25 de octubre 2007 - 00:00

Exótica, entretenida e, incluso, verosímil

«Man to man» cuenta con buen sentido del espectáculo y hasta con cierto nivel de seriedad la aventura de un investigador que, en 1870, cree haber hallado el eslabón perdido en unos pigmeos de Africa.
«Man to man» cuenta con buen sentido del espectáculo y hasta con cierto nivel de seriedad la aventura de un investigador que, en 1870, cree haber hallado el eslabón perdido en unos pigmeos de Africa.
«Man to man» (Francia. - G. Bretaña. - Sudáfrica, 2005). Dir.: R. Wargnier. Guión: M. Fessler, F. Foguea, R. Wargnier, W. Boyd. Int.: J. Fiennes, K. Scott Thomas, L. Baseki, C. Bayiha, I. Glen, H. Bonneville, F. Montgomery.

Exotismo, recreación de época, refinamiento visual y sonoro, acción, suspenso, espectáculo, un argumento singular, y, especialmente, una buena serie de reflexiones sobre la evolución de la ciencia y del género humano, es lo que tiene (y sugiere que tengamos) esta nueva película de Règis Wargnier, el realizador de «Indochina».

Por algún hecho fortuito, su estreno viene justo al pie de las recientes declaraciones del Nobel James Watson acerca del nivel de inteligencia entre las distintas razas. Es cierto, lo suyo fue un bochorno, pero en otros tiempos lo hubieran aplaudido. Y, precisamente, la acción de esta película transcurre en esos otros tiempos, cuando antropología, positivismo, y colonialismo iban de la mano, y los estudiosos declaraban al hombre caucásico por encima del resto de la especie humana.

Ubicada en 1870, «Man to Man» cuenta la aventura de un investigador que logra capturar una pareja de pigmeos en Africa Ecuatorial, y se los lleva a Gran Bretaña con fines de estudio. El y sus colegas de la Universidad de Edimburgo (que era la más avanzada en esa disciplina), les miden el cráneo, calculan el volumen cerebral, etc., y con esos solos datos creen haber descubierto el eslabón perdido entre los primates superiores y los humanos inferiores. La idea es mostrarlos en la Academia, y luego sacarlos de gira por los zoológicos europeos. Pero, justo cuando el negocio y el prestigio se hallan al alcance de la mano, el investigador empieza a comprender a los pigmeos. Entiende que son seres humanos. Y trata de salvarlos.

De hecho, no estamos hablando de «El niño salvaje», de Francois Truffaut, ni tampoco del argumento inicial del afrobritánico William Boyd (el autor de «Mr. Johnson»), de modo que no caben muchas pretensiones. Aún así, la obra mantiene cierto nivel de seriedad y verosimilitud, y aporta al diálogo entre personas diferentes, aparte de ser un buen entretenimiento, con persecuciones, rescates a último minuto, la lucha del científico bueno contra el científico malo, momentos graciosos, y hasta algunos guiños interesantes. Por ejemplo, cierto diálogo sobre el tamaño del cerebro de la mujer blanca, por debajo del correspondiente a un negro inteligente. O el capítulo donde la parejita de pigmeos logra escapar del molino donde los encerraron, y los lugareños (unos coloradotes brutos, hirsutos, y temerosos) los persiguen con antorchas al mejor estilo «Frankenstein», con el típico choque entre pobladores, sabio loco, y «monstruo» impredecible. Vale la pena.

Algunas fechas adjuntas, para quien se interese en el tema. 1864, los europeos descubren al gorila; 1866, Cesare Lombroso empieza a difundir su teoría de los perfiles criminales; 1869, el aventurero galés

H.M. Stanley, famoso negrero, encuentra al médico y misionero escocés David Livingstone; 1870, el explorador alemán Georg Schweinfurth se encuentra con los tan mentados pigmeos; 1871, Charles Darwin publica «El origen del hombre», divulgando así su teoría evolucionista (al respecto, la película da por sentado que todos los estudiosos de entonces aceptaban sin mayores objeciones el evolucionismo, un detalle que convendría revisar).

D.E.

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