2 de octubre 2007 - 00:00
En su día, los arquitectos recuerdan a Amancio Williams
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En momentos en que Le Corbusier escribía sus palabras de reconocimiento para Amancio Williams, en 1947, éste tenía 34 años y ya había realizado el proyecto de Viviendas en el Espacio (con la colaboración de Delfina Gálvez de Williams y Jorge Vivanco), el estudio para el Aeropuertode Buenos Aires (en esta oportunidad con Jorge Botler, César Janello y Celleti Boceara) y, en especial, había proyectado y dirigido la construcción de la famosa Casa sobre el Arroyo en Mar del Plata, que fuera considerada en su momento «la creación más audaz e independiente de aquella generación de arquitectos argentinos».
Declarada en 1989 Monumento Histórico Nacional, es una obra singular de nuestro patrimonio arquitectónico, por la que oportunamente manifestamos nuestra preocupación sobre su estado de conservación. El reconocido arquitecto la había diseñado y erigido en Mar del Plata, entre 1943 y 1945, para su padre, el célebre compositor Alberto Williams. Esta residencia de dos plantas, situada en medio de una frondosa arboleda, que cabalga sobre el arroyo de las Chacras -que divide en dos al terreno-, es una estructura tridimensional sin columnas, que deja el suelo casi enteramente libre.
La casa «fue encarada como una forma en el espacio -ha explicado el autor-. No anula la Naturaleza. La forma es, en su totalidad, estructura, y esta se muestra al desnudo: el hormigón que la constituye está a la vista, martelinado y tratado químicamente. Forma, estructura y calidad son, pues, en este caso, la misma cosa».
Durante la década de 1940 a 1950, Amancio Williams elabora una serie de iniciativas que habrían de influir notoriamente sobre un medio profesional que aún estaba sujeto a los estilos más o menos ortodoxos, que no parecía haber advertido (con unas pocas exepciones aisladas) la existencia de una nueva arquitectura surgida como consecuencia de movimientos europeos y norteamericanos, desde hacía por lo menos treinta años.
La modificación real del habitat es uno de los objetivos que complementan la idea, que la ejecuta y la conforma en su totalidad y, tal vez, como él mismo lo comentaba, nunca hay facilidades para llevar adelante las cosas.
En 1947, el Gobierno de Francia montó un stand en París sobre su obra, en colaboración con el taller de Le Corbusier: «Exposición Nacional de Urbanismo y Arquitectura». En 1948, se presentó en Milán una muestra organizada por otro argentino de talento, Tomás Maldonado; y en 1955, la obra de Williams fue expuesta en la Universidad de Harvard. En 1958, intervino en la Exposición Internacional de Moscú, con motivo del Congreso Internacional de Arquitectos, y en 1961, la VII Bienal de Sao Paulo lo invitó presentando una exposición de Williams en una sala exclusivamente dedicada a él. En 1980, el autor de esta nota, en ocasión del « Encuentro Internacional de Arquitectos», organizó una muestra retrospectiva de este singular arquitecto en el Museo de Arte Decorativo, que inauguró el famoso historiador y teórico romano, el arquitecto Bruno Zevi.
Los principios de Amancio Williams podrían condensarse con sus propias palabras: « Trabajar con toda libertad en el espacio, manejarse libremente en las tres dimensiones, buscar en la técnica la expresión verdadera, trabajar con sentido de unidad, hacer obras de síntesis, y buscar el sentido de lo permanente». Admitiendo que la arquitectura abarca un campo inmenso del conocimiento, Williams planteó como una de sus problemáticas fundamentales la necesidad de liberar el suelo de las ciudades, respetar y crear lugares verdes. La espacialidad está siempre presente: así lo señalan su proyecto para un edificio de oficinas suspendidas, en pleno centro de Buenos Aires, o su Sala para el Espectáculo Plástico y el Sonido. Es que Amancio Williams fue, si es posible decirlo, un verdadero trabajador intelectual de la arquitectura.
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