«El duende» sobre textos de F. García Lorca, por el Grupo de Teatro del Colegio Nacional Buenos Aires. Dir.: O. Acosta. Int.: J. Coulasso, L. Berenblum, F. Prim, M. Saba, C. Peterlini, A. Marimón, P. Díaz, C. Barrera. Guitarras: G. Tobal y M. Blanco. Vest.: M. Bea. (Centro Cultural Borges.)
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Dirigido por Orlando Acosta e interpretado por el Grupo de Teatro del Colegio Nacional Buenos Aires, este espectáculo poético-teatral evoca la figura, y en cierta forma también la vida, de Federico García Lorca. Lo hace a través de algunos de sus textos más conocidos, aquellos en los que se hace visible la desbordada imaginación del poeta, su extrema sensibilidad para conectarse con las fuerzas vitales de su tierra, sondear en las pasiones humanas e intuir su propio y trágico final, ocurrido un mes después de iniciada la Guerra Civil Española.
«Poema del cantejondo» y «Romancero gitano» transforman el colorido paisaje andaluz en metáfora sensual y palpitante. También se escuchan en la obra algunas de las canciones que el mismo Lorca rescató de la tradición popular, interpretadas aquí por las sopranos Patricia Díaz y Carolina Barrera. A ellas se suman los aires andaluces de Gonzalo Tobal y Marcelo Blanco en guitarras.
La poesía lorquiana tiene un sentido básicamente teatral además de una gran potencia para evocar imágenes, lo que permite llevarla a la escena con un total despojamiento de elementos escenográficos, como sucede en esta puesta. El clima sombrío y de malos presentimientos de «Romance de la Guardia Civil Española» alterna con la farsa guiñolesca de «Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín» del que se escucha un fragmento. También tiene su espacio uno de los libros más herméticos de García Lorca, «Poeta en Nueva York», que refleja el mundo opresivo y alucinado de esa gran urbe, en este caso a través del poema surrealista «Grito hacia Roma (desde la torre del Chrysler Building)».
El elenco de «El duende» pone todo su entusiasmo en recuperar la dramaticidad de estos textos, pero quizás esta selección sea demasiado heterogénea como para permitir que el espectáculo progrese en ese sentido. El resultado es una antología sin temática definida, a medio camino entre el teatro semimontado y el recital de poesía. El lenguaje corporal de los actores, así como su relación con el espacio, no han sido explotados a fondo por el director, a excepción del fragmento de «Bodas de sangre» (éste sí minuciosamente coreografiado) que muestra a las claras las grandes posibilidades artísticas de estos jóvenes actores.
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