Isabel Sarli sacaba a los sopapos a los chicos que se metían en el laboratorio para espiar sus películas, Tita Merello espantaba con guarangadas a la gente que la miraba, la fábrica de cigarrillos donde se filmó 1 era la de Nobleza, luego Nobleza Picardo y hoy Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde fumar está mal visto. Curiosidades e ironías como ésta sazonan el documental de Pablo Torre “Mi padre y yo”, evocación de Leopoldo Torre Nilsson que también incluye otras rarezas.
Torre Nilsson y los Carreras, evocados en sendos documentales
"Mi padre y yo", de Pablo Torre, uno de los hijos del centenario cineasta argentino, y "Amor y cine", de Victoria Carreras, sobre sus padres Enrique y Mercedes Carreras, coinciden en las novedades en pantalla
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Leopoldo Torre Nilsson durante el rodaje de "Martín Fierro" (1968)
Por ejemplo, que el circunspecto director argentino, de notable miopía, fue jurado en Venecia 1961 junto al creador de “Mr. Magoo”, el inefable John Hubley. O, más curioso todavía, que en un hotel de Nueva York Torre Nilsson creyó que el ascensorista usaba peluca, y resultó ser Ringo Starr, que se entretenía subiendo y bajando mientras esperaba a sus compañeros. Al menos, así se lo contó a sus hijos, cuando eran niños.
Ahora en mayo, el autor de “La mano en la trampa” hubiera cumplido 100 años. Vivió apenas 54, y en ese corto tiempo hizo 28 largos, un mediometraje, tres cortos, una serie, codirigió otros largos con su padre, dirigió teatro, alguna publicidad, escribió, fue discutido, vilipendiado y admirado, sufrió incomprensiones y censuras, produjo obras de riesgo de jóvenes cineastas, ganó y perdió fortunas, ganó y perdió premios en festivales, abrió camino a las siguientes generaciones.
Su hijo menor le dedica ahora un breve repaso biográfico, ilustrado por una charla del propio Torre Nilsson con Soler Serrano para el programa español “A fondo”, breves anécdotas de Graciela Borges y Norma Aleandro, y fragmentos de diversas películas (“El crimen de Oribe”, “La casa del ángel”, “El secuestrador”, “Fin de fiesta”, “Piel de verano”, “La terraza”, las que hizo en Puerto Rico, las comerciales, y otras, no todas, pero todas en buena copia).
Es un repaso forzosamente incompleto, donde faltan varios títulos, apenas se menciona a Javier, el otro hijo, y quedan sin respuesta las preguntas personales: “¿Lo conocí realmente?”, se repite Pablo con voz apagada, ante el recuerdo de un hombre “huraño, oscuro” y a la vez “mundano, seductor”. Beatriz Guido, en cambio, era simplemente “exagerada, complaciente, fantasiosa”. Y también, ante la ausencia de mayores menciones o el recuento de escasos homenajes, la otra pregunta: “¿Funciona así el olvido?”.
"Mi padre y yo” (Argentina, 2024); Dir.: Pablo Torre; documental.
"Amor y cine"
“Película hecha con calidez, cariño y orgullo, acariciando la memoria emotiva del público”, dijimos cuando “Amor y cine” se presentó, fuera de concurso, en noviembre último en Mar del Plata, ganándose el corazón de los espectadores. Era lógico que se estrenara en La Feliz, porque sus protagonistas son ya una parte muy querida de aquella ciudad. Y es natural que ahora se estrene en el Gaumont, porque su público es justo el que llena casi diariamente ese complejo, buscando a precios reducidos algo de buen cine nacional.
Se trata de un documental de Victoria Carreras sobre la trayectoria de sus padres: el recordado Enrique Carreras, prolífico director de cine popular, teatro y espectáculos musicales, y Mercedes Carreras (ambos en la foto), actriz, musa, consejera y soporte de su marido a lo largo de intensos años. Pocos lo saben, pero antes que existiera la Ley de Cine, cada vez que Carreras quería hacer una película hipotecaba su casa, tanta era la pasión que tenía, y tanto su entusiasmo y su confianza en el público.
E hizo casi cien películas, la mayoría comedias musicales y/o sentimentales, pero también cine fantástico, parodias, recreaciones y algunos dramas de los llamados testimoniales, inspirados en hechos del momento, como “Los evadidos”, y una que definió el género en Argentina: “Obras maestras del terror”, con la actuación, la mano y la voz de Narciso Ibáñez Menta.
Victoria, que ya hizo el singular y emotivo “Merello x Carreras” (la amistad de la vieja actriz con la familia) e “Hijas de la comedia” (ella, sus hermanas y su madre, y el placer y la inquietud de pisar los escenarios), cuenta ahora, con filial entusiasmo, los comienzos de su padre y sus tíos en el cine, la aparición de una muchachita de igual apellido pero ningún parentesco, el casamiento, y a partir de allí la creación simultánea de un hogar y un montón de películas, amén de decenas de temporadas veraniegas siempre rebosantes de artistas y de espectadores.
Abundan las anécdotas, las imágenes de archivos diversos y la sucesión de figuras queridas, muchas de las cuales han acompañado al público a lo largo de la vida. Desde 1951 hasta 1991 Carreras padre trabajó con casi todos los comediantes y cantantes del país, y con unos cuantos actores dramáticos, desde los hermanos Andreu, Alfredo Barbieri, Amelita Vargas (bueno, ahí hubo algo más que una relación profesional), Juan Carlos Thorry, Analía Gadé, Battaglia, Adrianita, Lola Membrives, Palito Ortega y Luis Sandrini en adelante. Y sus hijas, por supuesto, que aquí lo recuerdan. Linda evocación, que deja buen recuerdo incluso en aquellos que, con aire superior, siempre desdeñaron el cine popular.
Amor y cine” (Argentina, 2023); Dir.: Victoria Carreras; documental.
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