13 de septiembre 2001 - 00:00

"Como mi padre, yo hablo de seres anónimos que se ayudan"

Gabriela David.
Gabriela David.
(12/09/2001) Diego Peretti y la debutante Josefina Viton protagonizan el estreno nacional de esta semana, «Taxi, un encuentro», historia de una noche en la ciudad, que ya recibió aplausos en diversos festivales. Aunque se trata de una opera prima, su autora, Gabriela David, está en el cine prácticamente desde que nació. Su padre fue el recientemente fallecido director Mario David.

Periodista: Usted trabaja en la industria del cine desde...

Gabriela David: Desde 1978, tanto en películas como en producciones televisivas, y animación en cortos publicitarios.

P.: Su corto, «Tren gaucho», sobre dos chicos en Carnaval, fue muy elogiado y ganó varios premios. ¿Cómo fue esa historia?

G.D.: Surgió de un libro de cuentos de Juan José Manauta. Ya había hecho otros cortos, y quería demostrarme que podía hacer algo más profesional. «Tren gaucho» exigía decorados, cierto despliegue, mayor duración, etcétera. Lo hice en fines de semana, a lo largo de nueve meses. Luego, gracias a Manuel Antín y Jorge Miguel Couselo, recibí un subsidio parcial del Instituto (me lo dieron en especie). El corto tuvo una vida interesante, ganó varios premios, y me abrió algunas puertas.

P.: Pero después no hizo ningún otro.

G.D.: Por elección propia, tuve una nena y me dediqué a ella. Recién en 1992 volví al cine (entre otros trabajos, tenemos una isla de edición con mi esposo, Quique Angeleri), y también entré en la docencia, que es un cable a tierra. Hice un guión con Manauta, pero no lo pude concretar, así que decidí guardarlo y pensar en otra cosa. Me podía afectar.

P.: ¿«Taxi» tiene alguna relación con «Tren gaucho»?

G.D.: Aparte de ser dos medios de transporte... Sí, es como una insistencia inconsciente: en ambos se da la relación de un muchacho grande con una chica adolescente, como compañeros de aventura, o de desventuras. En este caso el taxista, desde su mundo, siente que no tiene nada que ofrecerle a una chica que viene con una tragedia a cuestas, pero al final cada uno se queda con algo del otro, que lo ayuda a sobrevivir. Hay algo con una bala. Quizá crean que esas cosas sólo pasaban en el Lejano Oeste, pero también suceden entre nosotros.

P.: Le creemos. ¿Y cómo lo hizo?

G.D.: Lo hice en un mes. Escribía la noche entera, teniendo siempre presente que el público debe preguntarse a cada rato, «¿y ahora qué va a pasar?». Eso es fundamental. A la mañana despertaba a la nena, desayunábamos, la llevaba al preescolar, dormía un rato, y al trabajo. Hablaban de un concurso de telefilms del INCAA, que después no se hizo (no estaban los jurados, etcétera). En marzo del '97 lo presenté a un llamado de operas primas. La resolución fue en marzo del '98; la firma del crédito, por 300.000 pesos, en junio del '99 (cuando ya no había un mango), y la efectivización, en marzo de 2000. El rodaje duró apenas 35 días, casi siempre de noche. El dinero faltante me lo brindaron una productora asociada, el Centro Evangélico de Medios Audiovisuales de Alemania, y la Fundación Hubert Bals de Holanda. Elegí a Diego Peretti porque quería un muy buen actor. Acá hace un trabajo distinto del de la tele, más interno, destacando la expresión de sus ojos detrás de la máscara. Josefina Viton también se luce. Ella estudia teatro, y es muy buena persona, lo anti-histérica, superpuntual. La fotografía, de Miguel Abal, buen trabajo de luz, con película muy sensible, el laboratorio de Buby Stagnaro, no puedo quejarme.

P.: Ya le hizo varios kilómetros de ablande.

G.D.: Y por suerte siempre con buena respuesta del público. Première en Rotterdam (era la condición de la Hubert Bals Fund); luego el festival de Buenos Aires; una muestra en Paraná; el festival de Munich, donde salió segunda, atrás de una coreana (los coreanos hacen todo un lobby, con cenas, regalos, etcétera); Karlovy-Vary, donde el público es de 25 años para abajo y llena hasta los pasillos (aproveché para conocer Praga), y Montreal, donde hice buenos contactos, pero en cine sólo pude ver «El hijo de la novia». Ahora me tocan San Sebastián, Florida, Flandes, La Habana, y otros festivalitos entre medio.

P.: ¿Usted dónde estudió cine?

G.D.: Yo no estudié. Pero acompañar a mi padre también fue un modo de aprender. Creo que es influencia suya, su amor por la literatura nacional. Y no sé si es influencia o admiración, esa cosa de darle siempre para adelante. ¡Era un tractor! Y tenía una forma muy agradable, muy distendida, de trabajar con la gente. Y eso de hablar de personajes anónimos, que transitan por alguna circunstancia con otro anónimo, que los ayuda... Me gusta pensar que hay una relación entre su primera película, «El ayudante», y la mía. Me crié oyendo hablar de ese tipo de personas. Como las de David J. Kohon, especialmente «Prisioneros de una noche».

P.: ¿También su película tiene un final dramático como el de «Prisioneros»?

G.D.: Son otros tiempos, somos otras personas. El mío es un final abierto, esperanzado. Depende cómo se enganche el espectador.

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