A primera hora de la tarde, Roberto Lavagna ingresó en su despacho despotricando contra el presidente del Banco Central. No era la primera vez: le sucedió lo mismo con Mario Blejer, Aldo Pignanelli y Alfonso Prat-Gay. La novedad acaso pertenezca únicamente a su subjetividad: cuando el último de esos tres titulares del Central resolvió no seguir en el cargo, el ministro imaginó que había conseguido hacer depender a ese organismo de su despacho. Pero ayer Martín Redrado dio a entender que Lavagna seguiría encontrando resistencia en la casa de la calle Reconquista. En rigor, habría que consignar una segunda novedad respecto de querellas anteriores: esta vez se comenzó a hablar de la renuncia de Lavagna, como sucedió intensamente en el Congreso, por ejemplo.
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Que Redrado haya dicho, ante los senadores que acordaron su nombramiento, que la reforma de la Carta Orgánica de la autoridad monetaria no era ni oportuna ni conveniente, habría sido un dato menor si no fuera porque pronunció esa declaración después de entrevistarse con Néstor Kirchner. En efecto, ayer por la mañana el presidente del Central visitó al Presidente, lo que le dio más densidad al otro párrafo de sus manifestaciones: «No hay ningún proyecto de reforma de la Carta en el Poder Ejecutivo».
¿Por qué esas expresiones y esa reunión irritaron tanto al ministro de Economía? Es simple: él sí imaginó una modificación en el estatuto del Central y hasta llegó a analizarlo con los directores de ese organismo que le responden estrictamente. Ellos son Alberto Camarasa y Zenón Biagosch. Esos integrantes de la conducción del Banco ya tuvieron un primer conflicto con Redrado con motivo de los reclamos de fondos por parte del Tesoro. Fue necesaria una gestión de la Casa Rosada, hace una semana, para que Redrado autorizara la transferencia que le reclamaba Lavagna. Esta disidencia llevó a que se planteara públicamente la dificultad legal de seguir financiando a Economía con reservas. Y esta limitación abrió, a su vez, la discusión sobre la reforma de la Carta Orgánica, de manera tal que se ampliara el monto que el Banco puede girarle al Ejecutivo, cuyo remanente es ahora de u$s 700 millones.
El entredicho entre Lavagna y Redrado supone cuestiones de distinta dimensión. Sirve, por ejemplo, para que el ministro instale, acaso involuntariamente, una noticia sobre la que debería dar alguna explicación: la decisión de seguir realizando pagos netos al Fondo, alimentando con esa conducta un rasgo del gobierno de Kirchner que Rodolfo Terragno supo exponer con la mayor claridad. Esto es, que la estrategia de Lavagna ya convirtió al actual presidente en el que más dinero le entregó al Fondo Monetario Internacional a cambio de nada.
Es verdad que la profundización de esta tendencia, que la retórica de Kirchner no alcanza a disimular, está fuera de discusión. En cambio, se debate de dónde saldrán los fondos para hacer frente a esos pagos. Al parecer fue este criterio el que terminó de definirse ayer en el despacho presidencial, en favor de Redrado. En otras palabras, Lavagna debería comenzar a pensar en echar mano a recursos que pretende más sagrados que las reservas monetarias. Son los que alimenta con superávit fiscal y que integran fondos fiduciarios o, simplemente, están depositados en una cuenta del Banco Nación radicada en el Central. Salvo que, como suponen algunos insidiosos, el ministro tenga pensado usar esos recursos para mejorar la oferta «incambiable» a los acreedores.
Según trascendió anoche en la Casa Rosada, mientras Redrado emprendía viaje hacia Nueva York, «el Presidente buscará un sistema por el cual la relación con el Fondo adopte un régimen de largo plazo, es decir, para que cada negociación no termine afectando el balance del Banco Central, con la incertidumbre que eso genera». Habría sido esta definición la victoria, al menos ocasional, del titular de la autoridad monetaria. Aunque no esté todo dicho. Lavagna cuenta con tres directores en el Banco, cuya vicepresidencia ejerce Miguel Pesce, quien fue antes su representante frente al organismo. Redrado deberá asegurarse la lealtad de los delegados de Kirchner (Eduardo Cafaro, Waldo Farías, Arnaldo Bocco), quienes en la discusión por las transferencias al Tesoro se comportaron con neutralidad.
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