17 de octubre 2001 - 00:00
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Obra de Berni
Berni inició entre nosotros el arte político, en la década del '30. El arte político no es una forma de propaganda a favor de un partido, una ideología, un gobierno: es un modo de participación en el fenómeno que es la vida social. Berni, nacido en Rosario en 1905, hizo su primera exposición a los quince años y obtuvo el Premio Adquisición en el XV Salón Nacional, a los veinte.
Berni parte de De Chirico para trascenderlo: su pintura genera contenidos que concientizan el arte «metafísico» del maestro italiano, lo absuelven de todo desapego y lo empeñan en una visión irónica y amarga, de la realidad circundante, según puede verse en «La Torre Eiffel en la Pampa» (1930).
La «carga política» que asimiló en París, con los surrealistas, estalla en una Rosario, detonada por la crisis económica y social de la década del '30. El artista, que «está obligado a vivir con los ojos abiertos», decide abrírselos a sus conciudadanos a través de su pintura. Pero, ¿qué pintura? La del Nuevo Realismo, como él la denomina, ajena a los antiguos esquemas naturalistas, y sólo interesada en traducir «las reacciones provocadas en nosotros por la realidad que observamos».
Su cuarta etapa se inició en 1934 con los grandes óleos que aborda en la desolada Argentina de entonces: «Desocupados», «Manifestación», «Cosecheros». Pero Berni también se ocupó de la vida cotidiana y familiar: «Orquesta típica», «Malabarista», «La fogata de San Juan», «La siesta», «Primeros pasos», «Lily», y de la tragedia bélica: «Medianoche en el mundo».
Ciclo
El ciclo ha de proseguir hasta 1950, con nuevos testimonios del país («El obrero muerto») y del mundo («Masacre»). Entre 1951 y 1953, Berni se internará en la Argentina desheredada de los bosques santiagueños y los algodonales del Chaco, para ofrecer imágenes de la realidad circundante. El elaborado expresionismo de la cuarta etapa se descarna y simplifica en las obras de esta quinta fase: «La comida», «Los hacheros», «Migración», «El descanso».
Pero también escrutó Berni la soledad de los pueblitos bonaerenses: «La iglesia», «El tanque blanco», «La calle»; la intimidad de los hogares pobres: «La olla y la carne», «La familia»; y el pulso de los barrios urbanos: «Team de fútbol».
En 1960 se cierra este ciclo, y comienza la etapa que será emblemática en la obra de Berni. En sus andanzas por los barrios, el artista se ha detenido en las villas miseria: ahí están los marginados, descendientes -en términos sociales y aun familiaresde aquellos espectros del atraso a quienes pintó en Santiago del Estero y en el Chaco, y de tantas otras latitudes argentinas.
Cuando Berni deambuló por estas comunidades de emergencia -al filo de la década del '60-, había unas 70 villas en la Capital y el Gran Buenos Aires, con 115.000 pobladores. Diez años después, las colonias precarias eran 223; y sus habitantes, 451.365. Hoy, cuarenta años más tarde, la historia de las villas no ha terminado todavía.
Cierta tarde de 1959, la visión de un baldío, en el Bajo Flores, golpeó a Berni con la fuerza de una revelación inesperada. Súbitamente, una lata rodó hasta sus pies, reluciente como una estrella; bajo el sol declinante del invierno, esa lata vacía se le antoja no sólo como una síntesis de la amarga realidad de la villa, sino también como la realidad misma hecha materia.
La técnica del collage, que el artista había empleado a comienzos de los años '30 en sus obras surrealistas, será ahora el deus ex machina de esta sexta etapa berniana. Porque el collage es algo más que un recurso: es un lenguaje. Nació con él Juanito Laguna, el niño villero, a quien Berni ha de seguir en su vida diaria con vastos óleocollages y también en grabados, una técnica que el artista domina con insuperable maestría.
Es en 1961 cuando Berni expuso las primeras obras de la serie de Juanito Laguna, que ha de prolongar, con interrupciones, hasta 1978. Con ellas obtiene el Gran Premio de Grabado de la XXXI Bienal de Venecia (1962), que es la primera distinción lograda en ese certamen por un latinoamericano y que da un justificado espaldarazo a un artista de excepción, reconociéndolo como tal en el mundo entero.
A partir de 1962, Berni empezó a narrar las desventuras de Ramona Montiel, a quien la pobreza ha llevado a la prostitución. Salvo algunos óleo-collages de gran formato, el medio utilizado para contarnos las peripecias de Ramona Montiel es la xilografía con collage y relieve, una invención del artista.
La saga de Ramona Montiel finalizará en 1977. Aun cuando sigue relatando las vidas paralelas de Juanito y de Ramona, Berni explora, a partir de la década del '70, la sociedad de consumo, sus mitos y sus certezas, su regimentación y sus abusos, en el marco de una lúcida crítica cultural, que no desecha referirse a un mundo donde la violencia del poder político y la amenaza de un holocausto atómico ensombrecen el horizonte humano.
Tales oposiciones son la base de pinturas como «El gran mundo», «Las modelos» y «La familia del peón», y de grabados como «Los nuevos gladiadores», «Cámara de torturas» y «Escuadrón de la muerte».
Entre fines de 1976 y mediados de 1977, Berni vivió, trabajó y expuso en Nueva York, donde observó el paradigma de la civilización postindustiral en telas en que el patetismo suele dejar espacio para la ironía: «Torta de bodas», «Contraste», «Almuerzo», «Los hippies», «Chelsea Hotel», «Calle de Nueva York».
En esta séptima etapa, que sería la última, Berni insistió en el universo de lo popular: «La gallina ciega», «La difuntita Correa» y «Orquesta típica», un óleo de 1939 que el artista reforma y termina en 1974-'75 y alrededor del cual estructura una exhibición de retratos de músicos, letristas y cantantes.
«Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de la libertad, es no hacer concesiones», dijo y lo repitió.
Esta tarde a las 19, se inauguró en el Centro Borges la serie de Los Monstruos, una forma contundente de este gran maestro argentino para criticar los horrores y las perversiones del mundo actual. Uno de los «Monstruos» había sido expuesto en la monumental exhibición de 1997 en el Museo. Los veinte que se muestran hoy, excelentemente restaurados, fueron expuestos por primera vez en el Instituto Di Tella en 1965.
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