21 de febrero 2013 - 22:40

Tres historias a un año de la tragedia

María Luján Rey.
María Luján Rey.
Hablar de un año es hablar, en datos obvios y concretos, de 365 días. Así transcurren cuando la vida es lo más parecido a la normalidad. Hay quienes, desgraciadamente, sienten que 12 meses son mucho más que un número. Sopesan, desgarran y alertan sobre lo que fue y ya no es. El dolor, que no debe juzgarse, puede tomar formas inesperadas y sacar a relucir rasgos inéditos en cada persona.

El 22 de febrero un tren de la exlínea Sarmiento chocó en Once contra el sistema de paragolpes de contención con 1.200 pasajeros a bordo. De ellos, 51 murieron y más de 700 resultaron heridos. Esa cifra se multiplica al tener en cuenta que también son víctimas los familiares y amigos de cada muerto y de cada herido. Ellos transformaron el dolor en lucha en búsqueda de un objetivo común: justicia.

• María Luján Rey: "La cara visible de la corrupción es la muerte"

El día de la tragedia, Lucas Menghini Rey iba a trabajar, como siempre, desde el oeste bonaerense hacia Capital. La historia del joven de 20 años es tristemente conocida por haberse convertido en la última víctima fatal, hallado luego de casi tres días en un pequeño habitáculo originalmente pensado para un motorman y, hasta hace un año, utilizado por quienes intentaban hacerse lugar en un medio de un transporte donde lo ideal está muy lejos de lo real.

"Cambió todo, uno siente que la vida gira en torno a esta situación", dice María Luján Rey en un bar de la estación donde su hijo encontró la muerte. Ella, junto a Paolo Menghini, padre de Lucas, es una de las caras más visibles en esta causa que ya se elevó a juicio. Esta visibilidad, ella la explica así: "Al plus de las 50 muertes del día miércoles le tenemos que sumar 66 horas más de búsqueda porque quienes tenían que buscarlo decidieron no buscar más. La gente, aún sin conocerlo a Lucas, esperaba que apareciera con vida, era como ganarle un pedacito al trágico 22 de febrero". "Algún día todos se enterarán que si subían dos escalones del estribo y miraban, lo encontraban", agrega.

Para realizar esta nota, Luján viajó en tren. No sólo porque es el único medio de transporte que conecta a San Antonio de Padua con la Ciudad sino porque cree que ya no puede pasarle nada peor. "No soy de viajar todos los días en tren, lo uso eventualmente y si puedo evitarlo, lo evito. Ya lo evitaba de antes. Tengo que decir que subo con la tranquilidad de que en el tren que me suba no va a pasar nada porque yo ya tuve toda la mala suerte que podía tener. Hay pocas probabilidades de que me vuelva a tocar a mí una tragedia en el Sarmiento", dice.

Y así como se anima a subir a aquellas formaciones, observa y analiza su estado: "Uno puede darse cuenta que en el Sarmiento se corre el riesgo que se corría un año atrás, porque así se ve, por más pintado que esté, por más plasma que haya. Lo que vemos es pintura, es maquillaje. Podemos viajar contentos porque los maquillaron o podemos saber que atrás de ese maquillaje siguen las mismas arrugas. Todo lo que redunde en un beneficio para el usuario está buenísimo pero a mí no me sirve de nada tener un plasma si cuando llega a la estación no va a frenar".

María Luján, que es profesora de geografía, se adentró en la causa y se informó de cada detalle. Con los datos analizados y en medio de un proceso judicial de rápido avance, sostiene: "La cara visible de la corrupción es la muerte. Once no escapa a eso. La causa de la tragedia puede ser la ambición desmedida. Con menos del 10% de lo que han recibido los Cirigliano en subsidios les alcanzaba para que todos los trenes tuvieran compresores nuevos para frenar. La desidia, la ambición desmedida, el desinterés por la vida del otro, el menosprecio por los laburantes y los estudiantes que viajaban en el tren, la falta de amor a su nación y la corrupción. Y la corrupción porque los empresarios no podrían haber hecho esto si no hubiesen tenido la anuencia del funcionario de turno. Es tan importante que la Justicia los condene porque también es un ejemplo para todos los que vengan, para que cada uno que decida asumir una función pública sepa la responsabilidad que le cabe con lo que decide hacer".

La mujer que reflexiona acerca de las reacciones del común de la gente y señala que "estaría bueno pensar 'me podría haber pasado a mí'", finaliza: "Cuando nosotros empezamos a caminar con la justicia yo tenía mucha gente que me decía 'en este país nunca pasa nada', 'la justicia de acá no sirve'. Si yo me creyera ese discurso me hubiera quedado en mi casa llorando y no luchando junto a otros familiares. La postura nuestra no fue 'confiamos en la justicia y se lo dejamos': acompañamos cada paso que dio y lo seguiremos haciendo. A medida que salieron las imputaciones, los procesamientos y el juicio, mucha gente tuvo que reconocer que no nos equivocamos. Es una gran oportunidad para que la justicia se reencuentre con el pueblo y para que el pueblo vuelva a confiar en la justicia".

• Norma Barrientos: "Viajé todos los días de Dios en el tren y ya estaba acostumbrada"

Las clases aún no comenzaban y Norma Barrientos se dirigía al trabajo junto a su hija Karina Altamirano, de 14 años. Porque sí, porque estaba de vacaciones y le gustaba acompañar a su mamá, quien en ese entonces se desempeñaba como niñera y viajaba todos los días desde Moreno a Capital. Pero ninguna de las dos llegó: Norma resultó herida y Karina falleció.

"Yo estaba yendo a mi trabajo a cuidar chicos, a las 8 me esperaba mi patrona. Mi hija quería venir, para estar conmigo, para acompañarme. Me cambió todo, cambió toda mi vida porque perdí a mi hija", recuerda Norma con la voz entrecortada.

La mujer habla de ese viaje detalladamente, aunque probablemente sea difícil imaginarlo para quienes no estuvieron allí: "Cuando pasa de Caballito a Once, tendría que haber ido mermando la velocidad pero seguía yendo rápido. Cuando entramos a la estación de Once pensé, '¿en qué momento va a parar este hombre?'. No hice más que pensar eso y pasó todo".

Además del dolor por la pérdida de su hija, imposible de describir en ninguna crónica, Barrientos sufrió más secuelas: "Yo ando rengueando, no quedé bien. El problema lo tengo en la pierna izquierda. Lo único que me dijeron es que esta secuela y este dolor lo voy a tener de por vida, fue como un hundimiento con hematomas".

Luego de ese fatídico 22 de febrero, Norma decidió no viajar más en ese tren: "No lo uso más y no pienso volver a hacerlo, así lo hagan nuevo. Si hay mejoras, bienvenidas sean por la gente que lo usa todos los días. Esto ya tendría que haber pasado hace mucho tiempo, no después de la tragedia".

Tanto la mujer como su hija viajaban en el primer vagón, donde se concentraron la mayoría de las víctimas fateles,: "Yo venía cerca de la puerta del motorman y escuchaba que él decía que los frenos no le respondían, a cada rato lo decía. Pero bueno, uno no sabe, yo viajé todos los días de Dios, toda mi vida en el tren y ya estaba acostumbrada. Si hubiera sabido que iba a pasar esta tragedia, agarro a mi hija, le aviso a la gente y me bajo".

Norma no disimula la tristeza que esta tragedia ocasionó en su vida, donde hay un antes y un después de ese día en Once. Al mismo tiempo, participa de marchas y convocatorias para reclamar justicia tanto por Karina como por el resto de las víctimas. "Mi vida la tengo que seguir sí o sí porque tengo a mis hijos y a mis nietos. Me despierto y ella me da la fuerza, hago de cuenta que la tengo al lado mío siempre. Todo el día me la paso hablando de ella, voy al cementerio, hago lo que cualquier mamá haría", afirma.

• Mónica Bottega: "Los asesinos de mi hija tienen que ir presos"

Tenía 24 años, era diseñadora de indumentaria y, ocasionalmente, tomó el tren para comprar en Once materiales para sus productos. Tatiana Pontiroli vivía en San Antonio de Padua y, ese día, rechazó el ofrecimiento de su papá de ir a Capital en el auto familiar.

"Tati ese día iba a ir a Once para comprar algunos accesorios. Ella era diseñadora de indumentaria e iba a empezar un microemprendimiento. No era usuaria del tren, lo tomaba esporádicamente cuando tenía que hacer algo en Capital", asegura su madre, Mónica Bottega.

La mujer es una más de aquellos que, tras la tragedia, no utiliza el tren: "No podría subir al Sarmiento. Tengo otra hija de 22 años que trabaja en Puerto Madero, nosotros vivimos en Padua y le pedimos que el tren no se use, que se maneje en combi o en auto".

Quienes viven en el oeste bonaerense saben de los contratiempos y riesgos que supone la exlínea Sarmiento, claro que antes del accidente la visión era distinta: "Siempre se habló del hacinamiento. En horas pico siempre fue un trastorno viajar. Pero no teníamos conciencia que estaban en estas condiciones, que el parachoque no funcionaba, que la amortiguación tampoco, que el motorman tiene que tener una experiencia determinada para manejar esas formaciones en hora pico, que los trenes no cuentan con velocímetro... de eso nos enteramos después de la tragedia".

Bottega está segura que la causa de la tragedia que se cobró 51 vidas es la corrupción: "Cuando hablamos de corrupción, hablamos de personas. Hay que reeducar y saber dónde está el límite y la medida. Tatiana se murió porque no hubo un límite. La justicia se tiene que revindicar y demostrar que hay justicia". Sobre el curso de la causa, sostiene: "La investigación cuenta con todo mi respeto. Estamos conformes con el procedimiento del juez Claudio Bonadío".

Mónica sostiene que la muerte de Tatiana le dio "fortaleza" y que lucha por obtener justicia bajo la convicción de que "los asesinos de mi hija tienen que ir presos". No obstante, aclara: "Lo que uno no puede es tener el entusiasmo de vida que tenía antes de su fallecimiento. A Tati no le respetaron ni la intimidad de la muerte, tuvo que morir con un montón de gente de la peor manera".

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