7 de septiembre 2021 - 00:01

Adiós a Belmondo: el más atleta de los intelectuales

Un gigante que pasó de la sofisticada "nouvelle vague" a las audaces escenas de riesgo.

Belmondo. Un actor descomunal que le “puso el cuerpo” al cine francés.

Belmondo. Un actor descomunal que le “puso el cuerpo” al cine francés.

A los 88 años, después de darle varias peleas a la muerte en las últimas dos décadas, se fue ayer Jean Paul Belmondo, coloso del cine francés que él contribuyó a poner de pie con nuevos aires, a quitarle el almidón, a emanciparlo de sus recitados académicos. Desde luego, no fue el único, sino que formó parte de una conjunción de fuerzas jóvenes que a fines de los 50 llegaban a espabilar una cultura anquilosada que no terminaba de definirse desde el final de la guerra.

Belmondo, como se dice ahora, le “puso el cuerpo”: fue un peso pesado sin igual, un híbrido de atleta y galán cuyos modelos eran Jean Gabin, en su propia tierra, y Bogart en Hollywood. Él llegaba con sus bíceps, la sonrisa conquistadora, el rostro oblongo, de surcos profundos, el cigarrillo a un costado de la boca (cuando todavía se podía fumar y soñar), y así, con ese aire menos de intelectual de Saint Germain-des-Près que de boxeador (deporte que llegó a ejercer profesionalmente), se instaló en la nouvelle vague de Godard, quien le hizo citar a Rimbaud, a Browning o, metido en una bañera, leer párrafos sobre Diego Velázquez de la “Historia del arte” de Élie Faure. Era 1959, cuando “Sin aliento” (“À bout de souffle”), sofisticado homenaje a la clase B, a los policiales baratos de la Republic o la Monogram, se convirtió en un éxito mundial. Sólo entonces podía ocurrir algo así.

Esa película, que fue el lanzamiento consagratorio de Belmondo, no había sido su debut en el cine: ya había actuado en varias obras de teatro y otros nueve films de directores como Marc Allegret, Marcel Carné, Claude Chabrol o Claude Sautet (“Como fiera acorralada”, el más importante), pero el perfil de su personaje en “Sin aliento” (además de Gabin y Bogart, Godard lo modeló también sobre James Cagney y Henry Fonda) fue explosivo. Desde entonces, la presencia de su nombre en las marquesinas del mundo, y ni qué hablar en el Lorraine de Buenos Aires, fue de rigor.

Jean Paul Charles Belmondo, “Bébel” para los amigos, había nacido el 9 de abril de 1933 en Neuilly-sur-Seine, hijo de dos artistas: el escultor Paul Belmondo y la pintora Sarah Rainaud-Richard. Sin embargo, sus primeras inclinaciones estuvieron bien lejos del arte. Además del boxeo, se entregó a la práctica de otros deportes de exigencia, y aunque no llegó a prosperar en ninguno la importancia de lo físico perduraría en el tiempo: es bien sabido que siempre quiso interpretar él mismo las escenas de riesgo, y se negó sistemáticamente a que lo sustituyera algún doble. Claro, con Godard y otros miembros de la nouvelle vague no había otro riesgo que irse a la cama con Jean Seberg u otra partenaire, pero más adelante empezarían a complicarse las cosas.

Con Godard hizo otros dos films, “Una mujer es una mujer” (1962) y, en especial, “Pierrot le fou” (“Pierrot, el loco”, 1965), quizá la película más debatida en el Bar La Paz de entonces, casi tanto como una de Bergman, por la profusión de sus citas literarias y de sus cameos, como el del cineasta de culto Samuel Fuller.

Sin embargo, poco a poco, al “stallion” Belmondo le empezaba a quedar demasiado estrecho el cine para intelectuales. Su potencial y energía parecían reclamarle otra cosa. Peter Brook lo convocó para el drama conyugal “Moderato cantabile”, junto a Jeanne Moreau, y fue un fracaso, lo que lo impulsó a mudarse un tiempo a Italia y actuar en algunos films menos exigentes, como “La viaccia”, de Mauro Bolognini, “Dos mujeres”, de Vittorio De Sica, y “Cartas de una novicia”, de Alberto Lattuada. De regreso en Francia, su encuentro con el director Philippe de Broca le proporcionaría dos éxitos y el comienzo de una mayor popularidad, “Cartouche, el aventurero” y “El hombre de Rio” (algunos años después “El magnífico”, con Jacqueline Bisset), y de su colaboración con Jean Pierre Melville surgirían obras maestras como “Un cura” (“Leon Morin, pretre”) y “Morir matando” (“Le doulos”), además de “Un joven honorable”.

Otro de sus famosos “succès d’estime” (éxitos de crítica antes que de público) fue su trabajo con François Truffaut en “La sirena del Mississipi” (1966), junto a Catherine Deneuve. Una carta de Truffaut a uno de sus productores revela con claridad la importancia que le daba Belmondo a su apariencia: “Hoy estuve con Belmondo”, escribe Truffaut. “Me sorprendió que conociera tan bien la novela sobre la que haremos el guión, y lo primero que me dijo fue que su personaje, en el libro, tenía mucha más edad que él, y que eso no le gustaba. Lo tranquilicé. Le aseguré que no sólo le bajaríamos la edad sino que lucirá tal como él en la vida real”.

“Un tal La Rocca”, de Jean Becker, “Un mono en invierno” de Henri Verneuil (donde al fin compartió cartel con Jean Gabin), continuaron consolidándolo en los 60, además de sus participaciones en films internacionales como “¿Arde París?”, de René Clément, o “Casino Royale”, sobre James Bond. Otros títulos a tener en cuenta: “Alias Ho”, de Robert Enrico, “El ladrón”, de Louis Malle y “El hombre que amo”, de Claude Lelouch. Con el comienzo de los 70, Jacques Deray lo reunió con Alain Delon en “Borsalino” y generó uno de los éxitos de taquilla más enormes del cine francés en el mundo. “Un aventurero del año II”, “El cerebro” y “Doctor Popaul” (de Chabrol) son otros éxitos de esa década, coronados en el “Stavisky” de Alain Resnais. Desde entonces, ya lejos de la nouvelle vague y del Bar La Paz, la carrera de Belmondo se encaminó decididamente al cine comercial, no siempre con el éxito buscado.

“El profesional” (1981), de Georges Lautner, volvió a encaramarlo a los primeros puestos. Era una historia impecable, con dos coprotagonistas de lujo: Robert Hossein, el villano, y la música de Ennio Morricone, con el famoso “Chi Mai”, como tema central. Sin la misma repercusión continuarían “El marginal”, “Los buitres”, “El as de ases”. Belmondo ya estaba grande y las exigencias físicas, y las escenas de riesgo, eran superiores a las de cuando era joven.

En 1995, Claude Lelouch, con quien ya había actuado, le dio el papel que para cualquier actor francés es el pasaporte al Panteón: el Jean Valjean de “Los miserables”. No hacía falta, en consecuencia, que tres años más tarde Patrice Leconte lo volviera a contratar con Alain Delon en “Los profesionales”. El recuerdo de “Borsalino” era mejor. Enamoradizo hasta el último día, en 1989 se casó con la bailarina Nathalie Tardivel, con la que tuvieron una hija. Luego tuvo como pareja a la belga Barbara Gandolfi, 42 años más joven. Y desde 2018 vivía con la actriz Valérie Steffen, de 57 años.

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