23 de julio 2008 - 00:00

"Una mujer partida en dos"

Ludivine Sagnier es lo único lindo de una película que más que retratar perversiones, contemplaprocesos mentales, inquietudes sensoriales y morales.
Ludivine Sagnier es lo único lindo de una película que más que retratar perversiones, contempla procesos mentales, inquietudes sensoriales y morales.
«Una mujer partida en dos» (La fille coupée en deux/Die Zweigeteilte Frau, Alemania-Francia, 2007, habl. en francés). Dir.: C. Chabrol, Guión: C. Chabrol, C. Maistre. Int.: L. Segnier, B. Magimel, F. Berléand, M. May, C. Sihol.

Maestro del cine de intriga policial con policías muy al fondo del relato, a veces tan al fondo que ni aparecen, el veterano Claude Chabrol viene haciendo películas y especiales televisivos, sin parar, desde hace exactamente 50 años, cuando debutó con «El bello Sergio», donde alguien volvía al pueblo y advertía que el amigo pintón y triunfador de antes había cambiado, por causas extrañas.

Desde entonces, Chabrol tiene como asunto favorito eso de meterse en un pueblo y ver qué causas extrañas mueven los comportamientos de gente en apariencia envidiable. Eso sí, es fama que elige las locaciones no por razones dramáticas, sino por su cercanía con buenos restaurantes. Por ahí también las elige como un guiño, tal el caso que ahora vemos, cuyo lugar clave es una lujosa casona de Rhone, la Maison dans la Foret, creación del arquitecto Dominique Bourreau.

Otro arquitecto, Stanford White, creador del Madison Square Garden, inspiró inicialmente el relato. Hombre exitoso, lo mató el marido de su joven amante. El caso llegó al cine («El escándalo del siglo», con Ray Milland, Joan Collins, Farley Granger, y también, lateralmente, «Ragtime», con Norman Mailer y Elizabeth McGovern), fue un hecho resonante, pero no tenía nada novedoso. En verdad, siempre hubo chicas ambiciosas, fascinadas por algún veterano exitoso que las pervierte, y luego casadas con algún potrillo ansioso que las cela. Lo interesante en este caso es que Chabrol, viejo zorro, cambia al tipo de profesión, ambienta el asunto en Lyon y alrededores (donde hay buena gastronomía), y desplaza su atención hacia la chica.

¿Ella es tan inocente como alguien puede creer, ya que está bien educadita, o es medio trepadora, y en su afán de crecimiento y de emociones fuertes se siente atraída por cierta sensación de sentirse perversa ella también? «La perversidad es el arte de transformar el bien en mal», ha dicho el realizador, que proclama tener una mirada de entomólogo sobre la naturaleza humana, y anota de qué modo las especies se controlan y comen entre ellas, con la mayor naturalidad (o discreción) posible. A esta chica le gustan el control y cierta comida. Lástima que, en algunas cosas, todavía es medio ingenua. Y, peor todavía, el muchacho que la ama es medio loquito.

No corresponde contar más, aunque seguramente el lector ya se la vea venir. Dejemos claro, eso sí, que quien busca contemplar perversiones puede quedarse en casa mirando la tele. Lo que aquí se contempla son procesos mentales, inquietudessensoriales y morales, tendencias de dominio, que Chabrol expone con hábil pintura de rostros, diálogos ácidos, toques de humor negro, elenco brillante, música incisiva, clima seco y extraño, unos seres que viven, cada cual, en su propio mundo de apariencia. Y la realidad está afuera del auto, de la casa, de la fiesta, de la pantalla (ella trabaja en televisión). Y a veces está adentro, si la quieren mirar, pero no es una linda realidad. Linda sólo es la protagonista, Ludivine Sagnier.

La asistente de dirección de Chabrol desde «La comedia del poder», es ahora también la coguionista, Cécile Maistre, y aparece en un personaje de reparto casualmente llamado Cécile. Un hijo de Chabrol, Thomas, hace de maitre, y otro hijo, Matthieu, hace la música. ¿Quién hace el script? Aurore Chabrol, la esposa. Lo que se dice, un negocio de familia, con producción anual asegurada.

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