19 de junio 2002 - 00:00
Drama real reflejado con seriedad
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Escena de la obra
En su trilogía de «Las polacas», Patricia Suárez se interna en tres momentos del «trato».
El retorno de un cafishio a su pueblo en busca de una mujer, las estrategias de una casamentera para proteger de algún modo a sus clientas y el descubrimiento de quién es en realidad el «novio», que hace una mujer durante el viaje.
«La señora Golde», dirigida por Elvira Onetto, es la segunda obra de la trilogía. La pieza tiene semejanza con algunas obras de Gogol y es interesante. Los personajes están bien trazados y el resultado es revulsivo. El mérito mayor consiste en no haber recargado las tintas; con buen tino se opta por cierto distanciamiento que potencia aún más la lobreguez de las situaciones: el regateo de la casamentera, la desvalidez y la inocencia de la novia, la frialdad y el cinismo del supuesto novio que llega a fingir que está movido por el amor.
La música de Patricia Martínez, la escenografía y las luces de Gabriel Capulo y el vestuario de Emilio Abrodos son acertados, así como la selección de los tipos físicos. Pero, falta veteranía a los actores para enfrentar a los personajes y el esquematismo con que está pintado el personaje de la muchacha que accede a los requerimientos de su madre resta efectividad a su desempeño.
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