La última vez que Marlene Dietrich vino a Buenos Aires, apareció envuelta en una capa de zorro blanco, que gracias a la habilidad de los fotógrafos, semejaba nimbarla como un halo de luz. Imagen perfecta de la inalcanzable diva; «Lili Marlene» era intocable. Un séquito de guardianes impedía a la gente acercarse. Su belleza que en «El cantar de los cantares», película que protagonizó junto a Fredrich March, sedujo a quienes la vieron, no había perdido un ápice de fuerza.
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Emblema de la seducción desde que en «El ángel azul» arrastró a un pobre profesor a la más humillante degradación, Marlene fue una diva indiscutible, que, como «la divina Garbo», prefirió exiliarse del mundo para preservar su mito. Exigente, caprichosa, dura, cuidaba su imagen (creada por el hombre que la amó, el director Joseph von Sternberg) celosamente. Como toda mujer extremadamente bella, su vida estuvo relacionada con todos los grandes de la época.
La obra de Pam Gems, como la dedicada a Coco Chanel, abunda en referencias a los famosos que la cortejaron y la descripción de su carácter queda casi en segundo plano. La mujer caprichosa, dominadora, maligna que aparece en la obra, tiene, sin embargo, algunos rasgos de patetismo. Rasgos que, en la escena en la que se hace vendar las piernas que fueron celebradas como las más hermosas del mundo, reflejan la desolación de alguien que se ha quedado solo y que como Narciso recurre a su propia imagen para buscar en ella compañía.
Kado Kostzer se ha esmerado en tratar de reproducir la imagen de Marlene, recurriendo a un vestuario que remeda el acostumbrado lujo aparatoso al que recurrían las divas del teléfono blanco.
Pero el estilo que sedujo al mundo con la aparición del Duque de Sajonia Meiningen requiere que los diamantes que lucen quienes quieren reproducir fielmente la realidad sean originales y no imitaciones. Cosa imposible de lograr en producciones en las que no se inviertan millones en la adquisición de los objetos, en las que hay que crear, además, una seguridad que impida que los ladrones de turno se sientan tentados de cometer un robo que sería el gran golpe de sus vidas. De otro modo, todo es sólo artificio.
Este esquematismo lesiona también el desempeño de Regina Lamm, que aborda con corrección la interpretación de las canciones. Intentar penetrar en la intimidad de las «estrellas», aprovechando el material que apasiona a los «fans», que sueñan con parecerse a ellas, puede despertar la curiosidad de aquellos que alimentan sus conversaciones con chismes.
Pero bucear en el alma verdadera de esos fetiches, que después de todo han sido seres humanos con sus oscuridades, angustias y temores, significa dotarlos de carnadura y no quedarse sólo en los datos externos o pintorescos.
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