10 de septiembre 2024 - 14:09

Adriana Riva: sobre la vejez, con una mirada más luminosa

Diálogo con la autora de "Ruth", novela cuya protagonista es una mujer de 82 años, judía, culta e interesada por la ópera y la plástica. Una visión que rompe con el convencionalismo para tratar la tercera edad.

Adriana Riva, autora de la novela Ruth, de reciente aparición.

Adriana Riva, autora de la novela "Ruth", de reciente aparición.

Argentina judía, jubilada de 82 años, con una vida activa de reuniones con amigas, ópera en el Colón y clases de arte por Zoom, “Ruth” (Seix Barral) es un modelo de la nueva vejez en la novela de Adriana Riva, autora de los cuentos de “Angst” y la novela “La sal”. Dialogamos con ella.

Periodista: ¿Qué le hizo mostrar en una novela lo que Pacho 0’Donnell define como la nueva vejez?

Adriana Riva: Desde hace tiempo vengo siguiendo las transformaciones que se están produciendo en la última etapa de la vida. Descubrí que no hay muchas ficciones que, dejando de lado lo triste y deprimente, mostraran la vejez de una forma luminosa y estimulante, como otra etapa de la vida que hay que atravesar, de igual modo que lo es la niñez, la adolescencia y la vida adulta. No solo se ha ido extendiendo la expectativa de vida, sino que se han aumentado en esa etapa, que cada vez ha ido ocupando un período más amplio de la existencia, las posibilidades, los cuidados, las actividades, los impulsos a producir cambios personales. Me pareció que estaba bueno describir la vejez de un modo optimista. Despegarse de la visión estereotipada del adulto mayor como la abuela o el abuelo que se encarga de los nietos, y mostrar que, si bien los mayores pueden hacer eso, tienen sus propios intereses y motivos que los incentivan. De todo eso surgió lo que ahora es la historia de Ruth.

P.: ¿Cómo eligió como modelo una jubilada, judía, de 82 años, viuda, ex médica, con hijos y nietos?

A.R.: El puntapié inicial fue mi madre, que reúne muchas de las características de Ruth, mujer judía, mayor, viuda, profesional, con una vida muy activa, le gusta la ópera, va al Colón, y está muy interesada en las artes plásticas. Es decir que de partida tuve una musa inspiradora. Pero no me quedé en ella. Tengo otros ejemplos de mujeres mayores, abuelas, tías, suegra, amigas y conocidas, de quienes he tomado rasgos y datos para dar vida al personaje.

P.: ¿A Ruth le interesan más las amigas que los hijos y nietas que van a visitarla?

A.R.: Sus hijos son independientes y cuarentones. No la han dejado sola, la llaman por teléfono, la van a ver, se interesan por ella. Ruth, que no deja de ser la madre, los sigue queriendo, pero en su vida lo más importante ya no es lo maternal. Esa fue una etapa que dejó atrás. Ya cumplió. Eso terminó y no va a quedarse en ser solo madre. Los chicos ya son grandes y tienen que hacer lo suyo, dice. En la etapa actual lo más importante para Ruth es ella y la gente de su edad, sus amigas, las que están en la misma sintonía. A eso se suma su interés actual por las artes plásticas y el de siempre por la cultura y la ópera. Hay a la vez en ella cierta actitud de reserva, de resguardo, de mantener las distancias, de no involucrarse, acaso para poder de ese modo vivir su vida como ella quiere. Acaso eso se deba a su formación de médica o a pequeñas marcas que le ha ido dejando la vida. Su amiga Fanny le dice: Ruth pareces el gato de Alicia siempre te estás yendo, siempre te estás escapando. Quizás se escapa hacia sí misma.

P.: ¿Buscó que respecto al mundo judío tuviera, a la vez, una actitud de cercanía y de independencia?

A.R.: Ruth es judía hasta la médula, pero no es la típica idishe mame ni la clásica bobe. Prefiere la frase culta, inteligente, sentenciosa, al chiste judío. La deslumbra el judaísmo cuando encuentra que cada artista o escritor que le gusta que es judío. Eso la obsesiona. A la vez tiene una actitud personal respecto a Israel y su política, por ejemplo, critica abiertamente a Netanyahu. Miembro de la diáspora, considera que hay muchas maneras de ser judío o judía. Es sentir en uno un sentimiento, una religión, un pueblo, que lo convoca y del que no se puede escapar. A su hijo le dice: si pensas que dejando de comer guefilte fish sos menos judío, si acá vienen los nazis al otro día sos totalmente judío.

P.: Ruth comenta óperas, cuenta los diálogos con su terapeuta y sus amigas, pero lo vital para ella es su curso de arte por Zoom.

A.R.: Es el motorcito de su vida. Descubre, por ejemplo, a Hilma af Klint, y no para de querer saber más sobre ella. Descubre que el arte es inabarcable y que cada vez tiene más artistas para conocer. Las intrigas de Ruth provocan intrigas. Si anota “Aby Warbur, el resumen de todo lo que el ser humano sabe, terminó en el loquero” o “Giorgio Morandi, potiches, no se parece a nadie y nadie se parece a él; favorito”. Lleva a googlear para saber un poco más o ver la obra a la que se refiere.

P.: ¿Qué libros le sirvieron para escribir “Ruth”?

A.R.: Un montón. “La vejez” de Simone de Beauvoir, librazo que dice que la vejez es un destino y hay que encararla creativamente, no dejarse estar. La novela “Luz de febrero” de Elizabeth Strout. “Una vida en Bruselas” donde Chantal Akerman, a la que cito, habla de su madre ya mayor. Los viejos de “El gigante enterrado” de Kazuo Ishiguro. Entraba a las librerías y preguntaba: qué tiene sobre la vejez que no sea ni deprimente, ni sobre el Alzheimer, ah, y a Cicerón ya lo tengo. El libro de Pacho O’Donell aún no había salido cuando escribía “Ruth”. Su historia la fui elaborando en el taller de Federico Falco. Yo siempre escribo en talleres porque soy hija del rigor y confío en la mirada de las personas que trabajan el texto conmigo. Es algo que provoca entusiasmo, impulsa a seguir escribiendo.

P.: ¿En qué está trabajando ahora?

A.R.: En algo más experimental, más poético. La poesía me sostiene siempre. Lo trabajo en el taller de Laura Wittner.

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