17 de mayo 2021 - 00:01

Cervi: producir en el país con el oficio de una familia de excepción

Sus próximos films serán sobre el hermano del Che y otro sobre Scholas Ocurrentes.

Antonio Cervi. Su vida de cineasta se divide entre Italia y la Argentina.

Antonio Cervi. Su vida de cineasta se divide entre Italia y la Argentina.

Antonio Cervi, hijo y nieto de dos grandes del cine italiano, está coproduciendo desde la Argentina diversos trabajos de importancia, entre ellos “Fellinopolis”, con material rescatado de los rodajes de Federico Fellini, y la emotiva serie “Camino a la escuela” (niños que hacen sus buenos kilómetros para llegar al aula), difundida en medio mundo, salvo acá. En este momento prepara dos proyectos contrapuestos: la infancia del Che contada por Martín Guevara, su hermano menor, y el esfuerzo de superación de jóvenes apoyados por la fundación católica Scholas Ocurrentes. Dialogamos con él.

Periodista: Antes de hablar de usted, ¿podría contarnos quiénes fueron su padre y su abuelo?

Antonio Cervi: Yo, recién con el tiempo, quizá cuando en Venecia una señora me pidió un autógrafo por ser el nieto de Gino Cervi, empecé a comprender la importancia y popularidad de mi abuelo. A lo largo de medio siglo él participó en más de 120 películas, varias clásicas como “Cuatro pasos en las nubes” y “Don Camilo” (él hacía de Don Peppone), y en las primeras series de la televisión italiana, y pasaba todo el año de gira con su esposa, porque el teatro era su pasión, había empezado nada menos que con Pirandello, que era amigo de su padre, a su vez un gran crítico teatral. Y papá, Tonino Cervi, fue uno de los grandes productores de Italia, con obras como “Bocaccio 70” (Fellini, Visconti, De Sica y Monicelli juntos), también dirigió, descubrió actores y directores que luego fueron importantes, como Bernardo Bertolucci, a quien produjo su primera película, Ornella Muti, Bud Spencer y Darío Argento, dos jóvenes promesas que estuvieron a sus órdenes en un western atípico, “Oggi a me...domani a te!”, con el gran Tatsuya Nakadai, luego actor preferido de Akira Kurosawa.

P.: ¿Y cómo entró usted al mundo del cine?

A.C. De niño, recuerdo haber sido extra en una publicidad de mi abuelo, que me pagó con una bolsa llena de monedas, un tesoro para mí. Y haber estado en un western de Sergio Corbucci, que era amigo de mi padre. Pero entré realmente una vez terminada la secundaria, aprendiendo el oficio desde abajo, como el último de los asistentes de mi padre, sin sueldo y durmiendo en la sastrería de “Ritratto di borghesía in nero” con Ornella Muti. Yo tenía 17 años y ella 19.

P.: Siendo jovencito, ¿cómo fue trabajar con tantas figuras relumbrantes como las que convocaba su padre?

A.C.: Eran todos muy buena gente, y muy profesionales. Además, por ejemplo, Lucía Bosé (que también trabajó con mi abuelo) y su hijo Miguel eran íntimos amigos de la familia. Alberto Sordi era como mi tío, tenía con mi padre una amistad entrañable, habían iniciado juntos sus carreras. El, mi papá, mi madre, Suzanne Lévesy, actriz, mi padrino, Mario Monicelli, Sergio Corbucci, Franco Interlenghi y Antonella Lualdi, formaban un grupo unido por el cine, la amistad y las ganas de vivir. Eran como el equivalente del “Rat Pack” de Frank Sinatra en Italia.

P.: Un espíritu similar se advierte en “Fellinopolis”. ¿Cómo surge esa película?

A.C.: Fellini le había confiado a otro director, Ferruccio Castronuovo, hacer el “dietro le quinte”, el detrás de escena, de “La ciudad de las mujeres”, “La nave va” y “Ginger y Fred”. Luego ese material, que es extraordinario, quedó guardado muchos años en la Cineteca Nazionale, hasta que Silvia Giulietti, una amiga y compañera de trabajo de toda la vida, y yo nos asociamos para hacer diversos proyectos. Este era uno: sacar a la luz todo ese material, y entrevistar a Ferruccio, al director de arte Dante Ferretti, al músico Nicola Piovani, a Lina Wertmuller, todos premios Oscar, y otros más que también colaboraban con Fellini. La película está teniendo un lindo recorrido por el mundo, acá ya se preestrenó en el Bafici. Mis próximos proyectos también son con Giulietti.

P.: ¿Qué lo trajo a usted. a la Argentina?

A.C.: Vine en 1995 a visitar a mi hermano, que tenía un restaurante en Palermo. Para el viaje de vuelta me regalaron un libro sobre un extraordinario sacerdote italiano, que hizo un trabajo colosal en la provincia y además curó a miles de personas de todo tipo de enfermedades, el padre Mario Pantaleo. Lo leí, y al llegar a Roma ya tenía decidido hacer un documental sobre él. A la semana estaba otra vez aquí, con una cámara Betacam. Haciendo entrevistas conocí a quien fue como su hija espiritual, y la primera asistente social de su obra en González Catán, la música Silvia Iriondo. Desde ese momento quedamos juntos para compartir la vida, y de esta relación nació nuestra hija Francesca María, justo el día de San Mario. Desde entonces, la Argentina es mi lugar en el mundo, un país maravilloso, una tierra que amo profundamente si bien, como todo país, tiene sus contradicciones. Pero nunca tuve dudas, es mi lugar en el mundo. Y aquí, si bien produzco cada tanto alguna película de ficción, me dediqué con fervor a dirigir documentales, desde “Padre Mario” y “Argentina, tierra de guitarras”, con Juan Falú, en adelante, y también contenidos relacionados con la cultura italiana, junto al equipo del embajador Giuseppe Manzo. Claro, no todo sale siempre bien. “Camino a la escuela”, donde logré poner la historia de un niño neuquino (los otros son de Marruecos, India y Kenya) recorrió el mundo, dio lugar a una serie documental y una fundación de ayuda a escolares como esos, tuvo un éxito descomunal en salas de Europa, y acá nadie quiso estrenarla. “Il nostro Papa”, conmovedora historia de los Bergoglio que migraron a estas tierras, al momento de estrenarse chocó con la pandemia. Y tampoco tuvo ayuda del Incaa, donde presenté el proyecto en 2017 y 2018. También habíamos hecho una nueva versión de “La guerra del cerdo”, y de pronto desapareció el coproductor. En este oficio ya nada nos parece bizarro.

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