12 de enero 2006 - 00:00

Crónica de un Hollywood turbulento

William Randolph Hearst, figura mitológica de Hollywood y el hombre que inspiró a Orson Welles para «El Ciudadano».
William Randolph Hearst, figura mitológica de Hollywood y el hombre que inspiró a Orson Welles para «El Ciudadano».
William Randolph Hearst era un hombre sumamente contradictorio: su timidez no le impedía sentirse más a gusto rodeado de invitados que en la soledad de los palacios que ordenó edificar para disfrute propio, de su amante Marion Davies, de su esposa Millicent y de sus hijos. Corpulento, altivo y jactancioso, sus jardineros le adoraban porque, cuando Winston Churchill iba a su casa de visita, eran ellos los primeros en ser presentados al ilustre huésped por el poderoso patrón. Magnate de la prensa (y también del cine), su leyenda empezó antes de que Orson Welles se inspirara en él para rodar «El Ciudadano» (1940), la película más influyente de toda la historia.

La paradójica figura de este multimillonario que siempre estuvo al borde de la quiebra es abordada de modo exhaustivo por David Nasaw en «Hearst. Un magnate de la prensa», publicado en origen en el 2000, y cuya traducción castellana, realizada por Ramón González Férriz, acaba de presentar Tusquets en España, Nasaw ha tenido acceso a documentos inéditos sobre Hearst (1863-1951).

• Salvadora

Curiosamente, quien salvaría a Hearst en una ocasión de la catástrofe financiera sería Marion Davies, su pupila de Hollywood. «Durante 50 años -indica Nasaw-, Hearst había dirigido su imperio tan autocráticamente como sus héroes, Julio César y Napoleón Bonaparte. No había confiado en nadie». El 11 de octubre de 1937 «The New York Times» publicaba que un «anónimo caballero» y «conocido coleccionista», cuya platería y obras de arte estaban siendo subastadas en Londres, no era otro que Hearst. Fue entonces cuando Marion Davies, la amante infiel, puso de manifiesto su fidelidad. Ordenó vender sus joyas e inmuebles por valor de un millón de dólares de la época, para prestarle efectivo a Hearst. Este juró que rompería el talón y que, en realidad, no necesitaba un millón, sino cincuenta. Pero aceptó el préstamo de la actriz y salió adelante.

Fue en diciembre de 1915, poco después de que su esposa Millicent (también antigua corista) hubiera dado a luz gemelos, cuando Hearst empezó a interesarse por una corista de dieciocho años, Marion Davies, que actuaba en Broadway en un musical de Irving Berlin. Según indica Nasaw, ambos comenzaron a verse regularmente en la primavera de 1916. Hearst era 34 años mayor que Marion. La aguda e irónica Anita Loos se inspiraría en aquel idilio para escribir el best seller «Los caballeros las prefieren rubias», adaptado después al cine. El zar de la prensa, que lo sería también del cine, empezó a llevar una doble vida que se prolongó durante décadas.

Hearst
dictaría severas normas para que en la misma página de alguna de sus publicaciones nunca coincidieran su esposa y su amante. Cada una tenía su palacio (Marion, el de San Simeon, legendaria mansión que Welles rebautizó como Xanadú en «El Ciudadano»), aunque finalmente la situación resultaría insostenible. Pero ni siquiera llegó a plantearse el divorcio.

La ruptura aconteció en 1925, pero guardando las apariencias. Una separación legal habría arruinado al magnate y perjudicado los intereses de su esposa oficial.

Hearst
no pudo sustraerse a los escándalos y orgías que azotaron el Hollywood clásico. David Nasaw da buena cuenta de ello en su biografía del magnate de la prensa y del cine, que no en vano reunió a muchas reinas de las instalaciones de Metro-Goldwyn -Norma Shearer, Joan Crawford, Lillian Gish, Greta Garbo...-, aunque sólo Marion Davies dispuso de un palacio propio. Pues bien, lo más granado de Hollywood recibió una invitación de Hearst para participar en un lujoso crucero, en noviembre de 1924.

La excusa era celebrar el 43º aniversario de
Thomas H. Ince, productor, director e inventor del western. También estaba a bordo Charles Chaplin, que fue descubierto en un camarote haciendo el amor con Marion Davies. Pero alguien informó mal a Hearst, diciéndole que la actriz había estado retozando con Ince. Según la explicación oficial, éste sufrió un infarto y falleció al día siguiente.

• Rumores

A raíz de aquel suceso, en Hollywood «empezaron a circular rumores de que Hearst, en un ataque de celos, había matado a Ince (...) En años venideros, Hearst sería acusado de envenenar a Ince, dispararle, contratar a un asesino para que le disparara, herirle de muerte por error al atacar a Chaplin y, reciente y grotescamente, en un artículo publicado en 1997 en 'Vanity Fair' (revista antiguamente comprada por el propio Hearst), de clavarle accidentalmente el alfiler del sombrero de Marion en el corazón, causándole un instantáneo y mortal infarto».

Curiosamente, Chaplin también era confidente de Millicent, la esposa del magnate. «Cuando llego -le manifestaba al genial comediante, aludiendo a las visitas de su consorte-, siempre se muestra cariñoso y encantador, pero nunca se queda más de unas horas. Y siempre sucede lo mismo: en mitad de la cena, el mayordomo le da una nota, después él se excusa y se levanta de la mesa. Luego, avergonzado, dice que en Los Angeles hay un asunto de negocios que requiere su atención inmediata y todos simulamos creerle. Todos sabemos que va a verse con Marion».

Como muchas luminarias de Hollywood, Marion Davies tenía un serio problema: la bebida. De ahí que en San Simeon estuviera prohibido tomar una copa. Otro dipsómano notorio, Herman J. Mankiewicz («¿No es mejor Herman J. Mankiewicz borracho que casi todo el mundo sobrio?», solía decir), periodista, dramaturgo y guionista, hermano del cineasta Joseph L.

Mankiewicz
, un asiduo a las veladas de San Simeon, fue quien facilitó a Welles -constando como coguionista- valiosísima información para su legendaria película «El Ciudadano» («El Ciudadano Kane», en el original) donde el propio Welles encarnaba la figura de Kane/ Hearst.

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