29 de abril 2002 - 00:00
"El viejo Hucha" abría hace 60 años un sello memorable
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•Impulso
El hecho es que ambos artistas impulsaron una asociación más o menos influida por las ideas del Grupo Forja, y más bien cansado de las fórmulas simplemente comerciales. A 2000 pesos por cabeza, y formando sede en Diagonal Norte 832, Muiño,Alippi, Demare, Petrone,Angel Magaña, y el productor Enrique Faustin instituyeron la empresa de producción y distribución Artistas Argentinos Asociados. El espíritu era de cooperación.
El protagonista de una obra podía ser un simple actor de reparto en la siguiente, y el asistente de dirección podía también cargar los faroles, o aparecer de extra, sin que nadie se quejara o pidiera pagos especiales. Y era también un espíritu de piadosa amistad.
Alippi quería empezar con «La guerra gaucha», pero enfermó de cáncer. Nadie se animaba a decírselo. Entonces, prefirieron decirle que, para afianzar el equipo, era mejor empezar con alguna cosita chica, que no precisara sus servicios, por lo menos hasta que él estuviera mejor y todos juntos pudieran encarar un viaje a Salta.
La cosita chica era «El viejo Hucha», retrato de un amarrete que hace fortuna a costa de privaciones, una fortuna que luego sus hijos se encargan de dilapidar rápidamente. Entre los jóvenes, estaban Alberto de Mendoza, Gogo Andreu, y Osvaldo Miranda, que allí estrena (nada menos) el tango «Malena». Los libretistas originales, eran Darthés y Damel, otra de cuyas obras cuestionando las apariencias familiares, «Los chicos crecen», también llegaría al cine ese año. Hace 60 años de ésto, y de la posterior muerte de Elías Alippi.
Otros nombres se sumarían: el fotógrafo norteamericano Bob Roberts, el escenógrafo Ralph Pappier, el músico Lucio Demare, la dupla Petit de Murat-Homero Manzi, los asistentes (luego directores) Hugo Fregonese y René Mugica... Con ellos, AAA enfrentó desafíos mayores. Por empezar, «La guerra gaucha», «Su mejor alumno», «Pampa bárbara». No tenían laboratorios ni estudios propios, pero se las iban arreglando. Y ya en 1946, cuando la MGM les compró en 100.000 pesos (ni uno menos) «Donde mueren las palabras», parecieron tocar el cielo con las manos.
Pero justo en 1946 Petrone debió irse del país, por motivos políticos. También se fue Pampín.
Poco más tarde, Magaña y Demare vendieron sus acciones, Muiño y Manzi se retiraron con la esperanza de crear un sello propio, y Fregonese se fue definitivamente a Hollywood. El país era otro, otra vez. Y AAA fue cambiando, y en vez de hacer casi exclusivamente cintas épico-históricas, empezó a cubrir una mayor variedad de géneros.
Los exhibidores Lautaret-Cavallo, del cine Gran Rex «y cadena de repetidoras», entraron a dar ideas, y financiaciones. El periodista y productor Eduardo Bedoya, creador de los estudios Baires, entró a planificar el trabajo. Nada que reprochar. De aquella gestión salieron más de cuarenta títulos, entre ellos «La doctora quiere tangos», «Fantasmas asustados», «Mercado de Abasto», «Un novio para Laura», «Catita es una dama», y otras delicias memorables.
En 1955, la empresa llegó al record de nueve estrenos, todos exitosos. En 1956, cerró sus puertas. De nuevo había cambiado el país. Del '58 al '66, se limitó a distribuir cintas extranjeras y nacionales ajenas, como «Ayer fue primavera», de uno de sus ex-asistentes, Fernando Ayala, que pronto haría un sello propio con Héctor Olivera. De nuevo, «los chicos crecen». Como un último estertor, en 1998 el distribuidor de cine arte Vicente Vigo retomó el sello, y volvió simbólicamente a encenderlo. Un brazo llevando en alto una antorcha, las tres letras (que entretanto habían pasado a tener otras connotaciones), y el recuerdo de una frase, que está en «Pampa bárbara»: «También es patria, lo que no tiene estatua».
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