3 de julio 2003 - 00:00

"JAPON"

Alejandro Ferretis
Alejandro Ferretis
«Japón» (id., México, 2002; hab. en esp.). Dir.: C. Reygadas. Int.: A. Ferretis, M. Flores, Y. Villa, M. Serrano.

Si no quiere continuar hiriendo su credibilidad, la crítica de cine ejercida en medios masivos debe ser responsable. Ultimamente, se viene verificando en algunas salas que más de un espectador se retire antes de la proyección exigiendo que le restituyan su dinero. Esos espectadores, confundidos, son víctimas de ciertas recomendaciones corporativas, snobs las más veces, que tanta «independencia» le quitan al criterio. Ya va siendo hora de hablar claro.

La mexicana «Japón», actuada y dirigida por no profesionales, es una película que podría verse en un museo; tal vez, en la sección audiovisual de alguna muestra plástica, acompañando instalaciones y otros deleites de post-vanguardia. Su público, en ese caso, sabría con claridad a qué va. No habría confusiones, ni protestas.

Uno puede pasarse dos horas y cuarto con la mirada clavada en el desierto, el mar o el techo: como experiencia meditativa puede ser gratificante. Pero, razonablemente, es imposible transformar ese tiempo muerto en un espectáculo público, sobre todo cuando el que lo vive es el de la película y no el espectador.

El protagonista de «Japón», un depresivo pintor sesentón, hace muy pocas cosas más que cavilar: llega al desierto, le declara a unos cazadores que va a matarse, se aloja en el galpón de una octogenaria, mira cómo transcurren los días, se masturba, observa copular unos caballos, pinta un poco, le pide a la anciana acostarse con ella, lo logra, solloza, y discute con un familiar de la vieja que intenta llevarse algunas piedras del galpón.

Paradójicamente, y aunque al lado de
«Japón» el cine de Michelangelo Antonioni parezca «Matrix», la película de Carlos Reygadas (un jurista mexicano) no es enteramente desechable; desde luego, siempre y cuando sea vista como un experimento audiovisual, un largo contrapunto entre los vastos espacios en cinemascope y la trivialidad de la muerte anónima, tampoco enteramente novedoso (el cine marginal de los '60 estuvo lleno de este tipo de registros y juegos con la cámara y el tedio).

Musicalmente,
Reygadas es un hombre de muy buen gusto. El extenso film se vale de una banda sonora que, si bien conocida para el oyente de música clásica, podría inducir a algunos descubrimientos si entre los espectadores hubiera, por caso, fans de Bandana: se emplean pasajes del «Miserere» del georgiano Arvo Pärt, de la «Sinfonía 15» de Dmitri Shostakovich y de la «Pasión según San Mateo» de Bach.

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