13 de marzo 2019 - 00:00

Todos reclaman, nadie aporta

En los últimos veinte años, cada vez más dirigentes vienen exigiendo mayores ingresos para su clientela. Sin que aparezcan voluntarios a cederlos y explicaciones de como conseguirlos. El destinatario de los reclamos es siempre el Estado nacional. Si caen las ventas, cierran empresas, suben las tarifas. Encima están en desacuerdo con endeudarse en el exterior y denuncian al “Estado Ajustador”. Si nadie cede ingresos y rechazan fondos del exterior, ¿cómo conseguirlos?

Las sociedades exitosas, las que vienen progresando en el mundo, incluso muchas de las que eran las más pobres, aprendieron que asociarse es generar y compartir ingresos crecientes. La regla para ello es que los ingresos de cada uno se relacionen con sus aportes al producido general. Adam Smith, en su fundacional “La riqueza de las naciones”, trató de explicar las sendas del progreso. Resumo sus enseñanzas: asociarse con todo el mundo en la mayor libertad de elección individual para cada persona encuentre las mejores ocupaciones. Competir para descubrir quienes y en que cantidad y ocasión pueden obtener los productos y procedimientos más satisfactorios que cada individuo puede conseguir y desarrollar. En cada instante y momento, pues la competencia es incesante fuente de aprendizaje confirman todas las ciencias y juegos deportivos. Todo esto requiere instituciones y un Estado eficaz en proteger las vidas y propiedades de cada individuo, sin favoritismos ni parcialidades. Nadie, ningún grupo, tiene la capacidad de decidir el mítico “País que queremos”, que siempre significa el que le conviene al dirigente que lo propicia.

Desarrollo esta visión en el libro “Fin de la pobreza”. En contraste, gastamos más que nunca en justicia y tenemos la mayor inseguridad y desigualdad ante la ley. Gastamos más que nunca en educación pública con una matrícula y aprendizaje en constante declinación. Gastamos más que nunca en Seguridad Social y el despojo a los aportantes es humillante. Los miembros del Poder Judicial pretenden impartir justicia cuando no pagan impuestos, entre otros privilegios. Los políticos tienen más influencia en las decisiones e ingresos que nunca y alcanzamos la pobreza mayor.

Distinguidos dirigentes sostienen que el problema del trabajo son los empleos informales, cuando éstos son la consecuencia de tantas inequidades en las condiciones. No comparto que el “trabajo de calidad” sea el de los funcionarios que cobran mucho más que lo que contribuyen al producto nacional, o de los obreros de industrias protegidas, financiados con los impuestos y prebendas que ahogan la generación de empleos productivos. Los gobernantes de las provincias más rezagadas mantienen una desmedida masa de empleos públicos y frenan las iniciativas productivas para dominar en su jurisdicción. Desalientan la competencia para perpetuarse. Para eso utilizan la desproporcionada representación en el Congreso nacional. Los reclamos de las provincias se atienden elevando impuestos para mantener más funcionarios públicos. La ley de coparticipación de impuestos es fuente de retraso.

Disfrutamos de servicios, como la energía, las comunicaciones y entretenimientos. Pero resisten pagar los costos cuando las tarifas son públicas. En cambio pagan sin chistar la tele, celular y otros. Los maestros de las escuelas públicas mantienen largas huelgas en perjuicio de alumnos y padres y de la tan virtuosa educación pública. Las aulas no estatales cumplen silenciosamente su tarea.

La Revolución Francesa fue un intento para alumbrar la solución a la corrupción de tanta ineficiencia, injusticia y privilegios. Su lema: a cada persona la misma ley y medida para todos los tiempos. Aseguraron la misma medida para todas las personas y tiempos creando, nada menos, el sistema métrico decimal. Anteriormente, el patrón definía la medida en cada trato.

(*) Miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso

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