24 de octubre 2001 - 00:00
Buscan retomar el espíritu del tango contando una pena de amor
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Del tango al son
P.: ¿Buscó hacer una especie de tango?
J.J.B.: Ojalá supiera escribir tangos, me hubiera ahorrado el desarrollo. Sería un tema, en el sentido musical, más preciso, más efectivo. Significaría menos derroche para el que escribe y menos tiempo para el que lee, virtud del poema frente a la novela. Pero mi novela, que busca el espíritu del tango para la literatura, muestra el abandono de un espacio tanguero. Comienza y transcurre, en gran parte, como un tango, con la estructura del tango: el hombre lamentándose de aquella mujer que le pagó mal, en una escenografía de bar que aparece como el ámbito natural donde se hablan esas cosas. Luego hay un cambio de género, pasa del tango a un ritmo más cálido, a la música del sol y la playa, a un especie de son...
P.: ¿Un alegro ma non molto?
J.J.B.: Sería pretencioso para un argentino abandonado que debe atravesar el duelo de la pérdida de Elena.
P.: Habla de duelo, pero Elena no está muerta.
J.J.B.: Está muerta para Rosales. Busqué exponer el deseo de salir de ese pozo que lo ensombrece. La salida se da con una aventura que le permite reconstruir el mundo familiar y el vínculo con su hijo. Ambos traman en un amarradero de río un viaje espontáneo al Uruguay, sin conocer nada de náutica, ignorando los peligros de esa épica fluvial.
P.: Pasa de la historia sentimental a la epopeya...
J.J.B.: Rosales pasa de la idea fija a la aventura, a descubrir la variedad del mundo. La aventura es la refutación del estancamiento, la salida de esa enfermedad que fue para él ese amor que ya no tiene. El abandono produce hábitos muy románticos, encierro sobre sí mismo. Rosales concurre a un bar, frecuenta amigos, que son crueles con sus comentarios. Pero el tiempo, como dicen los tangos, que le impuso ese dolor, que fue agente de esa pena, restaña las heridas, deja sólo el recuerdo.
P.: ¿Por qué llamó a su novela «Atlántida»?
J.J.B.: Pensaba ponerle «Neptunia», pero un escritor amigo me dijo que parecería una novela de ciencia ficción. Atlántida se refiere a un lugar de Uruguay hacia donde navegan padre e hijo, pero tiene más peso simbólico. Por ejemplo, tiene que ver con el amor del personaje, un continente que alguna vez existió y se hundió, o no existió nunca y es una ilusión que persiste.
P.: ¿Por qué recupera una historia romántica?
J.J.B.: Hay un prejuicio a escribir historias cursis o mejor, comunes, populares. Yo no tengo miedo a eso, al contrario. Y así como pareciera haber un prejuicio sobre la novela de amor, no lo hay sobre la política o histórica, géneros bien vistos, que tienen categoría para el canon. Pero ¿por qué no tendrían que ser valoradas las historias de amor que son algo más común que la política y la historia?
P.: El canon en la Argentina parece estar en vías de cambio...
J.J.S.: Una crítica prestigiosa, que vive en Norteamérica, Jose-fina Ludmer, volvió a patear el tablero, revalorizó a Jorge Asís, dijo que se cubre de silencio su obra, destacó la importancia de sus últimos libros, señaló su trabajo sobre el estilo, dijo que lo que otros acatan y respetan, él lo desnuda.
Influencias
P.: Si bien cuenta una historia romántica, tanguera, popular, su escritura muestra la influencia de Juan José Saer...
J.J.B.: Uno tiene que cuidarse de los escritores que a uno le gustan. No digo escribir contra ellos, pero hay que tener precauciones. No sé hasta dónde yo lo estoy de mis lecturas de Saer, que me son muy placenteras. Hoy, un sector de nuestras letras considera a César Aira como el genio y a Saer como el artista. Saer para mí es demasiado serio, es como si con sus frases perfectas hiciera poesía más que prosa. En mi libro el tono saeriano está violentado por una lengua más baja. Mi deseo no es construir una escritura académica sino dar espacio a la lengua de la calle. Cuando escribo no pienso tanto en cómo introducir a Saer en mi escritura, sino como dejarlo afuera.
P.: ¿La angustia de las influencias de que habla Harold Bloom?
J.J.B.: El escritor se enfrenta a ¿quién no llevo conmigo de todos éstos que me gustan? Aunque el deseo es disolverse en el lenguaje de los otros, sin identificación alguna.
P.: ¿Qué autores le gustan?
J.J.B.: Aira, Saer, Puig y Borges, en menor medida. Y también mucha literatura que no ha sido beneficiada por los sistemas de consagración. Para mí Alan Pauls, Daniel Guebel y Martín Caparrós hacen una literatura que permite la transición y protege a las nuevas generaciones de la influencia de Borges. Es como si, entre la generación de López Bruza, Martín Kohan y lo que intento hacer yo, estuvieran sacándonos de encima escribir sobre Borges, contra Borges, alrededor de Borges. Y Borges es un enorme peso, es quien legitima la literatura argentina, la autoridad, el incomparable. Hoy lo que se produce en la Argentina al margen de Borges es muy interesante, una narrativa muy variada, realizada por quienes no toman la literatura como actividad de cenáculo o como labor profesional. El escritor profesional, el que debe obligarse a escribir todo el tiempo para vivir de la literatura y vulgarizarla, no me produce ninguna simpatía.
P.: ¿En quién piensa? ¿En Aguinis?
J.J.B.: Por ejemplo, pero hay muchos otros y muchos más jóvenes también. La Argentina es un mercado tan deprimido, con tan pocos lectores, que es un laboratorio excepcional para la literatura. Me parece deshonesto escribir literatura sin reflexionar sobre el estilo. Luego viene si se va a escribir sobre la política, la historia, una historia personal, eso tiene que ver con el gusto propio. Esto no significa que el escritor tiene que ser un bohemio o un marginal, puede escribir y vivir de otra cosa.
P.: ¿Qué escribe ahora?
J.J.B.: Sobre alguien que se niega a incluirse en los circuitos de la cultura: laboral, amoroso, económico. Quiere ser un Don Nadie. La historia va a terminar refutando esa posibilidad
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