La serie danesa en clave de thriller psicológico que está a medio camino entre "Adolescencia" y "Parasite"
En la serie de Netflix, el conflicto y suspenso se desatan a partir de la desaparición de una "au pair", sin embargo, el fresco que pinta es mucho más interesante que el enigma sobre qué fue lo que ocurrió con la joven desaparecida.
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Madre e hijo, sin embargo la figura materna más fuerte es una mujer ajena a la familia.
“Los secretos que ocultamos” destronó del podio hace una semana a “El eternauta” y “Legado”, y su narrativa responde al ABC del nordic noir pero con ingredientes de suspense psicológico que involucran el mundo de los adolescentes y las redes.
Transcurre en los suburbios residenciales del norte de Copenhague, donde desde el comienzo se marca el contraste entre patronas y empleadas domésticas, que intenta disimularse con amabilidad pero muestra los hilos de una tensión innegable en esa puja por el poder. ¿Quién manda frente a un hijo cuya figura materna es una mujer ajena a la familia?
La serie no alude a empleadas domésticas como se conocen en estas latitudes sino que cumplen el rol de madres sustitutas, las llamadas “au pair”, jóvenes extranjeras que viajan a otro país para cuidar niños y realizar tareas domésticas a cambio de alojamiento, comida y un sueldo. Pero terminan maternando allí donde la madre opta por hacer running después de cenar sin registrar nada de lo que ocurre durante la noche porque duerme con pastillas.
El conflicto y suspenso se desatan a partir de la desaparición de una de estas au pair, sin embargo el fresco que pinta la serie es mucho más interesante que el enigma sobre qué fue lo que ocurrió con la joven desaparecida. Dos matrimonios vecinos que parecen compartirlo todo, inclusive la amistad entre sus dos hijos varones y los secretos íntimos desde un puerperio depresivo, funcionan como espejo de una sociedad que cría hijos en soledad.
Adolescentes atrapados en las redes, refugiados en la realidad virtual, se defienden con drones y voyeurismo, remitiendo a la serie “Adolescencia”, de la que subyace la pregunta acuciante de qué pasa con los adultos que crían a esos jóvenes.
Mujeres en su mayoría asiáticas que arman red y comunidad advierten que son como madres para esos chicos millonarios y solos, mientras sus verdaderos padres trabajan, corren o deambulan por mansiones frías en desabillé, copa de alcohol en mano. Hay diálogos difíciles de olvidar tales como “A esas mujeres hermosas y ricas se las ve tan tristes” o “Es fácil criar con la au pair y somníferos”. La violencia emerge de formas sorpresivas, con el golpe de puño de una madre a un profesor en la escuela, un piedrazo en la ventana en la mitad de la noche o el mayor hecho de violencia que signa el pulso de la serie.
La estructura de seis episodios es perfecta, con el gancho final al cierre de cada uno, que guía la sospecha de culpable siempre hacia otro personaje, todo presentado con estética fría y minimalista que acentúa la incomodidad, pese a que esas mansiones fastuosas parezcan ser lo más cómodo del mundo.
La cita a “Parasite” es ineludible, si recordamos que aquel maravilloso film ganador del Oscar parte justamente de una sociedad que insiste en eternizar las relaciones asimétricas, esa convivencia antinatural pero íntima, una maquinaria que reproduce jerarquías sin cuestionarlas. Hasta que se desata el caos.
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