14 de noviembre 2006 - 00:00

Curioso: no festeja el gobierno dos inversiones clave del año

Hugo Chávez
Hugo Chávez
Llama la atención que en un gobierno como el de Néstor Kirchner, que insiste dentro y, sobre todo, fuera de los límites del país sobre la necesidad de atraer inversiones, nadie haya festejado las noticias de los últimos días sobre dos operaciones orientadas en esa dirección. Por un lado, una celebrity de las finanzas internacionales como George Soros resolvió involucrarse en la industria láctea local comprando 62,5% de SanCor. Por otro, el argentino Carlos Miguens y el banco de inversión Merrill Lynch compraron importantes posiciones accionarias de Central Puerto SA y de Hidro Neuquén SA, la controlante de Piedra del Aguila. El funcionariado oficial pasó sin chistar frente a estas novedades.

Esto tiene su explicación: en ninguno de los dos casos los compradores eran los que hubiera deseado Kirchner o, por lo menos, su ministro Julio De Vido. Al contrario, tanto la francesa Total Gas & Power, vendedora de las acciones de aquellas generadoras eléctricas, como las autoridades de SanCor resolvieron desafiar las expectativas del gobierno al determinar sus compradores. Como si la onda de pasable autonomía que comenzó a moverse en Misiones hubiera llegado también a las decisiones empresarias.

Conviene ir por caso para que se comprendan el significado político de lo ocurrido y las razones del silencio oficial ante desembolsos que podrían, en otro contexto, festejarse. En el caso del mercado eléctrico, las novedades son numerosas. En principio, otra empresa francesa abandona la Argentina, aunque sea de modo parcial. Ya lo habían hecho Suez al salirse de Aguas Argentinas y EDF cuando se deshizo de sus acciones en Edenor. En vano se había alentado la idea de una reconciliación entre Kirchner y Jacques Chirac: al parecer, todo se frustró cuando Alstom quedó fuera del programa de instalación de usinas de ciclo combinado en favor de Siemens. Total sigue esa línea de falta de afecto, aunque mantenga sus importantes activos en el sector petrolero y gasífero.

La otra noticia es que Miguens y su Sociedad Argentina de Electricidad SA y Merrill Lynch vinieron a ocupar un lugar por el que había peleado un preferido del gobierno, Marcelo Mindlin, por momentos de manera muy agresiva, con su Pampa Holding. Este empresario, ya involucrado en el sector eléctrico por sus tenencias en Transener y Edenor, tenía un derecho preferencial de opción en Piedra del Aguila (la mayor central hidroeléctrica privada de la Argentina) que fue superado, al parecer, por la oferta de Miguens. En Central Puerto la historia fue, por lo que dicen los expertos, la inversa: aunque no consta en la información oficial provista el viernes pasado a la Bolsa, Total vendió muy barato, acaso por debajo del precio de las acciones de esa usina que se negocian en el mercado. No habría que descartar, por lo tanto, que la estrategia de Mindlin sea mantener la batalla, en especial por los flancos delicados que ofrece esta peculiaridad.

En el Ministerio de Infraestructura se alentaba, por supuesto de manera informal, el ingreso de Mindlin al control de las acciones en juego en Central Puerto y Piedra del Aguila. No sólo se percibía ese interés en los comentarios oficiosos de los funcionarios que rodean a Julio De Vido.

También algunos medios que a diario expresan las posiciones del ministro se mostraron inquietos últimamente por el destino de las acciones de Total.

Ahora se sabe que el desenlace no fue el previsto. Miguens no sólo tiene una vinculación muy distinta a la de su competidor Mindlin con el gobierno. En la oposición lo tienen como un amigo y, en la campaña de 2005, su nombre fue señalado como uno de los sponsors que habrían financiado parte de la campaña de Ricardo López Murphy a la senaduría bonaerense, junto a un conocido banquero local. Por lo visto, los franceses de Total no se cuidaron por el color político que pudiera atribuirse a su venta. O supusieron que las señales adversas del gobierno debían ser consideradas con menos dramatismo después de lo ocurrido con Carlos Rovira en Misiones.

La otra historia, la de SanCor, reproduce el mismo molde. Hay un protagonismo común: De Vido. El ministro también tuvo un sueño para esta compañía. En este caso, que se convirtiera en otra inversión «bolivariana» en el país. En Sunchales todo se sabe. En especial si tiene que ver con SanCor. Allí tiene su sede la empresa láctea y también la aseguradora del mismo nombre (si bien esta compañía no tiene vinculación alguna con la que ahora pasará a manos de Soros). Por eso fue fácil conocer que hace unos meses visitó la ciudad un miembro del staff económico de Hugo Chávez, interesado en comprar la empresa. También hubo reuniones, por lo que se sabe sólo de nivel gerencial, con las autoridades del Banco de Santa Fe, que hoy está en manos del grupo Eskenazi, el mismo que controla el Banco de Santa Cruz. Sebastián Eskenazi es, como saben en la antesala de Kirchner, el banquero que más visita el despacho presidencial. No hay que olvidar tampoco las intervenciones del secretario Guillermo Moreno en la peripecia de esta empresa láctea: llegó a utilizar el salón principal de la presidencia del Banco Central para reunir a los directivos de SanCor con sus acreedores, «ordenándoles» un acuerdo. Claro, por otro lado fijó límites a los precios, lo que complicó más a la empresa. Aunque no tanto como lo hizo Roberto Lavagna con el establecimiento de retenciones. Todo un daño para un sector en el que las empresas locales tienen derecho a pensar en expandirse en el mercado internacional por sus ventajas competitivas.

La historia tuvo ideas distintas a las del gobierno. Adecoagro, la empresa agropecuaria de Soros, firmó una carta de intención con SanCor para, en 90 días, cerrar un acuerdo por 62,5% de la empresa. Antes la cooperativa deberá transformarse parcialmente en Sociedad Anónima para, en esa nueva condición, abrirse al capital del financista.

Soros, Miguens y Merrill son audaces. Podría decirse, irreverentes. Incursionan en área reguladas por el mismo gobierno que prefería a otros interlocutores. Aun cuando Soros fuera bien recibido por los Kirchner en Nueva York, sobre todo cuando se habló de desarrollos dirigidos a la producción de biodiésel. El gobierno, comprensiblemente, no sonríe. Es lo que sucede en los modelos Estado-céntricos, intervencionistas: no toda inversión es bienvenida. Sobre todo si, como en el caso de SanCor, tiene tan mala estética para una administración que confía casi todo al marketing: una empresa emblemática argentina, fundada por cooperativistas de centroizquierda, termina en manos extranjeras, las de un prócer de la especulación internacional, titular de un «fondo buitre». Nada que festejar.

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