«No confíes en los que dicen que te quieren», habrá pensado George W. Bush, en su visita a Fushe Kruje, un pequeño pueblito de Albania donde, curiosamente, el presidente de EE.UU. goza de una gran simpatía. Es que mientras estrechaba las manos y repartía besos a los habitantes desapareció el reloj que llevaba en su muñeca izquierda. Todo sucedió cuando la gente del lugar, al grito de «Bushi, Bushi», se abalanzó sobre él (foto) y sobrepasó la legión de custodios que intentaba protegerlo. Los portavoces de la Casa Blanca dijeron no tener constancia de que Bush hubiera perdido el reloj y mucho menos de que éste le hubiera sido robado. Pero los periodistas que cubrieron el hecho dieron constancia de la cara de sorpresa del presidente cuando advirtió que el reloj había desaparecido. Teniendo en cuenta este episodio y lo que sucedió con una de sus hijas -cuando fue robada mientras caminaban por la calles de San Telmo acompañada por varios guardaespaldas- debería hacer pensar ya a Bush acerca de la eficiencia de su custodia.
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