13 de septiembre 2007 - 00:00

"El dólar todavía es refugio cuando impera el pánico"

El experto en mercados internacionales que se escuda bajo el personaje del banquero de la película «Wall Street», Gordon Gekko, considera que sólo una fuerte caída del dólar puede generar una reacción enérgica de la Fed y de los bancos centrales europeos y japonés. Pero por lo pronto no espera grandes cambios.

El dólar todavía es refugio cuando impera el pánico
PERIODISTA: Volvió la saga de las monedas. La suerte del dólar, otra vez, está en danza. Con pronóstico reservado.

Gordon Gekko: El tipo de cambio multilateral, la cesta que coteja el dólar contra las siete principales divisas, tuvo siempre un dique de contención en la zona de 79-80. Área que se respetó religiosamente, en los momentos de gran turbulencia, tanto en 1995 como en 2004 y 2005.

P.: Una regla que perdió su vigencia.

G.G.: El muro -la línea última de defensa- se agrietó. La debilidad creciente del dólar lo hundió a niveles de 76. Son aguas, vale citar, que nunca había visitado.

P.: El dólar estableció nuevos mínimos contra el euro. Ya se aproxima a 1,40.

G.G.: Lo más relevante es que la fragilidad es generalizada. No se trata sólo de un retroceso frente al euro. La libra flamea cómodamente por encima de los 2 dólares por unidad. En 2,03. Un nivel mucho más alto que el que produjo, en 1992, su famosa eyección del sistema monetario europeo precipitando el fin abrupto del proyecto de sumar Gran Bretaña a la zona del euro. El dólar canadiense, por su parte, apunta a sus máximos de 30 años.

P.: También las monedas de bajo o nulo rendimiento -como el yen japonés- se aprecian.

G.G.: Así es. O el oro físico, cuyo rendimiento corriente -los gastos de almacenaje y custodia- es negativo.

P.: ¿A cuánto asciende el declive del dólar cuando se toma una muestra amplia de monedas?

G.G.: En los últimos doce meses, a 6,9%. Y desde enero de 2002, cuando terminado el tiempo del «dólar fuerte» se inicia la etapa actual de vulnerabilidad, ha perdido un tercio de su valor.

P.: Hasta ahora, la caída del dólar no fue óbice para la bonanza de los mercados de capitales. Pero en un tramo tan ajetreado como el actual, ¿no constituye un material explosivo?

G.G.: En potencia, sí. Usted estaría más tranquilo con las divisas en calma. Sin dudas. Cuando uno hurga en las raíces del crac de octubre del 87, encuentra nítidas las huellas de la inestabilidad cambiaria. Recuerde que, de buenas a primeras, el famoso «lunes negro» arrojó un derrumbe de 22% en la Bolsa de Nueva York en una sola rueda. Y los tironeos del secretario del Tesoro Baker con Alemania y Japón por la suerte del dólar fueron uno de los motivos favoritos sentados, luego, en el banquillo de los acusados.

P.: No se registra, hasta el momento, correlación entre la debilidad del dólar y el comportamiento de los mercados de valores. ¿Será posible mantenerlos disociados?

G.G.: Han pasado 20 años y la integración de los mercados internacionales se ha profundizado mucho más. La naturaleza básica de las relaciones no ha cambiado; si usted machaca con las mismas causas, obtendrá los mismos efectos en el largo plazo. Lo que sí han variado son los tiempos de respuesta, que se han extendido grandemente. Es un mundo igual, sólo que más flexible. Todo se puede estirar más. El desequilibrio de la cuenta corriente de los EE.UU. en 1987 era de 3,7% -un nivel inaudito y lo máximo que se pudo digerir en forma pacífica-. El año pasado, en cambio, los EE.UU. franquearon con holgura el umbral de 6%. Y, como usted dice, sin sobresaltos. La demanda por activos financieros y reales de los EE.UU. continúa generosa. Aunque mucha de la mercadería colocada en el exterior -sin ir más lejos, los créditos hipotecarios subprime- ya denota un regusto amargo.

P.: No durará por siempre.

G.G.:
En el margen, los desbalances ya empezaron a corregirse. Incluyendo, desde el cuarto trimestre, la propia cuenta corriente. Lentamente. Mientras tanto, si la gente que se asusta en serio no huye del dólar, de los títulos del Tesoro o de los bancos de los EE.UU., el sistema es más estable de lo que podría parecer.

P.: Ocurre que están abandonando el buque, a juzgar por las cotizaciones de los tipos de cambio.

G.G.: No lo hacían dos o tres semanas atrás, cuando lo que regía era la zozobra y no una mera incomodidad. El dólar todavía es refugio cuando impera el pánico. Deja de serlo, está visto, en cuanto se despeja.

P.: ¿Cree que la Fed se sentirá constreñida por la suerte del dólar a la hora de definir el curso de la política monetaria? ¿Que una baja de medio punto en las tasas de interés podría limitarse a un cuarto por una consideración cambiaria?

G.G.: Para nada. Absolutamente. El dólar ya perdió un tercio de su valor contra las principales divisas y nunca penetró en la ecuación que gobierna las decisiones. En ese sentido, si uno lee las exposiciones de los miembros de la Fed, nunca va a encontrar que el tipo de cambio cumpla un rol protagónico, ni nada que se le parezca. Hay toneladas de papel dedicadas a la crisis inmobiliaria. Muy pocos renglones referidos al sector externo. Y la relación entre las exportaciones y la construcción de viviendas -en términos de PBI- es de 4 a 1.

P.: Ben Bernanke acaba de dedicarle su estancia en Berlín a una presentación sobre los desequilibrios globales...

G.G.: Saben que el mundo existe. Pero ello no los limita. Recuerde siempre la frase de John Connolly -quien fue secretario del Tesoro en los tiempos terminales de Bretton Woods-: «El dólar es nuestra moneda pero es el problema de ustedes». No perdió validez. El tipo de cambio no es un objetivo. Y no lo será a menos que su declive acelerado provoque un cimbronazo. Pero tendrá que ser tremendo para promover una reacción enérgica.

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