3 de marzo 2021 - 00:00

Tesoros de los años 60 salen a la luz en el Museo Evita de Córdoba

Guillermo Alonso, exdirector del MNBA, tiene a su cargo el patrimonio provincial. Acaba de reabrir las principales salas.

Rita Tushingham.  La icónica actriz inglesa, según Cancela y Mesejean.

Rita Tushingham.  La icónica actriz inglesa, según Cancela y Mesejean.

Hasta hace poco más de una década, en materia de artes plásticas, “el interior del país” se percibía como algo distante. No obstante, la semana pasada, la reapertura de tres museos cordobeses, el Emilio Caraffa, el Evita y el de Fotografía Palacio Dionisi, demostró que la legitimación del arte contemporáneo, centralizada históricamente en Buenos Aires, tuvo en la provincia de Córdoba entre 1958 y 1966 un impulso sólo comparable a la del porteño Instituto Di Tella. En el Museo Evita, emplazado desde 2007 en el bello Palacio Ferreyra, están las obras premiadas en los cinco Salones IKA y las tres Bienales Americanas de Arte realizadas en Córdoba desde 1962 hasta 1966. Estas piezas exhiben su condición de la llamada “cualidad museo”. Y no se entiende que hayan permanecido casi ocultas durante media centuria.

Las colecciones corporativas surgieron en el siglo XX, en EE.UU., con la de IBM. En 1959, David Rockefeller creó la colección del banco Chase, que llegó a tener 15.000 obras repartidas en las 400 sucursales del mundo. El espíritu de una nueva burguesía industrial cobró fuerza en la Argentina con el gobierno desarrollista de Arturo Frondizi. El impulso de dos grandes centros del arte, Córdoba y Buenos Aires, posicionaron a nuestros artistas en medio de la escena regional e internacional. Las empresas descubrieron que el arte brinda especial brillo a la imagen de una compañía, que contribuye a afianzar su relación con la sociedad. Y los estadounidenses Henry J. Kaiser y Joseph W. Frazer, además de producir automóviles, aspiraban al estatus que brinda el arte y crearon la Bienal Americana. En el mundo sólo existían Venecia y San Pablo, ambas con perfil internacional, mientras la Bienal cordobesa impuso un recorte latinoamericano, fortalecido previamente por los Salones. Se vivía el clima inestable de la Guerra fría, pero el gobierno provincial decidió promover la cultura. El edificio neoclásico del Caraffa con reminiscencias de templo griego, fue ampliado durante el esplendor industrial para exhibir la Bienal. Luego, en el año 2007, con una nueva ampliación totalizó 5.000 metros.

Hoy, las reservas para guardar el arte tienen la pulcritud de un quirófano, temperatura constante y tamaños generosos. Son un modelo para las instituciones del resto del país. En la llamada Media Legua de Oro, junto al Caraffa, el Palacio Ferreyra, remodelado también en 2007 como Museo Evita, exhibe la colección que pertenece al Museo Caraffa. Allí está la historia de la pintura provinciana, desde sus orígenes hasta promediar el siglo XX, rica en pinturas de Fader, Policastro, Spilimbergo, Ramón Gómez Cornet. Además del estupendo grupo de metafísicos cordobeses escasamente conocidos: Ernesto Farina, Diego Cuquejo y José De Monte.

Guillermo Alonso, director durante años del Museo Nacional de Bellas Artes, hoy radicado en Córdoba, tiene a su cargo el patrimonio provincial de los museos. El martes pasado abrió los tres museos cerrados por la pandemia e inauguró más de una docena de muestras. Pero las 32 obras elegidas entre las 80 de las Bienales y los Salones IKA, son motivo de orgullo y Alonso disfruta al contar la historia de esta colección demostrativa de las expresiones de las diversas vertientes que se cruzan en esos años. Así, reflexiona sobre las abstracciones de Jesús Soto y César Paternosto o el feroz dramatismo de Ernesto Deira y Rómulo Macció. Entretanto, observa una excepcional pintura de Jorge De la Vega, cuando nuestro artista descubre el mundo de las multitudes, los cuerpos que se amalgaman y deforman. Allí están los rostros con las sonrisas gelatinosas y estereotipadas de las tandas publicitarias donde las imágenes se suceden veloces y se fragmentan. De la Vega pintó con humor, pero también con cinismo, un Pop con colores artificiales y formas alucinadas. Por el contrario, Delia Cancela y su marido, Pablo Mesejean, miraban la cara color rosa de la vida y “Rita Tushingham” es una pintura formidable. La actriz figura en el manifiesto que dice: “Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas y plateadas, a Sonny and Cher, a Rita Tushingham y a Bob Dylan. Las pieles, Saint Laurent y el Young savage look, las canciones de moda, el campo, el celeste y el rosa, las camisas con flores”.

Dejá tu comentario

Te puede interesar