Actuación de Eric Clapton (voz, guitarras). Con Nathan East (bajo), Steve Gadd (batería), Greg Phillinganes y David Sanciuous (teclados) y Andy Fairweather Low (guitarra). (Estadio River, 6 de octubre.)
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Eric Clapton volvió a tocar en Buenos Aires, en el mismo lugar que once años atrás. Los tiempos, sin embargo, han cambiado mucho. Ya no existe la euforia de aquella época, cuando la fiebre consumista de los '90 permitió la llegada de montones de artistas extranjeros, y la realidad actual no permite tirar manteca al techo. Quizá por eso, River no estuvo lleno -aunque las 35.000/40.000 personas que estuvieron en el estadio de Núñez no son una cifra despreciable-. Pero Clapton, que entonces era un «cuarentón» y hoy se acerca a los 60, se entregó con la misma sobriedad, la misma austeridad estética y el mismo talento que aquella vez.
Por cierto, lo suyo es el blues, mucho más que el pop que aparece en algunos títulos más nuevos. No por nada se ha convertido en el máximo referente del blues blanco desde sus tiempos de Cream y se ha colocado a la par de próceres como B.B. King. Y porque es con el género de origen negro -en los temas armónicamente más simplesque muestra sus mayores virtudes, estuvo allí el mejor Clapton.
Con las guitarras acústicas, en el maravilloso comienzo solista con «Key to the Highway», con su banda en «Get You on my Mind» y «Bell Borrom Blues». Con instrumentos electrónicos en «Hoochie Coochie Man», «Slow Blues» o «Want a Little Girl». En dos horas, el músico inglés -al frente de un sexteto de formación clásica, con dos guitarras, bajo, batería y dos teclados-presentó algunas de las canciones de su último disco, «Reptile».
Pero dedicó la mayor parte del tiempo a repasar sus viejos temas: «Wonderful Tonight», «Cocaine» (el momento más vibrante de la noche frente a un público que se mostró tan reflexivo como el artista), «Layla», «Change the World», «Tears in Heaven» (la emotiva balada dedicada a su pequeño hijo Connor fallecido en un accidente en 1991), «Sunshine of Your Love», «Badge» (un legendario título de la época de Cream).
Sin alardes virtuosísticos pero con una destreza que no puede ocultarse, mostró todo lo que sabe, fundamentalmente con la guitarra eléctrica y cantó como en sus mejores tiempos. Desplegó sus capacidades sin olvidarse de sus compañeros -al nivel de su talento-, que tuvieron, alternativamente, sus momentos solistas. Y dejó un sabor muy dulce en todos los que tuvieron la suerte de estar en la primaveral noche de River.
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