7 de julio 2005 - 00:00

"La dama de honor"

Benoît Magimel y Laura Smet, protagonistas del nuevo policial de Claude Chabrol, «Ladama de honor».
Benoît Magimel y Laura Smet, protagonistas del nuevo policial de Claude Chabrol, «La dama de honor».
«La dama de honor» («La demoiselle d'honneur», Francia-Alemania-Italia, 2004; habl. en francés). Dir.: C. Chabrol. Int.: B. Magimel, L. Smet, A. Clément, B. Le Coq.

A medida que envejece, el infierno para Claude Chabrol es más una tarjeta de presentación que un paisaje de su alma, más un recurso que una obsesión. Bonachón, bon vivant, el director de las lejanas «Que la bestia muera» y «El carnicero» se autoimpone, como Woody Allen, la realización de un film al año casi como si fuera a hacerse un chequeo. Pero él, ni esmirriado ni neurótico, no parece interesado en nuevas exploraciones: sus películas son como puros de marca, de sabor reconocible y añorable, pero dignas de atención por esa marca y ya no por la pureza.

Ante «La dama de honor» surge una pregunta, un tanto melancólica, que se asemeja a la de la canción de Jacques Brel: ¿qué queda hoy de nuestros crímenes? El viejo maestro vuelve con paso cansino al mundo de las mentes y los amores enfermos en pequeñas ciudades de provincia y el resultado es esta película climática pero desequilibrada, cuyos esporádicos destellos de inspiración no llegan a disimular ni su lasitud ni sus orificios.

Con más placidez que nervio, a la manera de un Hitchcock de sobremesa, la trama complica al joven Philippe, no emancipado aún de una casa con madre ansiosa y dos hermanas poco conformistas, con Senta, atractiva psicópata. Al principio, sólo hay indicios de la peligrosidad de la mujer, «dama de honor» en el casamiento de una de las hermanas de Philippe, pero el diagnóstico no tarda en verificarse: como en «Pacto siniestro», ella le propone a su enamorado -entre otras cosas- un intercambio de crímenes, a los fines de probar su compromiso.

El problema de «La dama de honor» (uno de ellos) es que sus actores parecerían exponer lo que ocurre antes que actuarlo. No se percibe ese pacto como algo ominoso o pasional, sino como la mera obligación de sujetarse a la trama de la novela de Ruth Rendell, autora que le proporcionó a Chabrol el argumento de su última buena película, «La ceremonia». El efecto es aquí, extrañamente en la obra del director, el de cierta desarticulación, en donde hay muchas cosas que tardan demasiado en producirse y otras que se producen demasiado rápido. La escena final, con una «guitarra en el ropero» que se asemeja a un préstamo de la utilería sobrante de «La llamada», tal vez pase a la antología chabroliana, aunque no en el mejor de los sentidos.

Como detrás de lo que está a la vista, sólo se adivina la poética que guía a esta película, enraizada en la rica tradición del cine policial francés de los '60 y '70 que tan bien representó el mismo
Chabrol, pero que ahora queda sofocada y está a un paso de convertirse en su anticuada parodia.

Es siempre un placer ver a
Aurore Clément, aquí en el papel de la madre (aunque el director no le evite, sobre todo en las escenas iniciales, primeros planos demasiado crueles). A Benoît Magimel, como Philippe, se lo ve muy atareado en pesquisas que cualquier espectador podría resolverle enseguida, y la inquietante y hermosa Laura Smet (hija de Nathalie Baye y Johnny Hallyday), como Senta, parece menos una psicópata que una existencialista a la que le cambiaron la época.

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