16 de septiembre 2008 - 00:00
Infancia y memoria en la obra de Bourgeois
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«El nido», de Louise Bourgeois. La artista, de 96 años, fue distinguida con el Premio Aragón-
Goya 2008 y se le consagraron retrospectivas en la Tate Gallery de Londres y el Centro
Pompidou de París.
En su larga trayectoria, Bourgeois ha explorado temas como la angustia, el miedo y la vulnerabilidad. «Es necesario abandonar el pasado cada día o aceptarlo. Si no se consigue, te conviertes en escultora», dijo la artista. En He Disappeared into Complete Silence, 1947, materializó enigmáticos edificios, estructuras arquitectónicas con aberturas que semejan balcones o ventanas, con breves textos de un extraño relato sobre la incapacidad humana para comunicarse.
A comienzos de la década del cincuenta había comenzado una serie de piezas totémicas en madera cuya verticalidad remitía a la presencia humana. Estas primeras obras fueron reelaboradas recientemente por la artista, reinterpretándolas en figuras en tela, como las piezas expuestas Untitled 2001 y 2002. En los últimos años realizó bustos a tamaño real, figuras totémicas, además de las celdas-vitrinas.
Utilizó para estas obras telas de sábanas, mantas o ropa que ella usó a lo largo de su vida: materiales simbólicos ligados a su pasado. Seven in a Bed (2001) remite, por un lado, a su infancia cuando las mañanas de los domingos ella y sus hermanos saltaban en la cama de sus padres. La proliferación de cabezas y caras, por otro lado, al aludir a la imagen bifronte del dios Jano, que tenía dos caras, plantean el carácter ambiguo de la realidad: cosas y personas no son siempre lo que parecen.
Se destacan las figuras maternales, sus conocidas mujerescasa, y Standing Figure (2003), un pequeño personaje de tela. El reconocimiento de su obra se afianzó mundialmente cuando se convirtió en la primera mujer artista a la que el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, le dedicó una retrospectiva.
En 1992 diseñó el pabellón de Estados Unidos en la Bienal de Venecia y participó en la IX Documenta de Kassel, Alemania. Ha sido también una pionera en el uso de la instalación, un arte que funda un espacio y reclama la participación del espectador.
En Líquidos preciosos (1992), presentó con una iluminación tenue, dos esferas de madera y docenas de ampollas de cristal colgando sobre una cama metálica. En sus más recientes bustos llama la atención la crudeza con que están cosidos. Se destaca un inquietante parecido con la realidad de estas figuras: parece que sus ojos miran y sus bocas abiertas suspiran. Bourgeois ha trabajado con una rica variedad de materiales desde el bronce y el mármol hasta tejidos y látex propios de las esculturas blandas.
Es una de las primeras artistas que ha sostenido la importancia de la autobiografía y la identidad como temas de su producción. «Mis obras son una reconstrucción del pasado.
En ellas se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido», escribió. No es una casualidad sino una síntesis de su creatividad que, hace más de diez años, los arquitectos suizos Herzog y De Meuron ubicaran en la entrada de la New Tate dos esculturas de Louise Bourgeois, de doce metros de altura.
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