La desbordante vida del pintor Roberto Matta llevó al escritor chileno Rafael Gumucio, en “El vértigo de Eros” (UDP), a una exploración que une la biografía con la literatura del yo. Gumucio es una figura clave en la narrativa latinoamericana contemporánea. Se destacan sus novelas “Milagro en Haiti”, “El galán imperfecto” y “Los parientes pobres”. Visitó Buenos Aires y dialogamos con él.
Gumucio: un alquimista que transforma biografías en literatura
Diálogo con el escritor chileno que acaba de publicar "El vértigo de Eros", una exploración de la vida de Roberto Matta que continúa las de Nicanor Parra y Marta Rivas.
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El chileno Rafael Gumucio presentó su nueva novela biográfica, "El vértigo de Eros"
Periodista: ¿Qué lo llevó a escribir esta biografía de Matta, luego de las de Nicanor Parra y la de su abuela Marta Rivas?
Rafael Gumucio: Son tres formas de la chilenidad. Seres de una vitalidad enorme, una genialidad incandescente. Gente que uno no imagina que podía morirse, pero terminan como todos los humanos. Sus vidas me llevaron a preguntarme en qué consiste el genio, el talento desbocado, y si libra o no de las vicisitudes de la vida. Mi abuela, aristócrata de izquierda, fue mi formación en el exilio. Dedicó su vida a la literatura, era experta en Proust y daba clases en la Sorbona. Era amiga de Donoso, Margarite Yourcenar, García Márquez. A Parra lo conocí bastante. A Matta nada, tuve que salir a conocerlo. Retraté tres cabezas chilenas, que hicieron la vida a su modo desde un lugar al sur de todo, cruzando sus experiencias con las mías.
P.: ¿Qué tienen en común?
R.G.: Los tres nacieron a comienzos del siglo XX y terminaron a comienzos del XXI. Siguiendo sus pasos me obligaron a recorrer el siglo pasado. Con Matta me encontré con el fin del surrealismo y la aparición del expresionismo abstracto, del que fue mentor. Descubrí la muerte de París como centro cultural mundial y el surgimiento de Nueva York como relevo. Siguiendo los diez años neoyorkinos de Matta, de 1938 a 1948, me tuve que codear con Breton y Duchamp, con Pollock y la Escuela de Nueva York, y la aparición de los coleccionistas de arte.
P.: ¿Cómo empieza la aventura de ir tras Matta?
R.G.: Estaba en Nueva York con mi mujer y nos agarró la pandemia. Andando en bicicleta me caí y me rompí las muñecas. Tenía contratado el libro sobre Matta. Descubrí que tenía que usar mi experiencia de chileno extranjero, de exiliado, para entender la suya. Le pregunté cómo se vive, qué se hace, acá en Nueva York. Supe de sus cinco matrimonios, de sus seis hijos con diferentes mujeres en distintos países. A los primeros los abandonó durante un tiempo, uno de ellos, Gordon, terminó siendo también un artista. No fue un buen padre, pero tampoco el monstruo como lo pintan. Un problema grave: se enamoró de la mujer de su amigo y discípulo Archile Gorki, y cuando éste se enteró se suicidó. Como a Matta no lo perdonaron, se fue a Italia. Toda su vida fue una huida sin retorno. Nunca quiso ser parte de nada en un mundo en el que todo el mundo quiere ser parte. Él ni del surrealismo, ni de Chile, ni de París, ni de Italia, y menos de Estados Unidos, aunque tuviera hijos estadounidenses y sus obras de Nueva York son las que valen más millones de dólares.
P.: Un poeta y pintor inclasificables.
R.G.: Ser escritor chileno es como ser un albino, una persona rara que nadie desea, decía Joaquín Edwards Bello. Mira ese niño que nos salió escritor, ahora qué hacemos. Es un destino bastante aciago, aunque con respaldo. A Matta construir su obra lo llevó a separarse de Chile, de su familia, de sus afectos. Nicanor, aunque de otra forma, también tiene una relación contradictoria con el país.
P.: Al libro sobre Matta le puso el nombre de una de sus obras, “El vértigo de Eros” ¿por qué el de Parra se llama “Rey y mendigo?
R.G.: Nicanor hizo una traducción bastante libre de “Rey Lear” y le puso “Lear, rey y mendigo” y se olvidó de Shakespeare. Como su fantasma seguía dándome vueltas quise ponerle un título que se le hubiera ocurrido a él, y que no fuese mío. Lo conocí a los 76 años y llegó a los 106. En esos años, que fueron los de mi juventud, Parra reunió un cenáculo de escritores, al que yo pertenezco, y estaba Zambra, entre otros. En grupos anteriores estuvieron Enrique Lihn, Jorge Teiller, Jodoroski. Yo cuento mi experiencia de Nicanor dándonos retazos de la historia de Chile y de la historia de la literatura de forma estrambótica, entre chistes y frases taimadas. Señalaba nuestra falta de tradiciones, en Chile no tenemos un “Martín Fierro”, habría que construirlo, en “Martín Fierro” hay un folklore que no es folklore, recopila la poesía popular, es la obra de un político, un periodista, un poeta y un aristócrata. Pude ver como Parra, el viejo poeta, seguía construyendo su obra. Su historia es hermosa y compleja, sale de la pobreza máxima, de San Fabián de Alico, y construye esa figura y ese poeta.
P.: Además de usar la biografía para hacer literatura, tiene novelas, teatro, crónicas...
R.G.: Me gusta tocar todas las teclas. Me encantaría que todos mis libros fueran distintos, pero son todos muy parecidos. Si fuera cineasta me encantaría hacer un western, un drama, una de terror y luego una comedia musical, y serían todas iguales. Un poco lo que le pasa a Woody Allen. Ha hecho todo tipo de películas y son todas iguales, son todas de Woody Allen. A mí me pasa que parto de algo familiar, cercano, que no era nada divertido.
P.: ¿Su base es el humor?
R.G.: Desde hace veinte años dirijo el Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales. Siempre al ataque del mundo le respondía con bromas. Parra me ayudó a ver el humor como un fenómeno intelectual, le obsesionaba el humor como forma de pensamiento, de reflexión.
P.: ¿Qué es el humor?
R.G.: Es la excepción que no confirma la regla, sino que confirma la excepción. Su gracia y su desgracia perpetua es estar donde no se le espera.



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