La misionera Mónica Millán presenta «Llueve. Es de siesta», muestra de dibujos, pinturas, objetos e instalaciones, que la galería de la calle Arroyo, Zavaleta Lab, exhibe hasta fin de año. Las palabras de la artista titulan la exposición, e inician un texto dedicado a describir el escenario donde se desarrolla una historia que oscila entre lo imaginario y lo real. Como cronista y protagonista a la vez, Millán relata: «En los dibujos describo mis sensaciones al entrar al monte. Allí no veo el cielo, pero camino sintiendo cada pisada, envuelta en la humedad y oscuridad del verde. El silencio no existe. Todo se mueve, un crepitar antiguo y constante crece desde la tierra hasta el cielo». En la filigrana de unos dibujos que devienen con naturalidad en manuscritos, se entreteje la narración. Emilia es una bordadora que ha quedado aislada en el monte. Llueve sin cesar desde hace 28 días. Las plantas crecen con desmesura y del mismo modo también aumentan los bordados de Emilia que, durante su reclusión, advierte que al mismo tiempo que la naturaleza se prodiga, sus trabajos van invadiendo la casa.
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Con la calma de las hilanderas, sus hilos y sus agujas, Emilia levanta durante la lluvia unos esplendorosos monumentos plagados de encajes, de ovillos y lentejuelas multicolores que se desplazan por doquier. Sobre los dibujos al lápiz y de matriz fotográfica, se superponen, como crecimientos anómalos, unas pinturas de bichos y flores con formas exuberantes. La obra se vuelve invasora y en las paredes brotan plantas acuáticas de brillante cerámica. «Así se van los días», escribe Emilia mientras cae la lluvia.
Al adentrarse en la galería (o la casa) se exacerba, no sólo el barroquismo excesivo de la bordadora sino también la relación intersubjetiva con la naturaleza y con la gente de sus comarcas que establece la artista. La narración incluye registros genuinos, como el de un vecino de Emilia, que brinda su propia cosmovisión del universo e interpreta -a su manera- los fenómenos climáticos.
Para evocar el acontecer palpitante de la selva, Millán recurre a sus experiencias personales, referencias orales, libros de viajeros y naturalistas y fotografías. Pero además, la misionera suma otros artistas que invitó a participar de la muestra, acaso, con el afán de compartir sus «sensaciones vividas en solitario». Allí están ahora, confundiéndose con sus obras, las inmensas orquídeas de Marcela Cabutti, y la pared con los retratos familiares de Emilia, unas imágenes que parecen provenir de un sueño retocadas y labradas por Lionel Luna. Un poco más adelante, se mecen sinuosas las plantas de Alejandra Fenochio; aparecen los muebles de la tejedora, dispuestos a sobrellevar tormentas, que Ana Gallardo sujetó al suelo; cuelgan desde el techo -como de la horca- los árboles desgajados de Eduardo Basualdo, hasta que finalmente se divisa el esplendor de un jardín florido, que realizado en conjunto con Martín Churba bordó y modeló Millán.
«Llueve, es de siesta» implica un cambio en el trabajo de la artista que en 1999 irrumpió en Buenos Aires con un gesto sensible y la exquisita sofisticación de sus bordados. La muestra indica la reconciliación con el placer visual, la belleza ornamental y las cualidades estéticas que Millán dejó de lado durante años para investigar y documentar cuestiones precisas, como los sonidos de su tierra y la identidad de esos hombres y mujeres cuyo destino es bordar, para adornar este mundo, desde su infancia hasta la muerte. «Ya estoy de regreso en el monte», concluye (Emilia) Millán, con sus agujas y un hilo infinito en la mano.
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