Berlín (Bloomberg) -Rochus Misch, ex guardaespaldas, telefonista y mensajero de Hitler, fue la última persona en escapar viva del búnker donde el líder nazi pasó sus últimos días.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Ahora con 90 años e incapaz de satisfacer los muchos pedidos de entrevistas que le hacen, Misch ha decidido publicar su historia. «Der letzte Zeuge» («El último testigo») fue motivado principalmente por su deseo de aclarar detalles que, según dice, fueron mal interpretados en reconstrucciones como la película de 2004 «Der Untergang» («La caída»), protagonizada por Bruno Ganz.
La perspectiva de Misch sobre «el jefe», como él y sus colegas se referían a Hitler, no es la historia de un monstruo racista obsesionado por la idea de dominar el mundo y exterminar a todo un pueblo. Nos muestra el Hitler privado, con datos minuciosos de lo que comía (montones de papilla de avena por sus persistentes problemas estomacales), sus pequeños actos de amabilidad hacia el personal, su insistencia en tener una botella de agua caliente para los pies a la noche y su afecto por su perro Blondi.
La actitud de Misch hacia Hitler era de sobrecogimiento: cuando empezó a trabajar en la cancillería, u oficina administrativa, del Estado, temía cruzarse en su camino. A la vez, también recuerda pequeñas amabilidades de Hitler hacia él: la atención del médico personal del líder nazi una vez que parecía enfermo, un regalo de vino para su boda y un pase para la noche a fin de que saliera con una chica.
«El Hitler privado era un hombre normal, simple, la persona más simple que he conocido», escribe. «Sólo para el mundo exterior se vestía de su papel de líder, en el que todo debía ocurrir de acuerdo con el protocolo y el desempeño debía ser perfecto».
Hacia el final, Misch era uno de los tan sólo cinco habitantes del búnker, con Hitler, Braun, Goebbels y un técnico. Le irrita que el film «Der Untergang» muestre al búnker como un ajetreado centro neurálgico con constantes idas y venidas.
Nos enteramos que Braun, a quien Misch admiraba mucho, se pintaba los labios y usaba ropa elegante hasta el fin, y que ella y Magda Goebbels juraron seguir a sus hombres en la muerte. «Hemos vivido con ellos, moriremos con ellos», recuerda que dijeron.
«A diferencia de Braun, Hitler estaba destrozado. Se movía con pesadez, arrastrando una pierna tras otra. Su mirada con frecuencia estaba perdida, su sentido del equilibrio parecía dañado», dice Misch.
Misch estaba a punto de tomar la pausa del almuerzo cuando Hitler se suicidó. Vio los cadáveres del dictador y Braun -que se habían casado en el búnker el día antes- sentados donde habían muerto. Miró cuando se llevaban al cuerpo de Hitler, «envuelto en una manta gris que era demasiado corta para cubrirlo completamente, y sus pies sobresalían por un extremo».
En uno de los más espeluznantes pasajes, Misch describe cómo Magda Goebbels vistió a sus seis hijos con largos camisones blancos y los peinó, hablándoles suavemente antes de asesinarlos en sus camas. Reapareció más tarde con los ojos enrojecidos pero sin llorar, y se sentó ante una mesa a jugar un solitario.
Dejá tu comentario