Hace muchos años, mi viejo (y vaya como homenaje) me hizo notar una acción de juego que había ocurrido en un partido que habíamos visto juntos, que para mí había pasado inadvertida y tenía enorme incidencia en el juego. Fue el día en que me di cuenta de que la diferencia que había entre ambos era que yo tenía facilidad de plasmar en una nota lo que había visto y mi padre no. Que no quería decir que viera el fútbol mejor que él, de ninguna manera.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Esto nunca le debió haber pasado a Marcelo Bielsa, porque no sólo se ganó que los periodistas holandeses le hicieran un boicot por no atenderlos, que la crítica general fuera bastante ácida y no precisamente por la derrota, sino también -lo que es peor-sigue dándole la espalda a la gente, esa misma que lo sustentaba en las eliminatorias pasadas y que si ahora critica es porque sabe ver el fútbol como el más entendido. De lo contrario, no se entendería tanta unanimidad de conceptos adversos.
Habrá que recordarle a Bielsa que en esta nueva etapa que emprendió ya jugó cinco partidos: con Japón en Tokio (2-0), con Holanda en Amsterdam (0-1), con Honduras en San Pedro Sula (3-1), con México en Los Angeles (1-0) y con Estados Unidos en Miami (1-0). Siempre con el mismo dibujo táctico, tratando de imponer la misma mecánica de presión y, cuando se podía, hilvanar algún ataque con fundamentos. De más está decir que -salvo en apenas algunas ráfagas de juego-no lo consiguió.
La gente (esa que critica y tiene razón) estaba esperando el partido con Holanda. Un rival de otra jerarquía, aunque con jugadores sumamente mecanizados y muchos al borde de la jubilación futbolística, pero no por lo que pudieran hacer los europeos, sino por lo que presentaría Bielsa en esta circunstancia. Diría el mago: nada por aquí, nada por allá.
Cuando el público leyó el día antes del partido las «probables formaciones», intuyó lo que podía ocurrir: una línea de tres con la novedad del ingreso de Facundo Quiroga (más que aceptable), pero insistiendo con Verón en su nueva pero inconsistente función de tapón, basado en el manejo endiablado de Ortega, que ya no confunde a nadie, y con los dos López (Claudio en el medio y Gustavo en la izquierda), que ya se sabía que no eran arma de triunfo para cualquier intento serio.
Sin embargo sirvió, porque parece que el sopor también invadió al propio Bielsa. Fue como un «click» que le avisaba que de mantener ciertas posturas se le iban a acortar los tiempos considerablemente. Simplemente porque todo aficionado al fútbol termina por «querer u odiar». La inclusión de Saviola, Cambiasso, Gallardo y Solari le dio al equipo otra movilidad, más coherencia, otra armonía en ataque (a pesar de que arriba había por entonces un solo delantero: Saviola), pero le dejó a Bielsa la «posibilidad» de jugar a otra cosa, de procurar otro esquema.
Las eliminatorias pasadas quedaron atrás. Hay que empezar de nuevo como en aquella oportunidad; de lo contrario, otro técnico tomará la posta. La palabra la tiene Bielsa.
Dejá tu comentario