29 de abril 2002 - 00:00

"El viejo Hucha" abría hace 60 años un sello memorable

Enrique Muiño y Lucas Demare en El viejo Hucha
Enrique Muiño y Lucas Demare en "El viejo Hucha"
Grata memoria, hace justo 60 años, con la comedia dramática «El viejo Hucha», debutaba uno de los mejores y más significativos sellos del cine argentino: Artistas Argentinos Asociados. Los tiempos nunca son iguales, pero ciertas situaciones pueden serlo. Vale la pena recordarlas.

Como suele ocurrir, todo empezó alrededor de una mesa de café. El café El Ateneo, en la esquina de Pellegrini y Cangallo, donde se juntaban los actores Elias Alippi, Enrique Muiño, Francisco Petrone, Sebastian Chiola,Arturo García Buhr y Héctor Méndez (que luego recogería todo en sus memorias), los libretistas Sixto Pondal Ríos, Ulises Petit de Murat, y Homero Manzi, y el periodista y dramaturgo Edmundo Guibourg (otro de enorme memoria).

Los conocían como «la barra del Ateneo», solo que además de discutir de fútbol y política, el maestro Alippi daba lecciones de teatro, y el tata Muiño proyectaba una mística nacional. Cuando se les juntó el «pibe» Lucas Demare, la cosa empezó a tomar un sentido más práctico. Había que mejorar la calidad del cine criollo, y relacionarlo directamente con la realidad del país.

La realidad, en ese momento, era que el mundo estaba en guerra, empezaba otra recesión, las divisas dejaban de venir en bolsas llenas, el país veía cómo su presidente iba enfermando y se moría, cómo sus políticos seguían haciendo trampas, no sólo en las elecciones, sin importarles lo que pasara, y cómo, encima, el descubrimiento de una red de por lo menos 38 espías nazis en Buenos Aires echaba más tierra sobre nuestra buena fama. Dicho descubrimiento, hoy olvidado, estuvo a cargo del diputado Raúl Damonte Taborda, yerno de Natalio Botana y padre del luego humorista y comediógrafo Copi.. Otra realidad la ofrecía el crecimiento del cine nacional, que se expandía por todo el continente. Nada de festivales, que entonces apenas había, sino directa comercialización, con buenos éxitos en todo el mercado hispanohablante, desde Nueva York para abajo, y con el dólar a tres pesos (claro, tres pesos de los de antes).

En su mayoría, se trataba de pasatiempos cómicos y tangueros, melodramas, o comedias dramáticas de trasfondo social, al servicio de las estrellas: «Prisioneros de la tierra», «La vida es un tango», «Puerta cerrada», «Mujeres que trabajan»...Uno de esos films, «El cura gaucho», había reunido a Muiño con Demare: virilidad, picardía, un héroe de raigambre nacional, vibrantes postulados de nacionalismo y defensa de los pobres, y buena factura técnica. Ambos querían seguir en esa línea, y el país lo pedía. También lo quería el productor de esa película, pero según parece era un tipo tan criollo como desorganizado. Para hacer las cosas bien, había que hacerlas uno.

•Impulso

El hecho es que ambos artistas impulsaron una asociación más o menos influida por las ideas del Grupo Forja, y más bien cansado de las fórmulas simplemente comerciales. A 2000 pesos por cabeza, y formando sede en Diagonal Norte 832, Muiño,Alippi, Demare, Petrone,Angel Magaña, y el productor Enrique Faustin instituyeron la empresa de producción y distribución Artistas Argentinos Asociados. El espíritu era de cooperación.

El protagonista de una obra podía ser un simple actor de reparto en la siguiente, y el asistente de dirección podía también cargar los faroles, o aparecer de extra, sin que nadie se quejara o pidiera pagos especiales. Y era también un espíritu de piadosa amistad.

Alippi
quería empezar con «La guerra gaucha», pero enfermó de cáncer. Nadie se animaba a decírselo. Entonces, prefirieron decirle que, para afianzar el equipo, era mejor empezar con alguna cosita chica, que no precisara sus servicios, por lo menos hasta que él estuviera mejor y todos juntos pudieran encarar un viaje a Salta.

La cosita chica era
«El viejo Hucha», retrato de un amarrete que hace fortuna a costa de privaciones, una fortuna que luego sus hijos se encargan de dilapidar rápidamente. Entre los jóvenes, estaban Alberto de Mendoza, Gogo Andreu, y Osvaldo Miranda, que allí estrena (nada menos) el tango «Malena». Los libretistas originales, eran Darthés y Damel, otra de cuyas obras cuestionando las apariencias familiares, «Los chicos crecen», también llegaría al cine ese año. Hace 60 años de ésto, y de la posterior muerte de Elías Alippi.

Otros nombres se sumarían: el fotógrafo norteamericano
Bob Roberts, el escenógrafo Ralph Pappier, el músico Lucio Demare, la dupla Petit de Murat-Homero Manzi, los asistentes (luego directores) Hugo Fregonese y René Mugica... Con ellos, AAA enfrentó desafíos mayores. Por empezar, «La guerra gaucha», «Su mejor alumno», «Pampa bárbara». No tenían laboratorios ni estudios propios, pero se las iban arreglando. Y ya en 1946, cuando la MGM les compró en 100.000 pesos (ni uno menos) «Donde mueren las palabras», parecieron tocar el cielo con las manos.

Pero justo en 1946
Petrone debió irse del país, por motivos políticos. También se fue Pampín.

Poco más tarde, Magaña y Demare vendieron sus acciones, Muiño y Manzi se retiraron con la esperanza de crear un sello propio, y Fregonese se fue definitivamente a Hollywood. El país era otro, otra vez. Y AAA fue cambiando, y en vez de hacer casi exclusivamente cintas épico-históricas, empezó a cubrir una mayor variedad de géneros.

Los exhibidores
Lautaret-Cavallo, del cine Gran Rex «y cadena de repetidoras», entraron a dar ideas, y financiaciones. El periodista y productor Eduardo Bedoya, creador de los estudios Baires, entró a planificar el trabajo. Nada que reprochar. De aquella gestión salieron más de cuarenta títulos, entre ellos «La doctora quiere tangos», «Fantasmas asustados», «Mercado de Abasto», «Un novio para Laura», «Catita es una dama», y otras delicias memorables.

En 1955, la empresa llegó al record de nueve estrenos, todos exitosos. En 1956, cerró sus puertas. De nuevo había cambiado el país. Del '58 al '66, se limitó a distribuir cintas extranjeras y nacionales ajenas, como
«Ayer fue primavera», de uno de sus ex-asistentes, Fernando Ayala, que pronto haría un sello propio con Héctor Olivera. De nuevo, «los chicos crecen». Como un último estertor, en 1998 el distribuidor de cine arte Vicente Vigo retomó el sello, y volvió simbólicamente a encenderlo. Un brazo llevando en alto una antorcha, las tres letras (que entretanto habían pasado a tener otras connotaciones), y el recuerdo de una frase, que está en «Pampa bárbara»: «También es patria, lo que no tiene estatua».

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