Una cruda realidad
En su página de Internet, el filósofo Tomás Abraham analizó el resultado electoral a través de un diálogo imaginario entre dos politólogos, escudados en los nombres de Abbott y Costello, aquellos actores que durante los años 40 fueron los cómicos más populares de Estados Unidos gracias a un show radial.
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Costello: Parte de lo que dices es cierto pero es una opinión de poca monta y excesiva parcialidad. El candidato Scioli también es grato para las capas medias y ha tenido sus dividendos entre profesionales y comerciantes. Tampoco puedes ignorar que en nuestro vasto territorio hay pequeñas ciudades y pueblos beneficiados por el auge del cereal que se han sumado al gobierno.
Abbott: Es cierto lo que respondes, pero no ha sido decisivo en la contienda nacional. Profundicemos un poco, no mucho, como dice que hará Cristina respecto de Néstor. No tiene sentido sólo remitirse a un recuento descriptivo de la geografía política si no nos abocamos a pensar en sus consecuencias filosóficas. Dime tu parecer acerca del triunfo de la Coalición Cívica en los grandes centros urbanos, del fracaso del gobierno en Córdoba, Rosario, Capital Federal, la zona norte del Gran Buenos Aires, su ajustado triunfo en Santa Fe, en realidad restringido y discutible si se suman los votos de Carrió y Lavagna, y de una Mendoza que votó contra Cobos, el símbolo mayor del kirchnerismo local.
Costello: Grandes centros urbanos, dices, ¿en dónde viven los esclavos de la televisión, la carne molida de los noticiosos, de los fanáticos de los secuestros con notero mediante, los indignados de vocación, las Doña Rosa y los Don Pelele del gorilismo mezquino? ¿A eso llamas «grandes centros urbanos»? ¿A los paseadores de shopping y a los patrones de los paseadores de perros?
Abbott: Tu sarcasmo puede parecerte efectivo. No hablo de cosmetología ni de consumismo desenfrenado, sino de educación, palabra que podrá resultarte necia, pero que si lo piensas un poco remite a una cruda realidad. Es la verdad de la propiedad, no me refiero a la del auto y de la casa, sino a un quehacer reconocido socialmente, un conocimiento útil que nos abrigue de la dádiva y la servidumbre. Me refiero a la independencia que ofrece una habilidad, la que depara sustento propio, y si eso te parece material y discriminatorio, agrego que gracias a estas posesiones y facultades, te conviertes en un ciudadano, un hombre que puede seleccionar información.
Costello: Estimado Abbott, quisiera comprender tu inquietud que seguramente no se reduce a retrotraer la historia a los tiempos aciagos de la oligarquía, la timocracia y la república del fraude, debe haber un sustento democrático a tu preocupación que no termina en una evocación del voto calificado. Pero créeme, la estupidez es el recurso que más democráticamente ha sido distribuido, el ministerio de la estupidez humana es el único que ha entendido el significado de la palabra «equidad».
Abbott: Querido Costello, te ríes del saber porque lo tienes. Haces populismo con galera y bastón, piensas como un patroncito. Te gusta, como buen estanciero cultural, compartir la mesa con tus peoncitos. El día en que en nuestro país la educación no dependa de un ministerio y de un gremio, en que el saber sea difundido para que la fuerza de trabajo tenga valor agregado en una sociedad en expansión, el uso del sufragio te deparará sorpresas.
Costello: Me has dado una excelente noticia, mi estimado Abbott, puedes retirarte a tus aposentos y descansar un par de siglos, hasta que asome la aurora del mundo que preanuncias.
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