"Yo no huyo", dijo cuando le aconsejaron ir a Suiza
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«Isabel» Perón
Hasta ahora «Isabelita» llevaba una vida muy discreta y casera, sólo acompañada por una criada de su confianza. «La señora no está» era su respuesta a muchas visitas no convocadas, aunque fueran periodistas «divos» de la Argentina u otros países. Nunca dio un reportaje político ni personal. Por su discreción y tacto, nadie puede atribuirle declaraciones u opiniones imprudentes. Tampoco ha respondido ataques. Por eso repiten sólo aquello de cuando los periodistas la asediaban apretujándola, les pidió: «No me atosiguéis».
A más de 30 años de ser derrocada y privada de su libertad sin ningún tipo de acusación o proceso, sino simplemente por portación de apellido ya histórico; jamás pudo ser vinculada a ninguna conducta anormal o mezclarla en escándalos. Ahora está en su casa y, como ha sido su costumbre con frecuencia, las persianas y ventanas están cerradas y no atiende llamadas telefónicas ni al timbre de su puerta. En uno de sus últimos viajes a Buenos Aires, el día de su llegada cenamos juntos en el hotel donde se hospedaba, en compañía de un hermano de ella, su abogado Humberto Linares y dos o tres amigos peronistas. En aquella ocasión, narró un consejo que su esposo el general Perón le repetía: «Nunca firmes nada sin leerlo ni tener bien en claro su contenido. Sobre todo desconfía de los que vienen de apuro, buscando tu rúbrica por razones de urgencia. Toma los papeles, déjalos a un lado y le dices que lo llamarás luego. Esto lo tengo siempre en cuenta como tantos consejos sabios recibidos de él».
Viene a cuento esta simple anécdota por estar relacionada con la causa judicial desempolvada y puesta nuevamente en marcha tan apresurada y sensacionalmente, justo en el mes de feria judicial.
Nadie puede dudar que «Isabelita» era rigurosamente presionada, una verdadera prisionera de los militares desde que sucediera por derecho constitucional a su esposo presidente. Pero tuvo la sagacidad de no firmar decretos que se le exigían. Como no podían conseguirlo por la persuasión y confiando en su instinto, zafaba de esos compromisos una y otra vez. Entonces, ante su intransigencia, la obligaron a tomarse una «licencia de descanso para reponerse», pues estaba flaquísima. Hasta le impusieron alojarse en una Base Aérea Militar en Córdoba. Y eligieron, también los militares, a Italo Luder. A todo esto, ya hacía tiempo que José López Rega, en la crisis provocada por el «Rodrigazo» se había alejado en nocturnidad con el puente de plata de «embajador itinerante», corrido no por los militares sino por los dirigentes de la CGT, paralizando al país contra el «brujo».
El festival de disparates y chismes de mala fe, lanzados por políticos, la oligarquía, la izquierda extrema y los medios de difusión, sin faltar algunos intereses extranjeros, ha comenzado con bríos y pasarán bajo el puente circense, ríos de tinta y especulaciones. Unos dicen que beneficiará al gobierno para entretener al pueblo ante la inflación, tema que los opositores han tomado como caballito de batalla electoral. Otros opinan que favorecerá la declarada lucha contra la impunidad en cuanto a la violación de los derechos humanos.
De acuerdo con un sistema de extradición acelerada según un convenio con España, si el imputado admite de entrada ser llevado a la Argentina para presentarse a la Justicia, así se hace. Pero si se declara inocente deben cumplirse una serie de procedimientos, obteniendo del acusado semiplena prueba de su culpa.
Como «Isabelita» se ha declarado inocente, se le ha dado prisión preventiva domiciliaria por razones de salud y edad (en días más cumplirá 75 años). La causa irá ahora a un juez de instrucción que deberá esperar hasta 40 días para permitir la llegada de la acusación formal del juez Héctor Acosta. Luego, una vez conocido el o los delitos imputados, notificar y dar un plazo para que los abogados de la defensa presenten los descargos. Todo ello puede llevar por lo menos 4 meses de marchar la causa sobre rieles. Otros juristas hablan de un año o más.
Los impacientes deben esperar soñando verla aquí, en la Argentina, humillada portando esposas y prisión (¡una vez más!) trajinándola de un juez de provincia (Héctor Acosta de San Rafael, Mendoza) y otro capitalino que no descarta implicarla en diferentes causas, Norberto Oyarbide. Nos parece ver la morbosa curiosidad de muchos apretujándose para abuchearla. Más también, creemos que pueden ser numerosos los que le expresarán solidaridad. La dividida oposición política al gobierno se ha apresurado, por medio de sus máximos exponentes, en busca de votos peronistas, a ponerse del lado de «Isabelita».
Dentro del justicialismo, aunque la conducción no se ha pronunciado aún, hay mucha gente de pueblo enfervorizada renovando su adhesión al general Perón, cuando los ingenuos o intencionados opinólogos visualizan (y desean) ver su influencia en camino de desaparecer.
Perón ya es un mito y no le entran balas. Es el mismo caso de Evita, por más que libros y juicios traten de destruirlos.
Recuérdese que la revolución «libertadora» le inició al general, 102 causas criminales y todas terminaron en nada. Ante el torrente de calumnias absurdas para demoler su imagen, el pueblo, con su natural poder creativo para expresarse, respondía con una frase inolvidable: «P... y ladrón, nos quedamos con Perón».
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