Padre e hija, un diálogo imposible. Jean Pierre Bacri y Marilou Berry en «Como una imagen
», de Agnès Jaoui.
«Como una imagen» («Comme une image», Francia, 2004, habl. en francés). Dir.: A. Jaoui. Int.: J.P. Bacri, M. Berry, A. Jaoui, L. Grévill, K. Bouhiza y otros.
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La expresión «sage comme une image», muy corriente en francés, no tiene un equivalente exacto en español. Literalmente, es «sabia (o seria) como una estampita (religiosa)», aunque su empleo en esta película se vale del doble sentido de «image», que es tanto «imagen» como «estampita».
Comedia sabia sobre «imágenes», o mejor dicho, sobre la imagen que cada uno tiene de sí y de los demás, el segundo largometraje de Agnès Jaoui reafirma que su singular debut en la dirección con «El gusto de los otros» no fue un hecho aislado. A partir de un libro tan agudo y fluido como el anterior, la clase media intelectual francesa, tan vulnerable a la opinión ajena, a los mandatos de la moda, a sus inconfesables pavoneos, vuelve a quedar a merced de la maliciosa mirada del tándem de la autora y su ex esposo, el también coprotagonista Jean Pierre Bacri. Las «imágenes» (la muchacha obesa, a quien los hombres sólo se acercan para intentar llegar a su influyente padre; el famoso escritor maduro, egoísta, que ahora le teme a la competencia de las nuevas generaciones; el novelista frustrado que habita la torre de marfil pero que no duda un instante en ir a un programa de telebasura cuando, por fin, puede publicitar su primer libro, o peor, sentarse junto a una deslumbrante figurita de la pantalla; la directora de coros, más sensata, que sin embargo terminará reconociendo en sí misma similares «pequeñas miserias»); esas «imágenes» circulan y entremezclan en una trama a puro ingenio, que no tiene puntos débiles ni redundancias.
Tampoco (al igual que en «El gusto de los otros»), hay personajes «portadores» de perfiles típicos. La mirada es lo suficientemente ingeniosa como para no caer en estereotipos sainetescos. Lolita ( Marilou Berry), la joven con problemas de sobrepeso, ignorada por su padre, excede el papel de la «víctima social» con quien el libro nos invite formulariamente a simpatizar. A ella, a fuerza de tantos anticuerpos y « mecanismos de defensa», le cabe protagonizar algunas escenas por las que podemos llegar a detestarla, del mismo modo que, en otros momentos, se festejan las reacciones o conductas de los personajes más odiosos. «Como una imagen» es un divertidísimo festín de neuróticos que, azarosamente, terminan pasando juntos un fin de semana en una casa de campo: como si a Jean Renoir lo revisara una discípula de Molière, a la tan francesa «partie de campagne» la anima ahora la satirización de flaquezas universales. Esas que sólo se muestran después de un tiempo, cuando las defensas están bajas, cuando los espacios de uno y otro pueden resultar amenazados, o cuando se trata de ser tan correcto y gentil con el otro que se termina mostrando, lapsus mediante, el verdadero rostro.
Un ejemplo: en el almuerzo han preparado un conejo de campo, pero uno de los personajes no prueba bocado (antes, otro que odia comer conejo se obliga a hacerlo para quedar bien con el anfitrión). Es entonces cuando al personaje que no come, con toda amabilidad, lo invitan a que lo pruebe diciéndole «come tranquilo, es conejo, no cerdo». En una sola frase, y como al pasar (ya que no es el tema del film), el libro define el larvado antisemitismo de la mujer que la dijo, cuando ella creía estar haciendo un cumplido. Como en «El burgués gentilhombre», es el personaje que descubre, de adulto, que durante toda su vida «habló en prosa».
El valor suplementario que tiene «Como una imagen» con respecto al film anterior es su música. No sólo una banda de sonido excepcional (que va desde Verdi a composiciones de cámara barrocas y madrigales renacentistas), sino además su empleo funcional y dramático en los momentos indicados.
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