Curioso: no festeja el gobierno dos inversiones clave del año
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Hugo Chávez
También algunos medios que a diario expresan las posiciones del ministro se mostraron inquietos últimamente por el destino de las acciones de Total.
Ahora se sabe que el desenlace no fue el previsto. Miguens no sólo tiene una vinculación muy distinta a la de su competidor Mindlin con el gobierno. En la oposición lo tienen como un amigo y, en la campaña de 2005, su nombre fue señalado como uno de los sponsors que habrían financiado parte de la campaña de Ricardo López Murphy a la senaduría bonaerense, junto a un conocido banquero local. Por lo visto, los franceses de Total no se cuidaron por el color político que pudiera atribuirse a su venta. O supusieron que las señales adversas del gobierno debían ser consideradas con menos dramatismo después de lo ocurrido con Carlos Rovira en Misiones.
La otra historia, la de SanCor, reproduce el mismo molde. Hay un protagonismo común: De Vido. El ministro también tuvo un sueño para esta compañía. En este caso, que se convirtiera en otra inversión «bolivariana» en el país. En Sunchales todo se sabe. En especial si tiene que ver con SanCor. Allí tiene su sede la empresa láctea y también la aseguradora del mismo nombre (si bien esta compañía no tiene vinculación alguna con la que ahora pasará a manos de Soros). Por eso fue fácil conocer que hace unos meses visitó la ciudad un miembro del staff económico de Hugo Chávez, interesado en comprar la empresa. También hubo reuniones, por lo que se sabe sólo de nivel gerencial, con las autoridades del Banco de Santa Fe, que hoy está en manos del grupo Eskenazi, el mismo que controla el Banco de Santa Cruz. Sebastián Eskenazi es, como saben en la antesala de Kirchner, el banquero que más visita el despacho presidencial. No hay que olvidar tampoco las intervenciones del secretario Guillermo Moreno en la peripecia de esta empresa láctea: llegó a utilizar el salón principal de la presidencia del Banco Central para reunir a los directivos de SanCor con sus acreedores, «ordenándoles» un acuerdo. Claro, por otro lado fijó límites a los precios, lo que complicó más a la empresa. Aunque no tanto como lo hizo Roberto Lavagna con el establecimiento de retenciones. Todo un daño para un sector en el que las empresas locales tienen derecho a pensar en expandirse en el mercado internacional por sus ventajas competitivas.
La historia tuvo ideas distintas a las del gobierno. Adecoagro, la empresa agropecuaria de Soros, firmó una carta de intención con SanCor para, en 90 días, cerrar un acuerdo por 62,5% de la empresa. Antes la cooperativa deberá transformarse parcialmente en Sociedad Anónima para, en esa nueva condición, abrirse al capital del financista.
Soros, Miguens y Merrill son audaces. Podría decirse, irreverentes. Incursionan en área reguladas por el mismo gobierno que prefería a otros interlocutores. Aun cuando Soros fuera bien recibido por los Kirchner en Nueva York, sobre todo cuando se habló de desarrollos dirigidos a la producción de biodiésel. El gobierno, comprensiblemente, no sonríe. Es lo que sucede en los modelos Estado-céntricos, intervencionistas: no toda inversión es bienvenida. Sobre todo si, como en el caso de SanCor, tiene tan mala estética para una administración que confía casi todo al marketing: una empresa emblemática argentina, fundada por cooperativistas de centroizquierda, termina en manos extranjeras, las de un prócer de la especulación internacional, titular de un «fondo buitre». Nada que festejar.
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