José María Díaz nació Uranga, el pequeño pueblo rural con pleno empleo de Santa Fe, ubicado a 30 km de Rosario y a 210 km de Buenos Aires. Es hijo de un peón de campo y una empleada de panadería, que no tuvieron expertice empresario. Su historia comenzó al término del secundario, a principios de los ochentas, cuando decidió irse a vivir a Rosario con una tía para estudiar tecnicatura en biología en la universidad y trabajar. Por un contacto, recayó en una carpintería donde aprendió las tareas básicas del oficio, sin saber que esa sería su nueva pasión, un negocio que hoy prevé facturar $5.000 millones por mes con la mueblería Valenziana.
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Estudió biología, vivió en España, pasó las crisis y hoy prevé facturar $5.000 millones por mes con la mueblería Valenziana
José María Díaz comenzó fabricando cunas, luego camas, mesas, sillas y sillones. Hoy lidera una fábrica de muebles con 60 locales, 250 trabajadores y un ambicioso plan de expansión. La historia de un emprendedor y de Uranga, el pueblo con pleno empleo de Santa Fe.
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“Trabajé seis meses hasta que un día llegué y estaba cerrada. Lo habían embargado al carpintero. A partir de ese momento, el carpintero me deja de pagar, pero me dejaba usar las máquinas para hacer mis propias cosas, que todavía no eran piezas sofisticadas ni nada. Y un día vino alguien y me ofreció fabricar sillas. Ahí mi patrón me dice: si agarrás el negocio vos, yo te ayudo, pero hacelo vos. En ese momento hice mis primeras 60 sillas”, relató en una amena charla en el patio central de la fábrica, durante una visita programada para Ámbito.
Tras dejar los estudios de lado- fue solo dos semanas a la universidad-, se hizo cargo de la carpintería y encaró una incipiente carrera profesional. Su padre le pidió que regrese al pueblo para tenerlo más cerca y allí alquiló un antiguo galpón, que hoy es parte de la empresa. Pero en el camino, a los veintitantos, decidió probar suerte en el exterior. Pensó en viajar a Estados Unidos para contactar a un arquitecto conocido de la familia, pero finalmente emigró a España con su pareja. Más precisamente a Málaga, aunque fue Valencia la ciudad que años más tarde inspiró a su negocio. “Era un polo productivo, mueblero fuertísimo. Más que Milán. Milán tiene la patente, pero en Valencia eran muy productivos, hacían muchas cosas y muchas cosas muy bien”.
En ese viaje adquirió todos los conocimientos suficientes del rubro y tuvo a sus dos hijas mayores, próximas herederas del mando de la compañía. “España me sirvió para ver otras cosas, me despertó ideas, hice acciones de venta fuera de hora, pude ver cosas útiles, otro tipo de comercialización. Me dediqué a tratar de aprender todo lo posible y lo que más entendí es que el que manda es el mercado: podés tener muy buenas ideas, originalidad, manos y herramientas, pero si el mercado no lo pide no lo vendés”, subrayó.
Luego de varios años de estadía, trabajo y capacitación en España, decidió regresar con su familia al país. Durante un tiempo trabajó para una mueblería de Córdoba hasta que decidió volver al viejo galpón carpintero y abrir una fábrica nueva. Para ello, contrató a un matrimonio de brasileños expertos en diseño de muebles que conoció en Europa y los albergó en Uragana. Paso a paso fue creciendo hasta que consiguió un nuevo predio, donde hoy está ubicada la fábrica. Un crédito del Bicentenario para pymes lo apuntaló. Sin embargo, en el trayecto atravesó múltiples crisis económicas, megadavaluciones y procesos de alta inflación, de los que tuvo que salir con ingenio y solidaridad.
“Yo inventé el billete de 50 pesos” ¿Cómo que inventaste el billete de 50 pesos? “Claro, en plena crisis agarré talonarios de vales, esos chiquititos, y les ponía vale por 50 y lo firmaba. Se lo daba a la gente y tenía acordado con dos almacenes de Uranga que los tomaran, y a fin de mes iba y se los cambiaba. Así, cada trabajador tenía por lo menos un vale para llevarse, y podía comprar la mercadería”.
Aunque Jose María admite que lo peor fue el 2001, también recuerda enseñanzas. “Cuando explota el 2001 no había laburo para todos en la fábrica. Los junté a todos y pregunté: ¿Qué hacemos? ¿Repartimos lo que hay? ¿O echamos a los últimos y nos quedamos los más viejos? ¿Qué hacemos? Mi opinión era quedarnos todos y trabajar un poquito y comer. Que comamos todos, pero ellos tenían que decidir también, y decidieron trabajar menos y repartir lo que había. Y así fue, hasta pusimos a funcionar dentro de un gallinero un hornito que habíamos comprado tiempo atrás para hacer pan. Una de las chicas sabía hacer pan, yo traía las boslsas de harina, lo cocinábamos y cada uno se llevaba el pan”.
Esas experiencias son las que forjaron una conducta empresarial, pero también humana. Con los años, algo de financiamiento y mucha reinversión de lo ganado, José María pasó de fabricar cunas -la primera fue para una de sus hijas- a camas para adolescentes, luego escritorios y cuchetas, y más tarde muebles para dormitorio de adultos, para living y comedor. Hoy son líderes en la fabricación de sillones, sofá, sillas, mesas y todo lo que hay en una casa. Prontamente inauguran la fábrica de accesorios e instalaciones para cocinas y hasta sus colchones propios.
Pero todo ese trabajo no se pudo lograr sin una filosofía clara y eficiente, que contagie a los empleados a trabajar en equipo, con un mismo objetivo, y con la intención de mejorarle la vida a la gente. “El mueble te viste en la casa, tiene que ser algo que te dé gusto de estar en tu casa. Y tampoco es tan costoso que vivas bien, porque los muebles mejoran la calidad de vida un montón. Es donde comes, desayunás, a veces trabajás, te encontrás con tus hijos, tu familia, una mesa y las sillas es el lugar de encuentro. La gente no le da tanto valor, pero tiene mucho valor. Es una inversión que vas a disfrutar todo el año, todos los días. Eso es lo que nosotros tratamos de transmitir, que es lo que no transmite la mueblería común”.
Los números de la mueblería
Otro de los pilares de Valenziana es Rodrigo Díaz, gerente general de la empresa. “Desde que arrancamos con los muebles infantiles fuimos viendo que los diferentes sectores del hogar en cuanto a muebles siempre facturaron más que las cunitas de bebé, que fueron nuestros productos fundacionales. Las camas de adultos se vendían más, entonces se facturaban más, los comedores pasaban lo mismo, con los sofás pasa lo mismo y con las cocinas va a pasar lo mismo”, cuenta durante una recorrida por la fábrica.
¿Por qué considera que la unidad de cocinas va a ser un éxito?, se le preguntó. “Por el valor que tiene el producto que nosotros queremos hacer, y porque es algo que se renueva en nuestro nicho de mercado. La construcción sigue creciendo, entonces creemos que el monto de facturación va a aumentar mucho”, advirtió.
En 2022 Valenziana registró crecimiento de ventas. En 2023 cayeron por problemas con las importaciones, fundamentalmente. En 2024 van 30% debajo de lo previsto, por la recesión. Pero para 2025 está ilusionados: quieren duplicar la facturación actual.
“Arrancamos este año con una merma del 50% en la demanda hasta abril, que empezó a repuntar. Ahora estamos bien llegando a los objetivos, que los tenemos divididos en tres grupos, medidos en metros cúbicos, por la capacidad de un camión de carga: 1.400, 1.800 y 2.000. En los últimos dos meses ya llegamos al segundo objetivo”, sostuvo Díaz, que también vive en Uranga junto a su familia.
Hoy la fábrica factura unos $1.300 millones mensuales, pero si le suman las ventas en los 60 locales esa cifra llega a $2.600 millones. Para el próximo año la meta es subir a $5.000 millones de facturación global mensual. El desafío está planteado.
En los planes de expansión también figura la apertura de nuevos locales. “Para tener una cobertura a nivel nacional, nos debe quedar unos 20 locales más que se pueden abrir y no chocarse con otros”, aclaró. Esos comercios, que pueden ser antiguas mueblerías que desean renovarse y convertir su local en una filial de Valenziana podrían abrirse en Luján, Escobar, Tierra del Fuego, Ushuaia, Río Grande, Caleta Olivia, Neuquén, Formosa o Salta.
Los directivos de Valenziana no le temen a la ola de importaciones que se viene, por una apertura total como la que propone el Gobierno nacional. “Nosotros vamos a competir teniendo productos que no puedan ser importados, como muebles especiales de cocina o productos de mucho volumen, que cuesten demasiado traerlos del exterior. Pero además de apostar a un producto más barato, también brindamos muchos servicios, cercanía al cliente, atención permanente, y eso nos diferencia, no solamente pensar en el precio”, comentó el CEO. En un ranking de precios los muebles valenzianos están por arriba de la media, con alta proporción en la relación precio-calidad.
Tampoco se asustan con la competencia china. “Por nuestro nicho de mercado, nunca tuvimos grandes inconvenientes con los productos chinos, porque el que consume el producto chino son grandes superficies, que no son especialistas en muebles, ellos venden cubiertas para autos, motos, platos, electrodomésticos y algo de muebles. Son muebles baratos pero no tienen que ver con el tipo de producto que nosotros hacemos”, enfatizó Rodrigo Díaz.
La historia de Uranga, el pequeño pueblo con pleno empleo
“Urganga fue una víctima más del pueblicidio”, resumió Rodrigo Díaz, al referirse al abrupto cambio que sufrió la comunidad cuando dejó de pasar el tren. El impacto del cierre de estaciones y los ramales ferroviarios que viajaban cargados de granos del litoral a Buenos Aires, fue una pequeña migración, que recibió a unos 2.000 chacareros se fueron a vivir a Uranga.
Hoy Urangana tiene unos 900 habitantes. La misma escuela es secundaria de mañana (N° 270 José Pedroni) y primaria de tarde (N° 6196 "María Menvielle de Uranga"). Aparte, hay un jardín maternal. La religión se celebra en la parroquia los domingos o en la Iglesia Evangélica los miércoles y sábados. La vida cotidiana mantiene la tranquilidad de pueblo, la seguridad que brinda la calma de saber que todo está siempre en su mismo lugar. El que no se mueve en camioneta, va en bicicleta. Los chicos y chicas van y vuelven del colegio sin problemas. Los más grandes, se lucen arriba de motos de baja cilindrada.
Pegada a la Iglesia está la Comuna, donde también funcionó un juzgado de paz. Frente a la estación saludable, hay una biblioteca popular: se llama “Amor a la Patria” y por fuera se la ve muy colorida. En el pueblo hay una maestra de inglés. Tiene mucho trabajo. A los que terminan el secundario les recomiendan prepararse para enfrentar grandes desafíos, para ir a estudiar a la gran ciudad. Sino, su destino más probable es el trabajo rural.
En Uranga hay pleno empleo: entre las empresas agroquímicas, alimenticias y Valenziana se ocupan de casi todos. De este pueblo sale el maíz pisingallo que McDonald’s usa en sus preparaciones. Además, hay un banco Macro, hay una estación de servicio YPF, la carnicería Chulito, el almacén Sandra, la farmacia y una ferretería. Sea por donde sea, se respira aroma a pueblo.
El Uranga Foot Ball Club (U.F.B.C) -sí con cuatro iniciales- es un lugar de encuentro deportivo, recreativo, pero sobretodo social. Ahí se juega al fútbol, paddle, se hace patín artístico, yoga, zumba y en algún momento hasta hubo hockey y vóley. Cada fin de semana, el estadio centenario “Dullio Di Vitto” de Uranga es sede de torneos locales y regionales. La institución tiene 102 años y como muchas otras, creció al calor del ferrocarril y la estación. En el salón principal del club también se hacen fiestas con DJ en vivo, se festejan aniversarios, carnavales y se realizan colectas para juntar fondos para las disciplinas: ventas de pollos, bingos y competencias de penales. En el verano, todo pasa alrededor de la pileta.
Dónde queda y cómo funciona la fábrica de muebles
Valenziana gasta 1% de la facturación en energía. Posee dos equipos a gasoil con capacidad para mantener la planta completa funcionando. No utilizan gas en ningún proceso productivo por cuestiones de seguridad. “Un incendio acá y en 5 minutos no queda nada, aunque tenemos una cuadrilla de bomberos propia y camión hidrante, la estación de bomberos más cercana está a 20 kilómetros”, explicó el gerente general.
La fábrica está instalada en un predio de 15 hectáreas declarado industrial, por una ordenanza municipal. Valenziana ocupa solo 2 del total, y todavía tiene 4 hectáreas más para crecer. Sus únicos vecinos son unos productores de alimentos para mascotas, antiguos propietarios de todo el terreno que les permitieron instalarse ahí. El objetivo es conformar un centro logístico de 10.000 metros cuadrados.
La empresa se cayó en cada crisis y luego levantó. Dos de esas recuperaciones, cuentan sus administradores, fueron cuando decidieron comprar en España un lote completo de máquinas para fabricar y diseñar muebles exclusivos y cuando recibieron un millonario crédito del Banco Nación con los Fondos del Bicentenario. “Sin eso, estábamos al horno”, admiten.
En los galpones de Valenziana reina la multimaterialidad: usan madera, por su puesto, pero también mucho metal para herrajes, mecanismos de sofás y sillas ergonómicas; telas para tapizados; plásticos (poliuretano) sólidos y en espuma -vellón-, para rellenos y vestigios específicos. A futuro sueñan con la fabricar colchones.
“Hacemos nuestras propias piezas de metal para autoabastecernos y ganarle tiempo a la competencia. Tampoco las importamos de China, nosotros manejamos nuestros tiempos de fabricación”, afirmó Rodrigo, durante la recorrida. “Hacemos cosas difíciles de copiar, para diferenciarnos. Como inyectar la espuma en la tabla de las sillas, en lugar de pegarla como hacen todos, o los sofás eléctricos con módulos de diseño propio y USB incluidos”, detalló el CEO y guía de la visita a la fábrica.
En 2017 eran 40 empleados. La pandemia los agarró con 320. Hoy, en el predio de Uranga, trabajan unas 250 personas entre el sector de producción y administración, de las cuales más de la mitad son mujeres. El salario promedio de un operario es de $700.000 por 9 horas de trabajo, con 45 para almorzar. El administrativo profesional llega a $1,3 millón. Pero también se entregan bonos por productividad, por metros cúbicos extra producidos. Así, una costurera puede sumar $200.000 mensuales o un empleado técnico puede llegar a casi $1,9 millón por mes.
La mayoría de los trabajadores están afiliados al sindicato de la madera. A la cifra de plantilla se le suman unos 200 colaborares en los 60 puntos de venta repartidos por el país y el de Montevideo, en Uruguay. “No son locales comerciales propios, ni franquicias. Son socios nuestros que antes tenía su propia mueblería o que en un principio tenían nuestros productos en un esquinero, y ahora les rinde tenernos en todo el local, con el cartel de Valenziana en la puerta”, explicó el CEO y capataz. A su paso, todos y todas lo saludan.
La planta se divide en distintos sectores, cada uno con su depósito de materiales para usar y los productos finalizados, embalados: la fábrica de mesas y sillas; el taller de telas y confección
El modelo productivo valenziano es muy simple para tanta complejidad industrial: 50% se pre-produce; 50% son productos terminados. No se trabaja más de lo que se necesita para abastecerse (stock controlado), ni menos de lo que ya se vendió. Los clientes siempre demandan.
Fuera de la fábrica trabaja un equipo de diseñadores de muebles, que también es responsable de la estética de cada uno de los puntos de venta. “Hacemos diseños exclusivos, estamos en todos los detalles”.
¿Qué tipo de madera usan? Pino. ¿De dónde? De bosques certificados, la mayoría de Misiones. “El consumidor final dejó de solicitar una madera específica, apenas 3% pide un tipo especial, que son los que consideran al mueble una obra de arte, no un fruto industrial”, explicó el anfitrión, debajo un cartel luminoso colgante, de gran tamaño, que indica que 218 sin accidentes. “Es un orgullo, encima el último accidente fue un muchacho que se cayó de una moto cuando venía al trabajo”. Como no hay hospital cerca, la empresa tiene sus propios médicos internos. “La seguridad es muy importante, no solo adentro, sino en los traslados”.
Valenziana empezó fabricando cunas para bebés, luego camas para chicos y adolescentes y más tarde juegos completos para habitación matrimonial. Luego, decidieron producir muebles para living comedor, y los de entretenimiento. “Sin darnos cuenta, o sí, acompañamos a nuestros clientes a lo largo de toda su vida, desde que nacen a la adultez”.
Cómo funcionará el Centro de formación y capacitación de Valenziana
Eduardo José “Josi” Castrillo, hijo de un geólogo de YPF y también vecino de Urgana, detalló cómo funcionará el nuevo centro de Formación y capacitación de la empresa, que se inaugura antes de fin de año, con el propósito de abrir el nuevo vertical en el negocio: la cocina.
Se trata de un programa de enseñanza laboral destinado a jóvenes y adultos sin experiencia previa, que se inicia con charlas virtuales y luego se pasa a un período de trabajo práctico en un taller especialmente acondicionado para conocer hasta el último detalle de la construcción y montaje de una cocina. “Nosotros los iniciamos con los conocimientos para que adquieran un poco de herramientas y después vamos a aplicar todo eso”, comentó el encargado del proyecto.
El curso, que podría durar hasta tres meses en total, se dictará en un viejo galpón reacondicionado ubicado en el pueblo. “No hace falta ni ser arquitecto, ni diseñador, ni ingeniero. Cualquier persona que tenga un poco de idea de las proporciones, puede participar, ya sean salidos del secundario o que tenga 40 o 50 años y se haya quedado sin actividad”, afirmó Castrillo.
En el centro se prepararon distintos espacios que simulan cocinas a escala real, por donde van a ir pasando los nuevos trabajadores para conocer el trabajo en mármol, grafito, griferías, proceso de acerado, acabados, pisos, bachería, instalaciones de servicios como la luz y el gas, ventilaciones y, por supuesto, la mueblería. “Son cocinas que tienen mucho por ofrecer desde el punto de vista funcional, la limpieza visual y la ergonomía, sin que eso signifique un precio prohibitivo. No son cocinas catálogo italiano ni de diseño de Milán. Las cocinas son de diseño argentino, al igual que los muebles, y no tienen nada que envidiarle a ningún otro país, ni a ningún otro polo de diseño que pueda ser referente en el mundo”, sostuvo “Josi”.
La iniciativa no es una línea de cocina, sino que es una fábrica completa. El objetivo es que todo el mobiliario de una cocina se produzca en Valenciana, y por eso invertirán 1 millón de dólares en esta nueva unidad de negocio.
“Ahora está muy difícil todavía, pero seguimos con ese ímpetu y la filosofía valenciana”, reflexionó finalmente José María Díaz. “Como le digo a mis tres hijas, nunca hay que olvidarse de dónde venimos. Hoy estoy comprando una máquina súper robotizada de miles de dólares, pero no me olvido que hicimos el pan, tengo muy presente haber hecho el pan casero y repartirlo con todos. Eso te genera un compromiso con las personas, que es lo que más me preocupa de transmitir. El recurso humano está en la fuerza del pan”.
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