Pasado el
asombro por
el dominio de
sus
instrumentos
y el vértigo
que imprime
a sus
improvisaciones,
el trío
liderado por el
guitarrista
John Scofield
no sorprendió
en lo musical.
Actuación de John Scofield (guitarra). Con John Patitucci (contrabajo) y Kendrick Scott (batería). (Teatro Coliseo; 20 de enero.)
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Si algo se destacó en lo que mostraron el guitarrista John Scofield, el baterista Kendrick Scott y el contrabajista John Patitucci es el virtuosismo. Y no importa entonces que por el repertorio desfilen muchas piezas del propio Scofield, o que realice su propia versión de la composición de Miles Davis «Budo», en uno de los momentos más altos del concierto. El asunto está en partir de una melodía -que a veces apenas aparece abocetada-para dar luego rienda suelta a las improvisaciones. Más en la línea de las «zapadas» rockeras, más en el terreno del «hard bop» o directamente con un lenguaje que podríamos asociar al «free jazz», Scofield hace malabares con sus dedos, juega con los pedales y extrae sonidos extraños con su instrumento, «canta» como si fuera un saxo, se divierte como un chico yéndose por diferentes ramas.
Con un sonido acústico, un camino semejante recorren la batería de Scott y el maravilloso contrabajo de Patitucci, que maneja ese enorme instrumento con la velocidad de un bajo eléctrico. La constante parece ser el vértigo. Ya desde el arranque, con «Trío blues», el guitarrista y sus compañeros avisaron que iban a jugar un partido de ida y vuelta y con un pulso rápido e incesante. Y sólo a ratos se permitieron aplacar las aguas.
En las virtudes de este trío -y siempre partiendo de un piso muy alto-están también sus defectos. Porque ese vértigo y esa imparable sumatoria de notas no siempre se trasluce en creatividad. El discurso se hace conocido a poco de empezar el concierto y la sorpresa estética deja lugar sólo al asombro por la capacidad de estos músicos para adueñarse de sus instrumentos.
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