Vivimos una perversión de la política donde la vestimenta mediática y el arrastre de popularidad han suplantado el mérito. Cuando figuras como Karen Reichardt o exestrellas del espectáculo aparecen en boletas no por convicción ni preparación sino por su brillo superficial, la política se degrada y la república se tambalea. La democracia exige competencia, no espectáculo barato.
La farándula no representa, y la política sin sustancia nos arrastra al vacío
Figuras mediáticas copan las boletas por rating, no por mérito. La política se degrada cuando el espectáculo reemplaza la competencia real.
En 2025 vimos esto con Virginia Gallardo, Porcel Jr., Karen Reichardt y otros rostros mediáticos que emergen en las boletas como carnada electoral.
Hoy la práctica es burda: se pone un nombre famoso arriba de una lista para que la boleta “jale”. No importa si carece de ideas, lectura, historia o capacidad de debatir. Esa persona “trae votos”, aunque nunca ejerza con dignidad el cargo. Lo llaman “efecto arrastre”, pero es una estafa política.
En 2025 vimos esto con Virginia Gallardo, Porcel Jr., Karen Reichardt y otros rostros mediáticos que emergen en las boletas como carnada electoral.
Pero el arrastre no legitima, sólo maquilla la debilidad de los partidos. Y esos partidos, al legitimar el uso del show por sobre los contenidos, condenan al país a un vacío intelectual.
Cuando alguien sube a una banca sin conocimiento, sin rigor, los días de la política se vuelven sólo escena, y el Congreso un canal reenviado de slogans.
Eso empobrece el debate, anula los procesos legislativos y reduce todo a frases fáciles pero huecas.
La figura mediática que no ha estudiado ciencia política, que no sabe siquiera de historia argentina más allá de un tuit, no puede ni debe representar. Porque gobernar no es actuar: es razonar. Y cuando premiamos la pose por encima de la capacidad, entronizamos la mediocridad.
Más allá del fallo de la Cámara Nacional Electoral que le dio aire, Santilli representa la política que merece la Argentina que queremos recomponer: una política forjada en el tiempo, con estudio, formación y combate político real.
No vino del espectáculo ni del rating: proviene del ejercicio institucional.
Si alguna vez este país quiere salir del pantano, debemos recuperar el valor de la palabra profunda, del empresario público honesto y la dirigencia que ha hecho política de verdad. Santilli encarna eso: no lo eligieron por fama, lo eligieron por peso político. Eso hoy es una rareza.
Y no es sólo el arrastre: también hay candidaturas que nadie piensa que asuman realmente (testimoniales). Algunos van a “poner cara” para completar listas, sin intención de legislar. Eso es un ultraje institucional. Cuando candidatos vienen como señuelo, el voto del ciudadano es traicionado.
No creemos en un sistema donde se juega con el símbolo, no con la sustancia.
Si Argentina quiere sanar, debe volver a elevar a quienes saben —no sólo a quienes brillan—. La república se construye desde el compromiso intelectual, no desde la televisión. Hoy, somos muy pocos los que creemos que el debate profundo importa. Pero sin ese núcleo de responsabilidad, la política se transforma en circo y el Estado en decorado.
Necesitamos cultivar una nueva élite de pensamiento y acción. Hasta que lo hagamos, seguiremos votando espejos vacíos.



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