Rigen nuevos récords absolutos en Wall Street. Primero fue el turno del Nasdaq 100, el jueves. Un día después, el S&P 500 y el Nasdaq Combinado estamparon los suyos. El cese de hostilidades que el presidente Trump le impuso a Irán e Israel (tras demoler el programa nuclear de Teherán), y el consecuente derrumbe del precio del petróleo, más la paz comercial con China, impulsaron una ofensiva punzante con amplia participación. Mientras tanto, la Fed debate en público una próxima rebaja de tasas de interés. Si iniciarla a fin de julio o en septiembre, con una repetición probable antes que termine 2025. Y así refuerza la propensión de los inversores a tomar riesgos en un contexto donde la economía se enfría.
Wall Street rompe récords, celebra la contención del riesgo global y anticipa recortes de la Fed
El rally actual sacó fuerzas de flaquezas. Wall Street zozobró en abril por la guerra de los aranceles. Y en cambio no le temió nunca a la guerra en Irán. La economía real multiplica las señales de debilidad.
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Wall Street se prepara para una semana de datos económicos y políticos que den más certidumbre
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Fiesta en Wall Street: S&P500 y Nasdaq quebraron nuevos récords ante expectativa de acuerdos por aranceles

Los máximos flamantes confirman la plena vigencia del mercado bull que nació allá por octubre de 2022.
No solamente suben las acciones, también los bonos largos por tercera semana consecutiva. La Casa Blanca les exige a sus legisladores que apuren el pasaje del paquete de rebaja de impuestos por el Congreso. El presidente Trump lo quiere en su escritorio el viernes. Y los “bond vigilantes”, lejos de alarmarse, han archivado sus recelos. En buena medida, por obra del secretario del Tesoro, Scott Bessent, y sus argucias (des)regulatorias. Un recorte en las exigencias de liquidez bancaria suplementaria y la luz verde para una mayor utilización de stablecoins (con la garantía de títulos del Tesoro como respaldo) es la ingeniería que ideó para aceitar la absorción de una oferta de bonos en alza. Resta que el Congreso la apruebe.
Los máximos flamantes confirman la plena vigencia del mercado bull que nació allá por octubre de 2022. Los peligros son más que evidentes. Pero lo que no mata, fortalece. Y el rally actual sacó fuerzas de flaquezas, en todo momento, desde que la Bolsa tocó piso el 7 de abril por culpa de la obsesión del presidente por los aranceles. Ese fue el verdadero día de la liberación. El temor a una catástrofe inminente obligó a la Casa Blanca a suspender por tres meses (hasta el 9 de julio) la aplicación de los aranceles recíprocos. Esa primera marcha atrás, puso a la Bolsa adelante. Fue el escalón inicial de la recuperación. La clave fue advertir que la guerra comercial había tocado su límite, por más que la disputa continúe (y con Trump, la guerra de guerrillas no termine nunca).
Acuerdo por EEUU-China: la Bolsa lo vio primero
La Bolsa anticipó el viraje hacia la paz antes siquiera que el secretario Bessent pactase con China en Ginebra. Lo hizo alimentado por los flujos incesantes del inversor minorista y a contramano del escepticismo tenaz, y las posiciones cortas, de los profesionales. De ahí, la suba espectacular de las cotizaciones. Extraordinaria complacencia, dijo Jamie Dimon, el CEO de J.P. Morgan. Pero si la recuperación se sostuvo y avanza hacia nuevas cumbres es porque también exhibió notable presciencia. Esta semana, sin ir más lejos, se anunció por tercera vez el arreglo con Beijing. El secretario de Comercio, Lutnick, aseguró que el documento ya se firmó (aunque no se lo difundió). Pero no hacen falta las constancias legales. La sartén por el mango no la tiene EEUU con su control sobre los semiconductores sino la hegemonía china en la provisión de minerales raros, y la dependencia crítica de la industria en todo el mundo. Xi Jinping, por fortuna, no quiere más fricciones en el comercio. Y un Trump así condicionado, tampoco. Es lo que la Bolsa vio primero.
En esa línea, esta semana, Bessent adelantó que una decena de otros acuerdos saldrán a la luz antes de septiembre. Y que la fecha límite del 9 de julio es enteramente flexible. En definitiva, EEUU manejará los aranceles recíprocos a su antojo. Habrá tiroteos ocasionales -como la rabieta del viernes de Trump con Canadá- pero el proceso de fondo cambió. Ya no se persigue la quimera de una guerra sino sacar ventaja en la última milla de la negociación.
Wall Street zozobró en abril por la guerra de los aranceles. Y en cambio no le temió nunca a la guerra en Irán. La geopolítica no es lo suyo. Eso está claro. Pero no es casualidad que ataque los récords de febrero recién después que Trump proclamase el fin de la guerra de los 12 días, como la bautizó. El mundo es un polvorín, se sabe. Y ahora, gracias a él, es un sitio sensiblemente menos peligroso. Es como si el estrecho de Ormuz se hubiera ensanchado. Esa novedad la facturó de inmediato.
Trump y la guerra: muerto el perro, se acabó la rabia
Trump es el presidente de los EEUU menos belicista en décadas. Un convencido de la conveniencia de sustraer a su país de los conflictos militares en el mundo y de liderar un proceso de paz global. Si se sumó a la guerra con Irán, fue, precisamente para acabar rápido con ella. Tuvo que bombardear sus entrañas con los imponentes B2s para lograr lo que quería. Debió martillar el programa nuclear allí donde nadie más podía acceder para forzar un cese del fuego creíble. Muerto el perro, se acabó la rabia. Y si no murió le llevará años recuperarse, que, a estos efectos, es lo mismo. Eso dice Trump, eso piensa Wall Street.
Trump vio la oportunidad con ojo de desarrollador de bienes raíces. Anotó las locaciones: Fordo, Natanz e Isfahan. Abrió la caja de Pandora, se encomendó a su superioridad bélica y descerrajó el golpe. Y después cerró la caja con los dos genios beligerantes adentro. Es el fin de la historia, diría Francis Fukuyama. Aquí no ha muerto nadie, y se salvarán de morir miles. Y con una lucidez digna de George Bush padre, después que Israel descabezara a las jerarquías militares y científicas, deja en su sillón al Ayatolá Jamenei intacto y al mando. Y hasta se preocupa por encontrarle alguna ocupación de uso civil a su afición nuclear. Es una operación impecable, la mejor que ha hecho su gobierno.
Las señales de la economía y la confianza en la Fed
Wall Street festeja la paz en el comercio y en Medio Oriente. Mientras estrena récords, sin embargo, la economía real multiplica las señales de debilidad. El consumidor, que es la columna vertebral que sostiene al ciclo, redujo el gasto en mayo, y se le cayeron muy fuerte los ingresos. Las ventas minoristas ya habían declinado en abril. El consumo real en los primeros cinco meses del año se estancó. Los subsidios de desempleo concedidos y en vigencia se acumulan en un crecimiento rápido desde fines de abril. Se acercan ya al umbral de los 2 millones y encienden una luz amarilla en el mercado de trabajo, el otro bastión de antaño. Son indicios de que la desaceleración económica puede ser más enérgica que lo previsto.
Wall Street asciende impasible con intrepidez. Confía en que la Fed se hará cargo a tiempo. Descuenta que retomará la senda de profundizar la pax monetaria que comenzó, y suspendió, en la presidencia de Biden. La moción de los gobernadores Waller y Bowman es gatillar la baja de tasa a fin de julio. Difícilmente gane masa crítica, a pesar del bombardeo verbal constante de Trump. ¿Por qué? El chairman Powell cree que los aranceles elevarán las lecturas de inflación de junio, julio y agosto. Neel Kashkari, de la Fed de Minneapolis, reveló su inclinación por sopesar esa información y podar la tasa en septiembre. ¿Qué pasará si se acentúa la debilidad de la economía real, y, recién más tarde se verifica el salto de la inflación? La Fed debería ir paso a paso, dice Kashkari. Hacer una primera baja y reservarse el derecho de entrar a modo pausa. Para Wall Street, y para el paso vibrante de los toros, con ver flamear el sesgo bajista alcanza.
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