4 de julio 2002 - 00:00
Ingeniosa comedia sobre treintañeros en crisis
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Martina Stella y Stefano Accorsi
¿Qué hombre no tuvo alguna vez una novia que no lo haya obligado a leer el «Siddahrta» de Hermann Hesse? A lo largo de varias generaciones (cuando todavía se leía, o cuando se leía algo más que los manuales de Bucay), el trance era inevitable. «Es un libro maravilloso, tenés que leerlo», solían decir, y no quedaba más remedio que fingir una delectación similar. A veces, hasta ocurría con más de una novia.
Muccino es un cineasta «globalizado»: su manera de dar cuenta de las crisis afectivas, las inmadureces y arrepentimientos de un grupo de personajes de clase media acomodada también podría estar hablada en inglés. No tiene ni la hondura de «Nos habíamos amado tanto» ni la picardía inconfundiblemente italiana de la vieja tradición de los Risi, los Scola o los Monicelli, que tantas veces inspiró para «remakes» al cine de Hollywood: por el contrario, Muccino recorre el camino inverso, calcando de alguna forma el modelo americano.
«El último beso» es el « thirtysomething» italiano, donde si bien algunos personajes se atreven a concretar más cosas que lo que harían otros, en idéntica situación, en la comedia dramática estadounidense (sobre todo en la cama), en la película se advierte menos la identidad de los personajes que los conceptos puestos en escena para generar las diferentes situaciones.
En ese sentido, la actriz descollante, una de las pocas verdaderamente creíbles, es la extraordinaria Giovanna Mezzogiorno como la mujer engañada: sus reacciones y su temperamento sanguíneo, a duras penas controlado, la destacan del resto. Pero hasta la siempre tempestuosa Stefania Sandrelli, la cincuentona en conflicto ante el espejo, sigue en su actuación la premisa rígida que guía un film ingenioso pero sin genio, donde abundan los teléfonos celulares y se añora un tanto la dolce vita.
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