12 de noviembre 2022 - 00:00

La "creditocracia", discusión ausente en las elecciones de los Estados Unidos

La deuda de los hogares estadounidenses ascendió a un nuevo récord de 15,24 billones de dólares. Nos hemos convertido en una sociedad atrapada en la 'creditocracia'.

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Entre julio y septiembre del corriente 2022, la deuda de los hogares estadounidenses ascendió a un nuevo récord de 15,24 billones de dólares, un incremento del 1,9% (286.000 millones de dólares) con respecto al segundo trimestre del año.

Sin embargo, no ha sido un tema de discusión entre Demócratas y Republicanos de cara a las elecciones recientemente acaecidas; probablemente porque la dinámica del endeudamiento es parte de un escenario normalizado, no solo al norte del Rio Bravo, sino a nivel global: según un informe del Institute of International Finance (IIF), actualmente las deudas de los hogares a nivel global se encuentran en su punto histórico más alto, superando los 47 billones de dólares, lo que equivale al 60% del PBI mundial.

Para comenzar, podemos afirmar que ya ha quedado en desuso la moral burguesa tradicional que establece que el consumo viene posibilitado por el ahorro, siendo este producto de un trabajo previo. Por el contrario, el endeudamiento ha invertido la dinámica situacional: ya no estamos ante la capacidad de adquirir bienes y servicios como resultado de un esfuerzo ya realizado, sino que primero se compra y se consume, y luego se trabaja para pagar las deudas resultantes.

En este sentido, la visión altruista, utópica, de la provisión de crédito para las mayoritarias clases medias y bajas, es la de corregir la desigualdad de ingresos, cerrando (o difiriendo) la brecha material existente entre la (insuficiente) realidad salarial y el sueño consumista - o bienestar según quien lo quiera reflejar -.

Sin embargo, nos hemos convertido en una sociedad atrapada en la ‘creditocracia’, donde el objetivo es mantener al ciudadano endeudado el mayor tiempo posible; escenario que se observa cada vez más frecuentemente en todos aquellos que deben pedir dinero prestado para satisfacer sus necesidades básicas.

Como diría Delouze, el hombre ya no se encuentra más ‘encerrado bajo sociedades disciplinarias’; por el contrario, se lo controla a través del endeudamiento. Una relación de fuerza y de poder asimétrica, donde el sistema de crédito trasluce un consumo reglado, forzado, instruido y estimulado.

De este modo, no es una variable menor - sin entrar en la disputa entre si prima la ‘causa’ o el ‘efecto’ -, en el contexto de una reestructuración capitalista que ha conllevado que la mayoría de las ganancias corporativas lleguen gracias a las actividades financieras, especialmente en forma de préstamos, a través de un flujo constante de dinero que incrementa ingentemente sus ganancias.

Del otro lado, un mundo en el cual millones no pueden llegar a fin de mes y a duras penas pagan el mínimo mensual, junto con exponenciales multas o recargos por pagos atrasados. Un proceso que claramente solo provee beneficios marginales y coyunturales para los trabajadores, las Pymes, y todos aquellos que buscan ser parte de un proceso virtuoso de creación de riqueza endógena.

A pesar de ello, existe una fuerte corriente subyacente de moralidad asociada a tener que pagar las deudas; como si debiera ser una de las prioridades del ser humano responsable, más allá de su condición socio-económica, la coyuntura laboral, o las contingencias que acaecen durante la vida (enfermedades, divorcios). Como diría Walter Benjamin: “la religión capitalista es una religión de la desesperación porque su culto no tiende a la redención de la culpa sino a agravarla y a convertirla en universal”.

Ahora bien, como contraparte, las elites económicas no suelen preocuparse en demasía ante procesos de endeudamiento complejo y de difícil repago: ante la adversidad, son rescatadas por sus amigos o por la clase dirigente (sino pregúntenle a quienes resultaron beneficiados de la estatización de la deuda privada de 1982 en nuestro país, solo para dar uno de los incontables ejemplos). No hay consecuencias ni daño emocional; por ende, pareciera entonces que solo existe un doble estándar donde la moralidad sólo funciona en una dirección.

Bajo este carácter fetichista, el sacrificio implica que cuando el mercado, la banca o el capital así lo requieran hay que ‘apretarse el cinturón’ y aceptar las medidas de austeridad y el desempleo, además de ‘agachar la cabeza’ – generalmente sin entender demasiado - ante la expropiación del excedente social acumulado para ‘salvar’ a unos bancos ‘demasiado grandes, demasiado importantes para quebrar’, o aceptar que las arcas de los Estados se encuentren vacías porque las obligaciones impositivas de las empresas, la industria y los más ricos de entre los ricos, desalientan la inversión.

Del otro lado, se encuentra aquellos que sí sufren los créditos perpetuamente revocables y fluctuantes, presos de inflaciones y devaluaciones crónicas, que hacen de las mayorías deudoras permanentes bajo un contexto de estancamiento salarial y deterioro de los mercados internos. Aquellos que deben con anticipación su trabajo y porvenir. Como dice Baudrillard, aquellos que viven “un modo de temporalidad pre-constreñida, hipotecada”. Todo lejos, muy lejos, del altruismo financiero que mencionamos previamente en este artículo.

En definitiva, mientras cada vez una mayor parte de los hogares en los Estados Unidos y en el mundo toma deuda para pagar gastos cotidianos como alimentos y medicamentos, las elites promueven la valorización de un modelo particular de ciudadano, un modelo de gasto crediticio orientado a la responsabilidad individual. Un sistema que ‘cerca’ a las clases medias y bajas para con el inevitable uso del crédito, mostrándola como la única opción viable, sensata y de sentido común.

¿Y si ponemos por delante la deuda más importante, la deuda activa y permanente con los miles de millones de postergados de la sociedad global? ¿Y si, en lugar de involucrar una mixtura de racionalidades de mercado y relacionales, probamos con salarios más altos y dejamos el financiamiento para situaciones particulares que realmente lo requieran? Y no. Se termina el negocio, por no decir el curro, que implica, además – y por sobre todo - el mayor empobrecimiento de las mayorías. Porque en realidad, las prácticas crediticias y las economías domésticas no deberían tratarse exclusivamente de la adquisición de bienes de consumo o de consumismo, sino de integrarse, salir de la pobreza y ser digno. Basta entonces de dejarnos llevar por los grandes medios de comunicación que confunden responsabilidad con intereses espurios. Basta que la culpa sea del chancho y nunca del que le da de comer.

Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Twitter: @KornblumPablo

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