Más reducido en páginas de lo que suele estilarse con los bestsellers, «La chica que amaba a Tom Gordon» presenta, además, la peculiaridad de ser menos terrorífico que otros libros del autor.
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Trisha McFarland es una niña de casi diez años que, haciendo una excursión por la Senda de los Apalaches junto a su madre y a su hermano Pete, se extravía. Nueve jornadas ha de durar su camino errático y solitario. Atrevesará bosques y pantanos, seguirá confiada unos arroyos que desaparecerán bajo la tierra, soportará lluvias y tormentas eléctricas. Para agravar la situación, una sombra ominosa que sólo al final descubrirá su identidad acompaña los desplazamientos de la pequeña Trisha.
El ángel guardián de la niña se llama Tom Gordon; es el jugador de béisbol que ella ama; con cierta dosis de fanatismo sigue todas sus actuaciones. Gracias al walkman que lleva en la mochila puede sintonizar, en lo más cerrado del bosque y la noche, los partidos que disputan los Red Sox, el equipo al que pertenece Tom. Stephen King relata con habilidad la odisea de la chica. Es obvio que trabaja un terreno abonado por una tradición casi milenaria: la de los cuentos infantiles y populares. En ellos hay niños perdidos, deliberada o involuntariamente; padres que los buscarán o que serán responsables del extravío; bosques repletos de peligros, muchos de naturaleza fantástica.
Pero «La chica que amaba a Tom Gordon» no encuentra a su lector; el adulto casi seguramente lo juzgará un libro infantil, por no decir ingenuo, y el niño no entenderá algunas cosas (ciertas alusiones sexuales permiten inferir que King no ha pensado en chicos de diez años como posibles lectores de la novela). Otra circunstancia conspira contra la masiva aceptación del texto. Y es que ha sido estructurado sobre la base de un partido de béisbol, y hay referencias continuas a las figuras estelares, a las reglas del juego, a la Liga Norteamericana, etc.
Pero fuera de la nación de Trisha y de Cuba o de algún punto del Caribe, no es el béisbol deporte que se practique mucho; entonces, las referencias aludidas no despiertan eco. En otro orden de cosas, la traducción española se encuentra plagada de modismos peninsulares.
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