4 de julio 2002 - 00:00

Ingeniosa comedia sobre treintañeros en crisis

Martina Stella y Stefano Accorsi
Martina Stella y Stefano Accorsi
«El último beso» («L'ultimo bacio», Italia, 2001; habl. en italiano). Dir.: G. Muccino. Int.: S. Sandrelli, S. Accorsi, G. Mezzogiorno, M. Stella y otros.

¿Qué hombre no tuvo alguna vez una novia que no lo haya obligado a leer el «Siddahrta» de Hermann Hesse? A lo largo de varias generaciones (cuando todavía se leía, o cuando se leía algo más que los manuales de Bucay), el trance era inevitable. «Es un libro maravilloso, tenés que leerlo», solían decir, y no quedaba más remedio que fingir una delectación similar. A veces, hasta ocurría con más de una novia.

Si se tenía la misma edad que ella, el trance era tolerable, pero pasados los 30, y más si se ese hombre es un profesional casado y para peor a la espera de un hijo, como le ocurre en esta película a Carlo (Stefano Accorsi), la experiencia puede tornar de ridícula a traumática. Obviamente, no es su esposa la que le regala ensoñadoramente el libro de Hesse, sino la teenager paradisíaca que conoce en una fiesta de bodas y que está a punto de arruinarle ese matrimonio felizmente constituido.

La historia de Carlo, Giulia (Giovanna Mezzogiorno) y Francesca ( Martina Stella) es una de las varias que componen «El último beso», película italiana, de tipo coral, que también cuenta y entrelaza otras: la de Anna ( Stefania Sandrelli), madre de Giulia, y su crisis pre-tercera edad; la de Paolo ( Claudio Santamaria), con sus conflictos familiares y sus dificultades de relación, o la de los amigos de Carlo, que quieren huir a cualquier lugar del Tercer Mundo para escaparle a lo que ellos consideran las «prisiones de la seguridad» (es imaginable lo que sentirán al verlos, de este lado del Atlántico, quienes se levantan a diario a la madrugada para pedir visas en el Consulado).

El director y guionista Gabriele Muccino (35 años) tuvo tanto éxito con «El último beso», su tercer film, que la Disney se interesó de inmediato en su distribución internacional. Esto tiene sus razones. La película es fresca, posee muchas veces una fina capacidad de observación y no le falta humor, pero -sobre todo- responde a un modelo de relato que puede prescindir de su lugar de origen.

Muccino
es un cineasta «globalizado»: su manera de dar cuenta de las crisis afectivas, las inmadureces y arrepentimientos de un grupo de personajes de clase media acomodada también podría estar hablada en inglés. No tiene ni la hondura de «Nos habíamos amado tanto» ni la picardía inconfundiblemente italiana de la vieja tradición de los Risi, los Scola o los Monicelli, que tantas veces inspiró para «remakes» al cine de Hollywood: por el contrario, Muccino recorre el camino inverso, calcando de alguna forma el modelo americano.

Identidad

«El último beso» es el « thirtysomething» italiano, donde si bien algunos personajes se atreven a concretar más cosas que lo que harían otros, en idéntica situación, en la comedia dramática estadounidense (sobre todo en la cama), en la película se advierte menos la identidad de los personajes que los conceptos puestos en escena para generar las diferentes situaciones.

En ese sentido, la actriz descollante, una de las pocas verdaderamente creíbles, es la extraordinaria
Giovanna Mezzogiorno como la mujer engañada: sus reacciones y su temperamento sanguíneo, a duras penas controlado, la destacan del resto. Pero hasta la siempre tempestuosa Stefania Sandrelli, la cincuentona en conflicto ante el espejo, sigue en su actuación la premisa rígida que guía un film ingenioso pero sin genio, donde abundan los teléfonos celulares y se añora un tanto la dolce vita.

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