«La seguridad de los objetos» (The Safety of Objets, EE.UU., 2001, habl. en inglés). Guión y dir.: R. Troche, sobre novela de A.M. Homes. Int.: G. Close, D. Mulroney, J. Campbell, P. Clarkson, A. House, T. Olyphant, M. Kelly, M. Klein, M.K. Place.
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De pronto, alguien pregunta «¿Puedes hablar de eso?», y el espectador sabe que ésa es sólo una pregunta retórica. Nadie puede. Cada uno, en esta película, parece normal. Y el barrio en que viven, el shopping al que concurren, no sólo parecen normales, sino que hasta nos resultan envidiables. Uno debería sentirse bien, viviendo ahí, pero la procesión va por dentro.
De eso trata «La seguridad de los objetos». Gente que intenta enmascarar sus traumas e inseguridades, se siente insatisfecha, y se apoya en cualquier cosa, o busca reemplazar una persona por otra, de modo anómalo, o lucha por conseguir un auto para la hija, como un modo de darle afecto y acaso superar la angustia de tener al otro hijo en cama de por vida precisamente a causa de un accidente de auto.
Cada personaje maneja sus culpas y sus miedos como puede,y sus amores, no sólo una señora con un comprensivo joven, sino también un chico obsesionado por la muñequita Barbie de la hermana. Pero los afectos son una cosa naturalmente inestable, incierta, y hasta el mismo Dios es poco confiable. «Si vas a pedirle algo, establece reglas precisas, porque Dios tiene un malvado sentido del humor», dice la mujer que pidió por la vida de ese hijo accidentado, como equiparando un ruego a un contrato de compra-venta. Así, hasta el final, que si no da mayor consuelo, al menos permite admirar un relato bien construido y sentido, de cuyas enseñanzas se puede sacar provecho.
Relativamente emparentada con «Happiness» (vale decir, pasto de psicólogos), pero mucho menos morbosa, más sutil, y más contenida, «La seguridad de los objetos» ofrece entonces una distanciada pintura de la insatisfacción cotidiana, y una galería de pobres criaturas dignas de consideración, ricamente desarrolladas por un sólido elenco (Glenn Close a la cabeza). Vale la pena verla, aunque los personajes causen pena. Dicho sea de paso, también convendría conocer algo más de su autora, Rose Troche, una muchacha de ascendencia latina, medio maciza, de pelo duro y enmarañado (así la vimos cuando presentó esta película hará un par de años en la sección La Mujer y el Cine del festival marplatense) y con la suficiente experiencia y perspectiva como para saber de lo que habla. P.S.
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