9 de mayo 2007 - 00:00
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M.R.: Un personaje de John Ford dijo en una de sus películas: «si la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda». Si bien «Los libros arden mal» se basa en hechos documentados, nada tiene que ver con la novela histórica. Es el relato coral de quienes en 1936 estaban en la Dársena A de Coruña y como la guerra trastocó sus vidas y la de sus descendientes.
P.: ¿Por qué de usted se suele decir que es el representante gallego del «realismo mágico»?
M.R.: Porque nunca he negado la influencia que ha tenido la obra de Juan Rulfo en mi obra. Y Rulfo es para mí el bigbang que precedió a García Márquez, Carpentier, Vargas Llosa...
P.: Eligió buena compañía.
M.R.: No la elegí, se dio. He tenido otras influencia tan importante como Rulfo, por ejemplo del extraordinario y olvidado Miguel Torga. O de Calvino o de Berger. O de tantos otros que me enseñaron que si uno escribe es para penetrar en zonas de penumbra. Pero ninguna de esas influencias, no dejo de confesarlo,es tan importante como la de los relatos orales. Por lo tanto eso del realismo mágico...
P.: ...no le va...
M.R.: Es que esa clasificación fue inicialmente usada como una forma de descalificación, de establecer una jerarquía: hay literaturas de calidad que practican el realismo y otras, exóticas, marginales, que hacen realismo mágico, relatos donde los sueños son algo real, los muertos caminan por la calle, las mujeres se echan a volar y los animales hablan.
P.: ...usted hace hablar a los cuervos en su novela «En salvaje compañía» y, en esta, dar señales sobre lo por venir...
M.R.: ¿Cómo? ¿Ahora los animales no hablan? Se los ha oído hablar en toda la literatura universal, ¿y ahora no hablan? Lo que pasa es que saber oírlos. Algo que sabían hacer Apuleyo o Shakespeare. Yo he vivido en un universo donde eso que llaman realismo mágico era parte de las charlas de la sobremesa junto al fuego donde había que cuidarse de lo que por la noche hacían los trasnos, unos duendes muy gamberros. Es una tradición que me hace formar parte, robándole esta idea a Alvaro Mutis, de los cinco mil mejores (acaso sean diez mil) narradores de Galicia. Galicia tiene una literatura, tan rica como poco conocida, que se inicia en el siglo XI con los Cancioneros Gaélico Portugueses, pasa por las Cantingas de Santa María de Alfonso El Sabio y llega a hoy en los centenares de narradores orales que recuperan la tradición de millares de trovadores y poetas que han dejado tesoros literarios que aún se siguen descubriendo en las bibliotecas del Vaticano y de Lisboa.
P.: En «Los libros arden mal» usted pasa de un género a otro...
M.R.: ...es que la vida no es de un género literario, aunque eso pretendan los autores de best sellers.
P.: Entreteje cuento, crónica periodística, fábula, ensayo, poesía, investigación policial, documento histórico...
M.R.: Es la forma que encontré para volver a contar el drama de la quema de libros, que siempre anticipa las piras humanas, los hornos y las guerras.
P.: En ese sentido, ¿qué tiene que ver el capítulo «Una fiesta sagrada» que habla del jurista Carl Schmitt en los años '60?
M.R.: Es un símbolo y un documento. Recuerda que en esa época se condecoró en el Instituto de Estudios Políticos de Galicia a Carl Schmitt, que había sido el kronjurist, el jurista oficial del Tercer Reich, el artífice de la arquitectura jurídica del nazismo. Tras andar por la sombra era recuperado quien seguramente participó de la quema de libros y, especialmente, supo legitimar un régimen ilegítimo.
P.: Schmitt últimamente ha sido elogiado tanto por algunos intelectuales marxistas como por sectores de la ultraderecha.
M.R.: Es que para Schmitt el enemigo es el Estado liberal o el Estado de derecho. No es nuevo que los extremos tengan en común las ideas totalitarias. El colaboracionista francés Pierre Drieu La Rochelle buscaba seducir a ex militantes de izquierda diciéndoles que el fascismo era la forma de llegar al comunismo sin pasar por el bolchevismo. En España hubo seguidores de José Antonio Primo de Rivera que proclamaban que con «la verdadera revolución» buscaban «llegar al colectivismo por la cruz». La revolución de la que hablaban fue la matanza de anarquistas, comunistas, socialistas y, sobre todo, republicanos.
P.: ¿Sobre todo?
M.R.: El gran odio de los fascistas españoles, no era como se decía hacia el comunismo: lo que los volvía locos era el hombre de la ilustración, el culto y democrático, ese que tiene libros, bibliotecas. Como Casares Quiroga, el padre de la actriz Ana Casares. Y quienes los perseguían, obviamente,no era gente inculta y descontrolada sino gente como ellos que se había dado un salto, se había pasado a la barbarie, a defenderla y hasta a encabezarla.
P.: En su novela no explica a que se debe eso.
M.R.: Es una novela, no una fábula con moraleja ni un ensayo ideológico volcado hacia un lado.
P.: ¿No se trata del mismo fanatismo que destruyó la biblioteca de Alejandría?
M.R.: No, es la destrucción que ocurrió en la culta Alemania, la de los filósofos. En Berlín, en 1933, hubo catedráticos -acaso entre ellos estuviera Carl Schmitt-que arrojaron libros a las hogueras que se hacían en las calles.
Entrevista de Máximo Soto
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