuerdos del cómico y jalonan las etapas del tiempo que transcurre.
La música y las letras de las canciones compuestas por Gogó testimonian su agradecimiento hacia un oficio que a veces lo enfrentó con la necesidad, pero que le dio sentido a su vida, en la que, según su propia confesión, «hambre nunca pasó».
La dinastía de empresarios que se van sucediendo a lo largo de su peregrinaje: desde el primero (el abuelo Artagnan) hasta el nieto, está representada por Cutuli. Un actor cabal que sabe sacarles partido a sus intervenciones y cuya ductilidad, inteligencia y energía bastonean el ritmo del espectáculo. Marcela Paoli (la «Nélida»), musa inspiradora del cómico, imagen de la eterna vedette, aporta su seguridad y su belleza y encarna acertadamente su personaje.
La dirección de Salvador Amore es rutinaria y los empalmes entre uno y otro esquicio no están bien resueltos. Haber acercado el varieté al teatro independiente es un gesto de gentileza que lima antiguos antagonismos. Héctor Calmet (iluminación y espacio escénico) y Nené Murúa (vestuario) logran, con modestos recursos, servir al espíritu del espectáculo que se ve con agrado.
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