Igual que tras una derrota deportiva, están surgiendo los más diversos comentarios describiendo los "errores" del Gobierno. Que debieron cambiar un funcionario o ministro. Si tal jugada o medida correspondía, si era oportuna o tardía. En los demás países, especialmente los avanzados y los que crecen, no se escucha el mismo frenesí, incluso ante decisiones mucho más gravosas, como actos de guerra o fenómenos sin precedente.
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La diferencia es la confianza en el sistema político les permite proseguir con sus ocupaciones habituales, confiando en la certidumbre de leyes y reglas. La fortaleza de las instituciones políticas distingue a las naciones que progresan.
El valor de las leyes y normas no es tanto si son las mejores si no su estabilidad. Para dar certidumbre a las decisiones. Nadie propone modificar la dimensión del metro o el gramo, "para superar la crisis y conformar a la gente". El valor de las medidas es la certidumbre para los intercambios. Igual reconocimiento debieran merecer las leyes y normas del país.
La sanción de la Cámara de Diputados fijando los precios de servicios públicos sacudió a inversores y opiniones responsables. E indudablemente afectó la demanda de activos en el país, azuzando la compra de dólares. ¿Luego qué viene? ¿El precio del azúcar, los alquileres, los....? La larga experiencia de la humanidad anticipa consecuencias desastrosas. El futuro del país, la calidad de los negocios y trabajos están muy incididos por el sistema político. En todas partes se asombran ante la tremenda inestabilidad de nuestra economía. El péndulo oscila prestamente entre el éxito clamoroso y el fracaso más descontable. En pasadas ocasiones bastó un desvío financiero menudo para que se cayera toda la estantería institucional. Venimos de una larga secuencia de enfrentar las crisis volviendo a suspender derechos individuales y redefinir propiedades. No ha sido la magnitud de nuestros recurrentes "desequilibrios económicos y financieros" la causante del terrible empobrecimiento de nuestra gente. Gran número de naciones superaron tales dificultades, incluso más graves. La causa de nuestros males ha sido desconocer y revisar, con efecto retroactivo, normas, derechos y patrimonios personales. Como si ante cada derrota deportiva intentáramos modificar las reglas del juego. Sin darnos cuenta que al hacerlo destruimos las actividades productivas. Pues cada juego, empresa y trabajo se define por sus reglas y previsibilidad del ambiente normativo. Sin reglas estables no existirían los juegos deportivos, las sociedades y los patrimonios. El fútbol está sostenido por el público y la FIFA, que asegura la vigencia de reglas efectivas y duraderas para todo el planeta. Ningún país podría modificar las normas sin el visto bueno de la FIFA. Por desgracia, no se ha conseguido un consenso político mundial para que los derechos de propiedad cuenten con la efectividad de semejante respaldo internacional.
Nuestro sistema debiera sujetarse a las reglas previsibles. Las de la Constitución, leyes vigentes y sentencias judiciales. Cada uno de los integrantes de los poderes del Estado tiene la ocasión de cumplir con las responsabilidades a su cargo. Los argentinos y todos los interesados en el progreso del país miran con atención. ¿Somos una sociedad verdaderamente solvente, creíble, o apenas un rejunte de voluntades sin consensos ni rumbo sostenibles?
En estos años de democracia debimos haber aprendido lecciones valiosas. El 23/12/2001, el Congreso sancionó la suspensión de pagos de la deuda externa, cuando los vencimientos cercanos sumaban pocos dólares. Ello nos sumió en un empobrecimiento y sacudón mayúsculo. Ahora tenemos la ocasión de demostrar que aprendimos, nadie debe temer la solvencia de nuestras decisiones y derechos de propiedad. Ante una crisis ligera no volveremos a comernos La Gallina de los Huevos de Oro, ni patrimonios, repitiendo violaciones del pasado. Podemos confiar en nuestras instituciones, trabajar e invertir en el país.
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