Igual que UCR, también PJ intenta salvar su "marca"
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Juan Carlos Romero
Más allá de las presiones del poder central sobre sus invitados, Romero promete no irritar en lo más mínimo a la administración con su pronunciamiento. Pero su primer paso ha de resultar inquietante de cualquier modo. Kirchner está llevando adelante una política de alianzas que supone el sacrificio de aspiraciones de muchos peronistas. No hay que mirar solamente a Río Negro, el caso más dramático: allí está dispuesto a sepultar las pretensiones de Miguel Pichetto, el presidente de su bloque en la Cámara de Senadores. Acaso nunca Pichetto vuelva a estar tan cerca de la gobernación que en este trance político, sobre todo por la potencia del gobierno nacional. Con muchísimo menos crédito acumulado, desde Catamarca Luis Barrionuevo salió a decir lo que los demás callan: «Si Kirchner me apoya, el PJ se queda con la provincia». Diplomático el sindicalista. En momentos de mayor sinceridad hubiera dicho: «Si Kirchner no me apoya, será el responsable de la derrota del PJ en la provincia». Un mensaje que repica en Córdoba, donde también desde la Casa Rosada se trabaja un jardín ajeno al de José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti. O en Mendoza, donde cualquier radical parece mejor por el solo hecho de no ser peronista.
Sería un error decir que los dirigentes del PJ temen que Kirchner termine carcomiendo al partido con la misma corrosión que introdujo en la UCR. Pero a diferencia de lo que ha sucedido en experiencias anteriores, hoy allí no está claro que desde la Casa Rosada se apueste a expandir a la que, se presume, es la fuerza del gobierno. Por eso, el llamado de atención de Romero podría ser menos inocente de lo que parece. Y recoger el sentimiento herido de los caudillos peronistas de provincias o municipios «concertadores».
Si se observa con detenimiento, Kirchner llevó adelante durante los tres primeros años de gestión una infinidad de empeños para seducir al electorado no peronista, vacante desde el colapso de la Alianza, para capturarlo como base propia. En homenaje a ese objetivo, pagó de más a cuanto frepasista estuviera dando vueltas y, ahora, atrae a los radicales que dependen de su «caja». Después de todo, si el santacruceño hubiera ganado la segunda vuelta contra Carlos Menem, lo habría hecho con votos que acababan de ser de Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez. Estas operaciones del mandatario derivan su verosimilitud de un discurso deliberadamente reacio a identificarse con el PJ. Ese partido, que jamás Kirchner quiso presidir, fue identificado con «la vieja corporación política», como le gusta decir a su esposa Cristina. Apenas si sirve para convocarlo a la hora de alguna plaza. Hasta esta campaña, los peronistas podían consolarse pensando que ese desdén era parte sólo de operaciones de marketing destinadas a conseguir popularidad en los sectores medios, los más enojados con la política desde 2001. Ahora, con las elecciones presidenciales por delante, parecen despertar a una verdad que hasta ahora se reducía sólo a las elaboraciones periodísticas: tal vez Kirchner prefiera, allí donde se le ofrezca la oportunidad, gobernar sin el PJ.




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