Si se realiza un recorrido a lo largo de la historia es posible encontrar varios momentos en los cuales las nuevas tecnologías generaron cambios trascendentales. Inventos como la rueda, el arado, la imprenta, la máquina a vapor, el telégrafo permitieron grandes avances y, a su vez, generaron algunas sombras. La tecnología posibilita una mejora en la forma de trabajar, reemplazando tareas que requieren gran esfuerzo físico, que son repetitivas, habilitando mayor tiempo libre. A la vez, ocasiona cambios profundos que generan incertidumbre: en muchos casos algunas modalidades de producción quedan obsoletas y desaparecen oficios y profesiones de manera completa.
Los claroscuros de la innovación tecnológica
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La transformación que produce la tecnología va más allá de la “forma de hacer” propia de cada sociedad: también nos cambia como individuos, modifica la manera de relacionarnos y altera profundamente el modo en que concebimos nuestra sociedad. Los valores sufren el impacto de estos cambios. Los entornos conocidos se transforman y muchas veces no es posible saber hasta qué punto se modificará el contexto en el que nos movemos.
El uso de dispositivos y redes para comunicarnos constituye hoy uno de los desafíos que abre interrogantes con áreas de luz y de oscuridad. Recientes investigaciones analizan este fenómeno en el ámbito laboral: “Global Work Connectivity”, un estudio de Future Workplace y Virgin Pulse publicado en noviembre último, revela que un empleado pasa casi la mitad de su día de trabajo utilizando tecnología para comunicarse con otros; como consecuencia, se reduce notablemente la interacción directa con las personas. Adicionalmente, la investigación destaca que, como resultado de esta modalidad de relacionamiento, más de la mitad de la gente admite sentirse sola casi siempre.
En nuestra vida cotidiana ya no resulta novedoso que en los espacios tradicionalmente públicos se observe a las personas inmersas en una conversación con su compañero presencial al mismo tiempo que responden con audios o de modo escrito a los cuatro o cinco grupos de whatsapp que se encendieron en simultáneo. Esto sin mencionar la frecuencia con la que hoy cualquiera puede estar expuesto a escuchar en el subte, tren, colectivo o ascensor alguna conversación laboral o pelea familiar o hasta entretenerse de reojo con una serie o algún jueguito que el compañero de ruta guste activar durante el trayecto… Como si un mundo paralelo al contiguo del espacio físico se apoderara de la escena y nos transportara, a veces sin darnos cuenta, a veces sin pedirnos permiso.
Sherry Turtle, catedrática Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología en el Instituto de Tecnología de Massachusetts define esta modalidad de vincularnos del siguiente modo: “el sentimiento de que nadie me está escuchando hace que queramos pasar más tiempo con las máquinas, a quienes parecemos importarles”.
La tecnología se instaló como el año pasado los juegos olímpicos en la Ciudad de Buenos Aires. Los tradicionales anillos de la competencia, que suelen representar la participación de los atletas de diferentes geografías continentales y que se entrecruzan en un dibujo que destaca lo particular y el conjunto de la acción deportiva, parece una buena imagen para visualizar esta convivencia de todos estos diferentes mundos.
Convivimos en simultáneo con comunidades que acceden sin dificultad a un entretenimiento virtual junto con grupos sociales que requieren de un tiempo de transición entre la extrañeza y la aceptación. Convivimos entre quienes con protagonismo se apropian de los nuevos mundos y quienes añoran los usos y costumbres de prácticas menos mediatizadas por la tecnología. Convivimos los que estamos sobre adaptados a las nuevas tecnologías con los desconectados.
Así como los juegos olímpicos son competencias ancestrales de destrezas de seres humanos que han requerido reglas claras que establezcan desde quién es el ganador y qué significa el juego limpio, estos nuevos mundos que habitamos empiezan a demandar la construcción de una nueva ética de funcionamiento. Y plantean el desafío de encontrar otras maneras de conectarnos, vincularnos e integrarnos. Nuevas preguntas y nuevas respuestas para situaciones que la humanidad transitó en diferentes momentos de la historia.
(*) Docentes del Departamento de Economía y Desarrollo Profesional del ITBA
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