4 de octubre 2001 - 00:00
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"Haiku para el rojo y el negro".
Héctor Destéfanis (1960) obedece a rajatabla las leyes clásicas de la pintura pero, como bien señala su maestro, Roberto Duarte, no serían nada sin la impronta personal del que crea la obra. Composición: figuras fragmentadas en escenarios también fragmentados, situaciones ambiguas y aunque el grotesco está aún ahí -una visión del mundo del artista-el gesto es menos amenazador y menos burlón. Estas figuras nos invitan a participar de cierta fantasía que nos liberaría de lo convencional y de lo establecido. Color: gran maestría y equilibrio tonal.
Curiosamente, un cuadro en el que el rojo, arrastrado por un pincel, cruza parte de la composición en un alarde de osadía cromática, no fue admitido en el Salón Nacional el año pasado. Lástima que a la hora de juzgar, a ciertos jurados se les pase la oportunidad de «ver» buena pintura. Empaste, calibrada densidad de la mate-ria, forman parte de las cualidades de su pintura que se basa en un sólido dibujo.
Destéfanis no se lanza al ruedo llevado por el impulso pictó-rico. Cada cuadro es objeto de un meduloso tratamiento, de una severísima autocrítica que responde a su personalidad y a su labor docente que no admite ni se permite concesiones. Lo que no significa un cercenamiento a su sensibilidad creadora. Centro Cultural Recoleta. Hasta el 14 de octubre.
Típicas sillas de bar porteño, roldanas, maniquíes, caños de latón articulados, embudos -objetos en sí mismos poco atractivos-constituyen la utilería del teatro privado de María Luz Seghezzo. Sus «piezas teatrales», tituladas «Mirada profunda», «Desencuentro porteño», «Esperando a Godot», «Pescando una buena idea», nos llevan por los vericuetos ficcionales de estas puestas en escena que aparecen congeladas, justo en el momento de levantarse el telón. Sentido del humor para armar y dar vida a esos objetospersonajes y en cuanto a las figuras supuestamente reales, ellas están siempre expectantes, a punto de...
Los espacios tienen un clima metafísico porteño que, como lo señala la artista, está emparentado con ciudades como Montevideo o Rosario, ciudad donde vive y trabaja. Aquí fue discípula de Julio Vanzo, con el que aprendió muchos secretos del óleo. Rigor compositivo, ningún exceso colorístico, lo que les da a las escenas un carácter aparentemente inocente, una pintura de la mesura que llega suavemente al contemplador. Galería de la Recoleta. Agüero 2502.
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