16 de julio 2008 - 00:00

Menos de 40 mil por el Sí en Congreso

• Si el kirchnerismo convocó en cantidad lo que le resulta habitual en otras manifestaciones, en la ocasión se perjudicó con una mala organización y un pésimo sonido (casi nadie escuchó al gobernador entrerriano, Sergio Urribarri, tampoco a su colega bonaerense, Daniel Scioli). Raro para un acto oficial ( además, con un escenario tan bajo que ni se veía a los oradores).

• Pensó el gobierno (estaba casi todo el gabinete, igual que Hugo Moyano) en un número superior de participantes ya que la Policía cortó los accesos al Congreso con demasiada anticipación y exagerada distancia (era, sin duda, un esfuerzo llegar a la Plaza).

• Parcelados los grupos, como en bandas, módica presencia sindical (la cuarta parte), mucho peronista (algunos de "organizaciones sociales" en otra punta) y, por supuesto, casi nada de intelectuales o transversales.

• Sólo se cantó el Himno, se evitó la marcha peronista, hubo videos y hartazgo de banderas partidarias. Pocos cánticos, los alrededores plagados de colectivos y camiones (también llevaron gente en transportadores de basura de José C. Paz), se vendía cerveza a discreción, lo que revela inclusive la pésima organización (no se suele permitir, los amantes del alcohol lo llevan encubierto).

• Mala geografía para el acto (entorpecían vallas, rejas y carpas), hubo desplazamientos por Callao, nadie escuchaba que Urribarri denostaba a los usureros, una apelación poco conveniente, aunque no tan grave como la invocación a un ofidio que trae mala suerte. Néstor Kirchner se reservó para el final, lo aplaudieron 4 veces y tampoco aportó nada diferente a sus últimos mensajes sobre el campo: reiteró conceptos sobre impunidad, logros de su gobierno,el amor por su esposa Cristina,los derechos humanos. También insistió en sentirse víctima por las agresiones de los ruralistas y repudió a los del acto de Palermo porque los comparó a los comandos civiles del 55 y a los grupos de tareas del 76.

Menos de 40 mil por el Sí en Congreso
Unos minuto antes de las 17, a ciegas, tres cuartos de la plaza escuchó perdida bajo el ruido de los bombos la primera frase de Néstor Kirchner. Detrás de un carnaval de banderas, el ex presidente saludó al acto tumultuoso. «Tengo lágrimas» en los ojos, intimó.

Desperdigados, en un desfilede egos, los grupos se esforzaban por hacerse ver.

Ajenos, incluso, al patagónico que apenas arrancó, a lo largo de un discurso de 25 minutos, cinco aplausos. El primero fue cuando se dijo emocionado por participar de «esta asamblea popular».

Unas 40 mil personas, repartidas sobre la Plaza del Congreso y extendidas sobre Callao, Entre Ríos y, muy lejos, la Avenida de Mayo, poblaban el show K montado por el gobierno, por orden del propio Kirchner, para confrontar con el acto del campo en Palermo.

Los productores fueron el blanco móvil del patagónico. Los acusó «de salir como en el 55 y el 76 como comandos civiles y grupos de tareas a agredir a aquellos que no piensan como ellos».

Comparó aquellos hechos con los escraches contra legisladores K.

Redobló la hipótesis conspirativa sobre un plan desestabilizador del gobierno de su esposa, Cristina de Kirchner. Ella siguió el acto desde Olivos, atenta a lo que ocurría fuera del Congreso, pero más por lo que pasará, hoy, dentro del Palacio Legislativo.

«Acá quisieron destituir al gobierno nacional y popular. Acá están demostrando todos los que actuaban en la oscuridad dónde estaban. Ellos son los que quieren desestabilizar a la Patria y enlodar las banderas de Perón y Evita», dijo Kirchner desde la trinchera.

«Hablan de democracia, pero cortan rutas, desabastecen a los argentinos y queman los campos», completó las plagas de Egipto que atribuyó a los chacareros.

Por tandas, en escalas, la tropa acompañó ese fraseo del ex presidente. La demora en la reacción se explica: además de las banderas que impedían ver el escenario, el sonido apenas llegaba hasta la mitad de la plaza. Más atrás, todo era batucada. Por esa razón, para muchos, el acto de ayer, la «asamblea popular» kirchnerista, fue ciega y muda. La mitad de los asistentes no supo cuándo el ex presidente comenzó a hablar y tampoco cuándo dejó de hacerlo.

Varias columnas -como una porción de la de Juan José Mussi, con sus características banderas naranjas-se retiraron en medio del discurso. Otras, como una que portaba un banderón que los identificaba como de Almirante Brown, llegaron cuando todo había terminado.

De espaldas al Congreso, rodeado de gobernadores, diputados y senadores, Kirchner tomó un compromiso insólito: aseguró que la Casa Rosada respetará la decisión que hoy, en el recinto, tomen los senadores sobre el proyecto oficial de retenciones móviles.

«Sea cual fuere el resultado que surja del Congreso, vamos a respetar esa decisión», precisó el ex presidente que, convertido en portavoz de su esposa -a pesar de que el jueves pasado dijo que no habla por el gobierno-, señaló: «Cristina me pidió que les dijera que no venimos a apretar ni a especular».

En el tumulto se mezclaban los camioneros de Hugo Moyano - parado a la izquierda de Kirchner sobre el escenario-, columnas de Barrios de Pie, el Movimiento Evita y el Frente Transversal. Lo de siempre: la disputa por los primeros 20 metros se dirimió con palazos y trompadas.

Como nunca, el universo K estuvo atomizado: bandas y banditas, cada una preocupada por hacerse ver, inundaron la plaza con más banderas y pancartas que militantes. Para Kirchner, la batalla parece que se gana con la enumeración de siglas que dicen apoyar al gobierno.

De un lado, gremios -UOCRA, taxistas, UPCN-, sin pasión ni multitudes; de la otra punta, los grupos piqueteros. Al medio, sin organicidad, la tropa territorial: los llegados del conurbano y los que, con cuentagotas, portaban carteles declarándose de las provincias del interior.

Al frente del escenario, azul e inmensa, una bandera que intentaba dominar: «Kirchner presidente, Daniel Scioli vice. Partido Justicialista». El peronismo, más allá del simulacro de columnas de intelectuales y transversales, fue el mayor aporte de ruido y muchachada.

Se notó cuando sonó el Himno: las manos, en V, se recortaron sobre las cabezas. Pero al final cuando se intentó con la marchita no hubo eco: a esa hora, las columnas se apuraban por treparse a los micros desparramados sobre la 9 de Julio para volver al conurbano profundo.

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