La inflación no vino al rescate. La estocada de una medición núcleo en la zona baja era la vía ideal para zafar de la encerrona. Los precios al consumidor subieron 1,2% en marzo (y 0,8% en febrero) exacerbados por obra y gracia de la invasión rusa a Ucrania y que planearan a 0,3% en abril no aclara el panorama. Pero los precios depurados de los avatares de la energía y los alimentos clavaron un sorpresivo 0,3% en marzo en medio de las convulsiones, y la ilusión era que repitieran. La realidad cantó un desalentador 0,6%. Y confirmó lo que ya sabíamos: la inflación subyacente (al consumidor) no se disparó por la guerra en Europa, pero se preserva en torno a 0,5% mensual desde octubre. Estable, pero demasiado alta. La meta anual de 2% se consume en menos de un cuatrimestre. Era la última carta bajo la manga. Sin novedad en el frente inflacionario -el flagelo continúa y la medicina también- el banco central descargará en junio y julio sendas salvas de medio punto, y sálvese quien pueda. Wall Street ya no quiere pelear con la Fed.
No salió el tiro del final y Wall Street montó un rebote
Sin novedad en el frente inflacionario -el flagelo continúa y la medicina también- el banco central descargará en junio y julio sendas salvas de medio punto, y sálvese quien pueda. Wall Street ya no quiere pelear con la Fed.
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Jerome Powell.
¿Y dónde está el bendito put de la Fed? No está. Apenas la limosna de notar la moderación del deflactor núcleo del gasto de consumo y, a cambio, el gesto de no mentar una soga con grosor de tres cuartos de punto en casa del ahorcado. No es una cortesía solo de Jay Powell. James Bullard, un halcón ahora peregrino, le cedió la forward guidance a Loretta Mester, y acepta una dieta de presión constante y no creciente. Pero la Fed no tiene opción. O sí: se le escapó el call de la inflación y cubrirlo es prioritario. Y esta es la genuina tarea de salvamento que lleva adelante. Como la inflación duplica (o más) a las tasas de interés libres de riesgo es imperioso, para todas las partes, que la inflación hocique antes que las tasas largas deban multiplicarse por dos.
La buena noticia es que el ajuste tardío surte efectos acelerados. La Bolsa era una tromba indomable, y ahora es un alma en pena. ¿Cuánto tiempo le llevará a la Fed alcanzar con parecida eficacia a su verdadero blanco? ¿Cuándo la inflación se dará por notificada? Esa es la pregunta del medio millón. Las expectativas de inflación, que nunca se desanclaron aunque estirasen amarras, bajaron el último mes, o con más justeza, desde que se apronta el QT -la poda de la cartera de bonos- un fantasma temible precisamente por su corporeidad difusa. La liquidez no es una sábana corta y el QT drenará, en lo que resta del año, una tercera parte, o menos, de las reservas ociosas del sistema. El problema de la liquidez no es la variación de la oferta sino la explosión de la demanda, su probable segmentación por el aumento de la aversión al riesgo, y las eventuales penurias del sistema en las sombras que es donde se acumulan los peligros que antes tomaba la banca y donde no llega por vía directa la asistencia del banco central. Mester sabe que el zapato aprieta pero pisa los callos. “Necesitaremos una clara desaceleración de la inflación antes de desacelerar las subas de tasas”, dijo. Y admitió que la venta de títulos hipotecarios por el QT puede suponer pérdidas para la propia Fed. Corolario: urge apaciguar la fiebre inmobiliaria. Y ello enerva más la situación.
De ahí, la pregunta del millón: ¿Aterrizaje suave o estrellado? ¿Se podrá frenar la inflación antes que la economía se haga trizas? No se duda del aterrizaje como de sus consecuencias. En el mundo fulgurante de las criptomonedas ya hubo un alunizaje letal: Terra, una stablecoin algorítmica perdió la paridad con el dólar (su razón de ser) y su satélite Luna perdió todo su valor. Entre ambos, 40 mil millones de dólares se volatilizaron en un santiamén. El mundo real es diferente, pero también rige la ley de la gravedad. Ya se dijo: la Bolsa teme la transición. Y se desplomó como un peso muerto hasta el límite mismo de un mercado bear, 20% desde los máximos del S&P 500. Tanto cayeron los bonos que liquidaron la fortaleza de las acciones. Y paradójicamente la caída de la Bolsa estabilizó a los bonos, y les permitió reducir el techo de la tasa larga de 3,20% a 2,90%. Los bonos hicieron pie, la Bolsa no recibió el tiro de gracia sino el impulso de la cobertura de las posiciones cortas, y por esa carambola montó un rebote el viernes tan oportuno como precario. Mientras se demore el salvoconducto de una inflación en retirada, no hay mucho de dónde agarrarse.
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